Autor que conservará intacta la membresía en el olimpo de las letras, deja obras inagotables en las cuales beber sin límite de tiempo
Guillermo Sucre, el verbo de(l) duelo
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Por Faitha Nahmens Larrazábal


Vara alta.

La mente guarnecida de ideas y razones, y un andar elegante que nunca abandonó, inteligente y delgado, como si las sabidurías se hubieran organizado para constituirse en faro o en torre de marfil, Guillermo Sucre se pareció a la palabra línea, apolínea y con acento que muestra de entrada la verticalidad. También a la palabra filo, clavada con cuchillos que crujen la exactitud; sin concesiones ni embelecos, preciso y poseedor de una lógica aplastante, el polemista que no le rehuiría a la confrontación (son recordadas sus polémicas literarias y diatribas particulares con Miguel Otero Silva, Juan Liscano, Roberto Juarroz, Pablo Neruda) detentará una fama bien ganada de genio malgeniado. “Claro que Guillermo es un hombre difícil pero no hay que olvidar a los griegos: la soberbia puede que sea un pecado capital pero es una conducta de los dioses por excelencia”, confiaría Adriano González León a la revista Exceso. Ensayista de culto, considerado como el qué más sabría de poesía en la región, su obra cumbre La máscara, la transparencia lo catapulta al olimpo de las letras donde será un príncipe (no extrañará, nobleza mediante, su devoción por María Fernanda Palacios). El crítico mexicano Christopher Domínguez Michael diría: “No quedará duda que La máscara, la transparencia es uno de los libros críticos capitales en la historia de la lengua; un tratado de esas proporciones, de ese calado, de esa negativa a pactar con las modas que asfixiaban a la literatura cuando fue escrito, parece irrepetible: en cuanto a nuestra poesía en el siglo XXI, no tenemos nada igual. Es como si Sucre hubiese cerrado para nosotros la puerta de la Edad de la Crítica, y arrojado la llave al río”. No es arriesgado suponer que habitará siempre la palabra soy. La ese es la sensualidad que albergaría en su sentir y disentir. La o es la opción por la que se decanta sin ambages. La ye es el embudo que contiene la búsqueda, los viajes, los encuentros, las lecturas y lo escrito. “La obra de Sucre es un bien de la lengua española. O de la lengua, sin más”, dirá Sandra Caula.



Dicho y hecho

Las palabras lo hipnotizan, así como las ideas que, cual castillos, puede construir con ella. Profundas, sabias, proferidas sin reparar si se filtra el sarcasmo, son su pasión. Las esculca y las desviste, sean propias o ajenas, hasta que les extrae la entraña: parecen volverse trasluz entre sus dedos. Fundador de Sardio, grupo literario en el que participan Ramón Palomares, Salvador Garmendia y Adriano González, la peña se concretará en revista de referencia: ocho ediciones históricas, para su realización se suman Rodolfo Izaguirre y Elisa Lerner, y colaboradores de la talla de Alejo Carpentier y Octavio Paz, quien a su vez invita a Guillermo Sucre a colaborar en las suyas: Vuelta y Plural. La firmal de director de la celebérrima revista venezolana Imagen en realidad estará estampada en las más señeras publicaciones literarias de difusión continental, léase Revista Iberoamericana y Eco. Y será invitado asimismo a participar en los libros de estudios colectivos América Latina en su literatura y Aproximaciones a Octavio Paz. Fue además un crítico de tronío (Borges, el poeta, trabajo de ascenso que se publica en México y en Caracas, es una obra de varios volúmenes que refulge y sería traducida al francés) y un insigne traductor (André Breton, Saint-John Perse, William Carlos Williams y Wallace Stevens están en español por él). Podría decirse de quien fuera director literario de la editorial Monte Ávila que no hubo instancia vinculada a la escritura, pues, que no explorara, que no hiciera suya, que le fuera ajena. Impecable e implacable, su currículo está calado de tinta.



