La maravilla de los tinajones
Por Evarísto Marín: En Barcelona aún conservan un tinajero construido para José Tadeo Monagas. Se recuerda que Arismendi y su estado mayor acompañaban el almuerzo con el agua de una vasija de barro
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El agua es una gran bendición. Los colirios de Medarda Monasterios eran agua bendita para los ojos enfermos en nuestro Valle de Pedro González.

Para sus colirios, Medarda filtraba el agua de los manantiales, utilizados también por Braulio Alfonzo para su aguardiente El Tanque, en las faldas del cerro La Aguada. Cuesta arriba, ese era el camino hacia La Estancia de los Monasterios, en La Rinconada de Paraguachí.

¡Qué divino y fabuloso sortilegio! Los ojos irritados por el aguardiente se aliviaban con aquellos colirios elaborados con el agua que don Braulio mezclaba, con caña de azúcar, para bajar los grados alcohólicos de su exquisito ron.

Con sus aguas medicinales, Medarda curaba la ceguera, ahora mentada conjuntivitis. Con hierbabuena y pasote, orégano, fregoza, tuatúa, albahaca y otras plantas, ella salvó la salud de mucha gente. Andrés Hernández Murguey en Porlamar y Pedro Rejón en Juangriego eran en esa época grandes boticarios de Margarita.

Un modelo de los antiguos tinajeros / Foto @marinesp

Fue común ver helechos y plantas acuáticas sobre las rugosas piedras donde se destilaba, gota a gota, el agua que refrescaba la ancestral sed margariteña. Con el tiempo, muchos tinajeros pasaron a ser adorno, pero aún hoy son muchas las familias que prefieren el agua fresca del tinajón a la muy helada de la nevera.

En la Playa de Pedro González, Catungo Rojas y Mercedes Moreno, añadieron ciriales marinos (corales) a su piedra de destilar. “Con esa agua, el papelón con limón era más sabroso”, me dijo hace poco Glenys Pino en Miami.

Columba Ferrer nos mostró en Carúpano una vasija de larga herencia familiar. “Mi abuela Norberta Viñoles decía que tomar agua de tinajón espanta la gripe”. El historiador José Eduardo Guzmán Pérez reveló que en su casa de Barcelona conservan un tinajero construido en 1848 por el francés Jules Dolermond para su tatarabuelo José Tadeo Monagas. Sorpréndase, acabo de ver en Margarita la piedra donde filtraban el agua para Rómulo Betancourt, en la casa de playa de los Oropeza Castillo, en Marigüitar, su lugar secreto de descanso en la costa de Sucre.

Casi siempre esos tinajones estaban en los patios de antiguas casas. El tinajón que se le rompió a la abuela de José Ramón Villarroel y que éste popularizó con su torrentosa voz de galeronista “estaba en un rincón de la cocina”. La abuelita de José Ramón solo tenía “una piedrita de moler, donde oscurito tequenaba la masa” y hasta el viejo fogón se le cayó.

Un dibujo de Enrique Hidalgo para su libro de poesía infantil Canción del agua buena / Foto Archivo E.M.

Las penurias con el agua en Margarita son de muy antigua data. Uno de los oficiales de la legión británica, llegados en 1815 para sumarse a la guerra de la Independencia, se confesó asombrado de ver al jefe patriota, general Arismendi, compartir el almuerzo con su estado mayor en un platanal, bajo una mata de níspero. Los platos y la tinaja para el agua eran de barro, elaborados por alfareros de El Cercado, vecindario muy cercano a la Villa de El Norte, donde estaba el cuartel patriota, según el libro La historia de Alexander Alexander escrita por él mismo.