Carros por catálogo compraban los trabajadores petroleros
Por Evarísto Marín: “Uno tenía su automóvil en 60 días, en Guanta o en Caripito, embalado de fábrica, dentro de una caja de madera”, decía Luis González, capataz de los primeros pozos en Jusepín
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Los trabajadores petroleros venezolanos fueron grandes privilegiados. Eran los mejores pagados. También eran los únicos en el país que vivían en confortables campamentos habitacionales, con los mejores servicios hospitalarios, escuelas, comisariatos, clubes sociales, áreas deportivas y casas con gas directo, teléfono y luz eléctrica, todo completamente gratis. En Caripito primero y en San Tomé poco después, tuvimos aeropuertos petroleros, con seguras pistas de asfalto. 

En los comisariatos de Creole, Socony, Shell o Mene Grande, con una simple tarjeta sellada por la oficina de relaciones laborales, todo se podía comprar a precios muy por debajo de los de cualquier mercado. Esos tiempos de la lata de leche, de la mejor marca, a Bs 4, no fueron una película de vaqueros.
Fui alumno de segundo grado en la escuela “José María Vargas” (Jusepín, Creole, 1946) y de tercer grado en Socony Nro. 1 (Anaco, Socony Vacuum, 1947). Estudiábamos en salones espaciosos, con ventiladores de techo. Teníamos comedor y los libros y útiles escolares eran suministrados sin costo.
Cuando la Segunda Guerra Mundial llegó a su fin en 1945 y las fábricas norteamericanas de vehículos, reiniciaron en grande su producción, la subsidiaria de Creole –Standard Oil Company– facilitaba catálogos a sus trabajadores para que estos escogieran a su gusto, importados de fábrica y a precio de costo, neveras, lavadoras y hasta bellísimos carros último modelo.

En los años cuando no se ensamblaban en el país, comprar un carro era de lo más fácil para un trabajador petrolero. Bastaba escoger marca, color y modelo. La compañía se lo traía desde Estados Unidos, por barco, hasta Caripito o Guanta. El trabajador podía cancelar el valor de un carro, con la mitad o menos de lo que percibía cada año en utilidades. O sencillamente ordenaba que le descontaran semanalmente una cuota, en proporción a su salario.
“Uno tenía su automóvil, a veces en menos de sesenta días, embalado de fábrica, dentro de una gran caja de madera”, se ufanaba en decir Luis González, capataz de los primeros pozos perforados en Jusepín.

Gran fumador de tabacos, aquel alto y fornido margariteño del Valle de Pedro González, conocido por muchos con el apodo de “Luis Petit”, llegó a ser en los campos de la Standard (Esso) en el Zulia, el primer trabajador petrolero venezolano que llegó a ocupar el cargo de jefe de perforación, en 1940. Hasta entonces ese cargo solo fue ocupado por petroleros norteamericanos.

Mi tía Vidalina Mata, su esposa, se convirtió de esa manera en la propietaria del primer Oldsmobile, modelo 1946, de gran lujo que rodó por las carreteras petroleras de Monagas. Lo habitual, sin embargo, era ver a ese carrazo bajo una lona en la cual una gran gata, supongo que siamesa, de ojos muy verdes, retozaba perezosamente. Yo la veía inmóvil, con su larga cola y aquellos luminosos ojazos. Llegué a creer que era una gata de yeso hasta que se me ocurrió agarrarle la cola. Todavía recuerdo el gran arañazo.