Toda la clase

Genio y figura, nacido en el estado Bolívar (Tumeremo, 15 de mayo de 1933-Caracas, 22 de julio de 2021) y descendiente del mariscal Antonio José de Sucre —tendría como herencia el heroico sable que sacaría a relucir en reuniones— es hermano de Juan Manuel (militar), Leopoldo (el apodado zar de Guayana en tiempos en que la industria metalúrgica era productiva y un emporio complejo), José Francisco Kico (diplomático), Antonio y Cruz Ana Sucre Figarella. Su padre muere cuando él tiene apenas un año. El Orinoco, ese personaje soberbio de nuestra identidad, podría haber devorado al hombre que tiene los derechos en regla para administrar una mina de oro; descartar sin embargo la posibilidad de que muriera ahogado en su anchuroso caudal. Que no, que tampoco fue en un incendio. El diría que solo sabe que cuando estaba rindiendo frutos aquella mina, el padre se enfermó y murió de manera vertiginosa y que tuvo la familia que apañárselas, hacer más austera su cotidianidad, hasta llegar a Caracas. Estudia en la Central donde después será profesor, igual que de la Simón, donde funda la maestría en Literatura. Reflexivo y a la vez capaz de la desmesura, con aires a Humphrey Bogart, el yerno de Rufino Blanco Fombona enviuda y encauza sus devociones hacia aquella de cabello negrísimo, sabores y saberes, la palabra como pálpito. Ella dirá: es tan fácil amarlo.

Demócrata incondicional

Socialdemócrata y adeco, fue opositor sin ambages a la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, posición que lo condujo a la cárcel: Mientras suceden los días es el poemario que recoge su experiencia del exilio. Autor de Borges, el poeta, La vastedad, Serpiente breve, En el verano cada palabra respira en el verano, Antología de la poesía hispanoamericana, La mirada y La máscara, la transparencia, compartirá celda con Manuel Caballero, Jesús Sanoja Hernández y Rafael Cadenas, con quien recibirá el Honoris Causa que en 2020 les otorga la Simón —también se lo otorga la Central— acto académico que cerrará diciendo: “Para pasar el tiempo jugábamos a decir poemas de memoria y a partir de ellos crear otros poemas modificados por nuestra memoria”. Tras ser exiliado en Chile, regresa a Venezuela como prisionero político —condición en la que permanece hasta 1958—; pero no por ello menos afanado en la recuperación de la democracia. “Un intelectual debe ser una persona comprometida con la democracia, aunque sea muy pasivamente, una persona que no apoye nunca regímenes de fuerza o arbitrarios”, le dirá años después a Diego Arroyo Gil. Y la democracia será una confirmación de consciencia. La apuesta del intelectual deberá ser con la propia. ¿No es eso, a fin de cuentas, lo que acerca la soledad de un hombre a la soledad de los demás? ¿Y no es precisamente ese acercamiento, esa cercanía, lo que hace entrañable a un escritor? “Yo tenía amigos que estaban en la guerrilla que me pedían que intercediera de algún modo: los ayudaba pero les decía que estaban equivocados”, le dice a la filósofa Sandra Caula en Prodavinci. “Es verdad que al comienzo uno se emocionó con Fidel, con Raúl, con el Che Guevara, pero después aquello era fusilamiento tras fusilamiento tras fusilamiento. Además, la guerrilla combatía a Betancourt, que había sido electo popularmente y era un gran líder”, recordaría. “Juan Manuel, mi hermano mayor, era militar, pero estuvo contra el golpe a Gallegos en el 48. En mi familia todos eran civilistas, y yo heredé eso”. Criticará sin ambages a los intelectuales que apoyaron o le hicieron el juego al alzamiento militar que vapuleó a Carlos Andrés Pérez. No hayó otra razón que la de los rencores personales que le tenían.



Catedrático eterno

“El arma secreta del totalitarismo es emponzoñar con odio toda la trama espiritual del hombre, generando, a su vez, la vanidad del odio, es decir, apostar a ser el más radical en el odio al adversario”, dirá en esa tete a tete con Caula quien siempre dictará cátedra. “Oponerse al fanatismo es oponerse al extremismo intolerante. La esencia del fanatismo consiste en el deseo de obligarnos a cambiar y así redimirnos. En verdad, una manera de curar el fanatismo o impedir que nos volvamos fanáticos es leer textos como los de Amos Oz. A pesar de haber vivido en una atmósfera de fanatismo, él es un maestro de la concordia, de la simpatía, y también del humor”. En el espejo civilista se verá Sucre de cuerpo entero; en el perfil sutil que él mismo traza de Oz acaso no tanto, aunque al final los amantes de la libertad se reconocen. A Sucre lo seguiremos reconociendo todos.


Crédito de fotos: Federico Prieto




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