Al buscar poner punto final a la Revolución Reagan y a la Guerra contra el Terror, Biden ha demostrado tener la consistencia de un gran Presidente
Biden: Entre Reagan y Johnson
      A-    A    A+


Por Alfredo Toro Hardy


Lyndon Johnson fue un Presidente muy especial. Su programa de gobierno doméstico, conocido como la “Gran Sociedad”, fue responsable de implementar el más completo paquete de legislación social en la historia de Estados Unidos. En materias tales como derechos civiles, seguridad social, lucha contra la pobreza, educación y vivienda de bajos costos, su Administración resultó revolucionaria. En términos de transformaciones alcanzadas, su “Gran Sociedad” solo es comparable, en el siglo XX, al “New Deal” de Franklin D. Roosevelt. A Johnson correspondió colocar al Estado en el epicentro del proceso político estadounidense.

Ronald Reagan dio un viraje de 180 grados en relación a las grandes transformaciones llevadas a cabo por Johnson. Durante su presidencia, en efecto, una revolución de signo contrario tuvo lugar: el Estado fue relegado al desván de las antigüedades inservibles. Bajo la concepción implantada por Reagan, el Estado dejaba de ser visto como fuente de las soluciones a los problemas de la sociedad para transformarse en el problema mismo de ésta. El impacto tenido por sus políticas se extendió mucho más allá de su período, logrando incluso cooptar en su totalidad a la presidencia Demócrata de Bill Clinton y en importante medida a la de otro Demócrata: Barak Obama.

El mayor significado de la presidencia de Joe Biden es que este encarna al anti Reagan. Sus esfuerzos por volver a colocar al Estado en el centro de la vida política estadounidense podrían adquirir también una connotación de auténtica revolución política, de no ser porque a diferencia de Johnson y Reagan su control sobre el Congreso resulta tenue. Mientras aquellos pudieron contar con el respaldo de amplias mayorías parlamentarias, Biden cuenta apenas con pocos escaños de ventaja en la Cámara de Representantes y con un empate en el Senado, sólo superable a través del voto de la Vicepresidenta. Más aún, no cuenta con los diez escaños de ventaja en el Senado que le permitirían imponer reformas ambiciosas (superando así el obstáculo impuesto por la tradición). A ello se suma el que dos de los senadores demócratas se asocien con más frecuencia con iniciativas Republicanas que con las de su propio partido. Todo esto en medio de una alta posibilidad de que en año y medio los Republicanos se hagan con el control de una o de ambas cámaras legislativas.

Así las cosas, aunque en el plano doméstico Biden comparte las convicciones de Johnson y de haber sido otras sus circunstancias bien hubiese podido emularlo en términos transformacionales, la diferencia que los separa es grande. Johnson contaba con el Congreso, Biden no. Sin embargo, entre Johnson y Biden hay también otra diferencia fundamental.

Johnson, aparte de los logros de su “Gran Sociedad”, fue también el principal artífice de la Guerra de Vietnam y de los excesos que ésta conllevó. Convencido de que sus reformas domésticas se verían afectadas si no enfrentaba el reto representado por Vietnam, decidió ampliar masivamente la participación estadounidense en el conflicto de aquel país. Según sus palabras: “Si no respondo a este reto no podré librarme del Congreso. Ya no hablarán de mis iniciativas en materia de derechos civiles o de educación. No harán sino hablarme de Vietnam. Hasta la saciedad” (Citado por I.M. Destler, Leslie Gelb, Antony Lake, Our Own Worst Enemy, New York, 1984).

Habiendo heredado una presencia militar en Vietnam de catorce mil efectivos, Johnson la elevó a medio millón de soldados. El resultado de ello fue traumatizar hasta los tuétanos a la sociedad estadounidense, opacando sus inmensos logros en política doméstica. Vietnam destruyó una presidencia cuyas transformaciones en materia social hubiesen podido colocarla entre las más importantes de la historia estadounidense. La inseguridad de Johnson en el plano internacional y el haberse dejado arrastrar por una guerra en la que no creía, fueron responsables de ello.

Biden, en cambio, ha mostrado la valentía necesaria para retirar a las tropas estadounidenses de otra larga guerra en la que tampoco creía. Sus razones fueron las opuestas a las de Johnson: Poder concentrar las energías del país en la resolución de sus problemas fundamentales, removiendo un factor de distracción y desgaste. Con ello cerraba el capítulo de la Guerra contra el Terror iniciado hace dos décadas por George W. Bush y que costó al país la exorbitante cantidad de 6 millones de millones de dólares.

El impacto combinado de los gastos de la Guerra contra el Terror y de la Revolución Reagan (que sustrajo al Estado de la satisfacción de necesidades domésticas básicas), han dejado a Estados Unidos en situación vulnerable. En áreas como educación o infraestructuras, el país evidencia un rezago importante frente a sus contrapartes del mundo desarrollado. Al buscar poner punto final a la Revolución Reagan y a la Guerra contra el Terror, Biden ha demostrado tener la consistencia de un gran Presidente. El que pueda tener éxito en sus ambiciosas reformas será ya otra consideración.





Ver más artículos de Alfredo Toro Hardy en