Aniversario doble de Frida Kahlo
Por Maritza Jiménez: Este mes se cumplen 110 años del nacimiento y 66 de la muerte de la más icónica de los pintores mexicanos y una de las mujeres artistas más importantes del mundo
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Dos de sus cuadros obtuvieron precio récord el pasado año en la casa de subastas Christie’s: La dama de blanco (1929), vendida por 5,8 millones de dólares, y Cesta con flores (1941), en 3,15 millones. En 2018 hizo otro tanto, y sus exposiciones, en cualquier parte del mundo, son un rotundo lleno. Además su rostro, con sus famosas cejas, y toda su iconografía, aparecen en innumerables objetos, desde ropa hasta bisutería, como culto de masas.


Reproducción fotográfica de La Dama de Blanco (1929) 

¿Pero qué tiene la obra de Frida Kahlo para que aún hoy sus cuadros sigan causando tal fascinación en el público, 110 años después de su nacimiento?

Para muchos, su feminismo; para otros, por ser símbolo de las mujeres que sufren, o por su identificación con la cultura popular mexicana. No cabe duda de que es imposible separar la vida de esta singular pintora de esa conmovedora obra pictórica realizada al margen de cualquier convención académica pero “con el oído pegado en el corazón de su tierra”, como diría Rómulo Gallegos a propósito de su Doña Bárbara, con quien Frida se podría decir que comparte la reciedumbre de las mujeres de esta parte el continente.

Solo que en su vida, extrañamente marcada por la tragedia, hay más dolor y drama.

Nació el 6 de julio de 1907 como Magdalena Carmen Frida Kahlo, y a los seis años la poliomielitis dejaría serias secuelas en su pierna derecha, en principio más corta y delgada que la izquierda, y el pie detenido en su crecimiento.

Sin embargo su carácter no pareció verse afectado por ello, a pesar de las burlas por su cojera. Al contrario, fue gracias tal vez al apoyo físico y emocional de su padre, el alemán Wilhelm Kahlo, primer fotógrafo oficial del patrimonio cultural mexicano, con quien solía ir de excursión y quien, además de ejercitarla físicamente, la enseñó a utilizar la cámara, el revelado y el retoque fotográfico.


Mis abuelos, mis padres y yo. Una obra sin terminar que comenzó a pintar en la década de 1940 y continuó trabajándola hasta el final de su vida

Tras obtener el certificado de la Oberrealschule, en el Colegio Alemán de México en 1922, la joven rebelde que ya era Frida se matricula en la Escuela Nacional Preparatoria en la que, tras superar los difíciles exámenes, se convierte en una de las 35 chicas admitidas de un total de dos mil alumnos. ¿Su idea? Cursar estudios de Medicina.

En la institución forma parte del grupo de los “Cachuchas”, una de las tantas pandillas intelectuales, caracterizado por su pasión por la lectura y, sobre todo, su identificación con las ideas nacionalistas del escritor José Vasconcelos, fundador del Ministerio de Educación, defensor de la revolución mexicana desde sus inicios y principal promotor de la pintura muralista del país azteca.

Frida, que por la época solía vestir de muchacho, se enfrentará nuevamente a la tragedia el 17 de septiembre de 1925, en el accidente que cambiaría su vida. Ese día, dos meses después de cumplir los 18 años, el autobús en que viaja con uno de sus compañeros choca con un tranvía, dejando varios muertos.

Tres fracturas en la columna vertebral y dos costillas, daños en su pelvis, pierna y pie derecho, clavícula y hombro izquierdo, fue el diagnóstico que la obligó a guardar cama durante tres meses. Pero los dolores que sufre todavía un año después revelan una fractura inadvertida en la zona lumbar, cuya curación le exige el uso de corsés durante otros nueve meses.

Es esa larga convalecencia la que enrumbará su vida hacia la pintura. “Creí tener energía suficiente para hacer cualquier cosa en lugar de estudiar para doctora. Y sin prestar mucha atención, empecé a pintar”, escribirá más tarde al crítico Antonio Rodríguez.

Su madre, Matilde Calderón, manda construirle un caballete en la cama para facilitarle el ejercicio de la pintura. Ya había tomado clases de dibujo con un amigo del padre, y sus primeros retratos denotan una tendencia art nouveau que pronto será desterrada por temas y motivos tomados de la tradición popular mexicana: el retrato del siglo XIX, los ex votos religiosos y el mundo precolombino.


Autorretrato con Collar de Espinas, una de sus obras más conocidas (1940). De sus 143 obras más de 50 son autorretratos

El autorretrato y, sobre todo, la narrativa de su azarosa vida, expresada en un vocabulario y sintaxis propios, sobre la base de una misteriosa y personal simbología, constituyen “el estilo Frida Kahlo”. Un estilo que además llevará en sí misma, en su vestuario, peinado y accesorios, como una toma de posición y reconocimiento de la cultura popular mexicana. “Me retrato a mí misma porque paso mucho tiempo sola y porque soy el motivo que mejor conozco”, explicaría más tarde.

Su tormentoso matrimonio con Diego Rivera, uno de los más connotados representantes de la pintura muralista, es uno de los aspectos más explotados en la vida de Frida Kahlo. Una relación que conocería un divorcio y dos matrimonios, dos abortos, infidelidades y otros escándalos. Veintiún años los separan y una diferencia física que ella retrata destacando la corpulencia de él frente a la fragilidad de ella.

En 1930 viajan a Estados Unidos, donde el interés por el “renacimiento mexicano” era grande, y durante los tres años que allí viven el trabajo de Frida es objeto de creciente interés, y muestras que constituyen la plataforma de su lanzamiento internacional la convierten en la primera pintora latinoamericana en exponer en ese país. Posteriormente viajará a Francia, donde los surrealistas la reclaman como suya, aunque ella sostiene que su arte no proviene del sueño, sino de realidades muy concretas.

Pero la desgracia no parece querer abandonar su castigado y sufrido cuerpo. Con problemas cada vez más graves en la columna, es operada siete veces entre 1950 y 1951, Además, cuatro dedos de su pie derecho deben ser amputados ese año por la gangrena. En 1953, cuando Lola Alvarez Bravo le organiza la primera individual en México, tuvieron que instalar una cama en la galería para que la artista pudiera estar presente. Ese año su pierna derecha es amputada y, aunque podía volver a caminar con una prótesis, cayó en una profunda depresión que la hacía pensar incluso en el suicidio.

Finalmente, el 13 de julio de 1954, siete días después de su 47º cumpleaños, falleció de una embolia pulmonar. En el Palacio de Bellas Artes le rindieron honores, en un suceso tampoco exento de polémicas.

Al día siguiente, sus restos fueron cremados, cumpliendo su deseo.