Para Yurbin Rodríguez Estrada, que tantas veces me invitó a “La Trinidad de Orichuna”, el hato de su abuelo José Natalio Estrada, para visitar la tumba de Pancha Vásquez, en cuya historia se inspiró Gallegos
Para recordar a Rómulo Gallegos
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Por Horacio Biord Castillo


Rómulo Gallegos nació en Caracas el 2 de agosto de 1884 y murió en su ciudad natal el 5 de abril de 1969 a los 84 años. Escribió gran parte de su obra narrativa y, en especial, sus novelas como una manera de precisar y visibilizar los problemas del país. En él las facetas de maestro y escritor se unieron y lo llevaron a la política, como una vocación de servicio y de redención social. Esa actitud noble en su motivación nada tenía que ver con las ansias de poder, el caudillismo ni el mesianismo, pese al ascendiente que había logrado en Venezuela y el mundo hispanohablante gracias a su obra, principalmente Doña Bárbara. Esta novela, publicada en 1929, fue leída en Venezuela y América toda mediante tres enfoques: telúrico, civilizatorio y político.

El enfoque telúrico posibilitó una interpretación en clave de canto lírico y épico. El paisaje se convierte en un elemento estructurador de la historia. El Llano y sus escenarios, las sabanas, los ríos, la flora, la fauna, las faenas llaneras son referidas con emoción poética, como puede colegirse de los siguientes fragmentos:

“¡Ancho llano! ¡Inmensidad bravía! Desiertas praderas sin límites, hondos, mudos y solitarios ríos!” (I, 1);
“Se ocultó por fin el sol, pero quedó largo rato suspendido sobre el horizonte el lento crepúsculo llanero en una faja de arreboles sombríos, cortados por la línea neta del disco de la llanura, mientras en el confín opuesto, al fondo de una transparente lontananza de tierras mudas, comenzaba levantarse la luna llena. Se fue haciendo más y más brillante el fulgor espectral que plateaba los pajonales y flotaba como un velo en las hondas lejanías” (I, 5);

“y entretanto, afuera, los rumores de la llanura arrullándole el sueño como en los claros días de la infancia: el rasgueo del cuatro en el caney de los peones, los rebuznos de los burros que venían buscando el calor de las humaredas, los mugidos del ganado en los corrales, el croar de los sapos en las charcas de los contornos, la Sinfonía persistente de los grillos sabaneros, y aquel silencio hondo, de soledades infinitas, de llano dormido bajo la Luna, que era también cosa que se oía más allá de todos aquellos rumores” (I, 5).

El tratamiento poético del entorno ambiental elevó el Llano a categoría de paisaje bucólico a pesar de la visión sombría que pudiera inferirse del recurso de la prosopopeya, del que es un claro ejemplo el tremedal como personalización de las fuerzas destructivas y aniquiladoras de la voluntad y los sueños. El lirismo va acompañado de una visión épica: “¡Ancha tierra, buena para el esfuerzo y la hazaña” (I, 8) y “aquella raza de hombres sin miedo que había dado más de un centauro a la epopeya, aunque también más de un cacique a la llanura” (I, 2). La alusión al general José Antonio Páez, llanero de nacimiento y formación, y a sus llaneros, quienes tuvieron una participación decisiva en la guerra de independencia, es obvia. El tema del centauro es, sin embargo, motivo de una profunda reflexión durante el encuentro entre los primos contrapuestos: Lorenzo Barquero y Santos Luzardo.

El enfoque civilizatorio seguía una larga tradición de la literatura hispanoamericana, una de cuyas cumbres es sin duda la obra Civilización i Barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga (1845), más conocido como Facundo: Civilización y barbarie, del argentino Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888). En ella Sarmiento aborda la vida del caudillo Juan Facundo Quiroga (1788-1835) y contrapone los modos de vida rural y urbana para modelar la barbarie y la civilización, respectivamente. Gallegos retoma la idea y la plantea en una especia de tautología al hacer exclamar a Santos Luzardo: “Lo que urge es modificar las circunstancias que producen estos males: poblar. Mas para poblar: sanear primero, y para sanear: poblar antes ¡Un círculo vicioso!” (I, 2).

Santos Luzardo se debatía entre sus sentimientos de amor al terruño y sus ideas de progreso: “Por el trayecto, ante el espectáculo de la llanura desierta, pensó muchas cosas: meterse en el hato a luchar contra los enemigos, a defender sus propios derechos y también los ajenos, atropellados por los caciques de la llanura, puesto que Doña Bárbara no era sino uno de tantos; a luchar contra la Naturaleza: contra la insalubridad que estaba ni aniquilando la raza llanera, contra la inundación y la sequía que se disputan la tierra todo el año, contra el desierto que no deja penetrar la civilización” (I, 2).

La llanura, el modo de vida rural en la concepción de Gallegos, se vuelve aniquilador. Lorenzo Barquero exclama; “¡La llanura! ¡La maldita llanura, devoradora de hombres!” (I, 10). Al referirse a Lorenzo Barquero, Santos Luzardo expresa: “Realmente, más que a las seducciones de la famosa Doña Bárbara, este infeliz ha sucumbido a la acción embrutecedora del desierto” (I, 10).

El Llano hermoso, “bella y terrible a la vez” como es la llanura, guarda espejismos, confusiones y destrucción, como insiste Lorenzo Barquero: “Ya Lorenzo había sucumbido, víctima de la devoradora de hombres, que no fue quizá tanto Doña Bárbara cuanto la tierra implacable, la tierra brava, con su soledad embrutecedora, tremedal donde se había encenegado aquel que fue orgullo de los Barqueros, y ya él [Santos Luzardo] había comenzado a hundirse en aquel otro tremedal de la barbarie, que no perdona a quienes se arrojan a ella. Ya él también era víctima de la devoradora de hombres. Lorenzo había terminado; ahora comenzaba él” (III, 11).

Las condiciones socioeconómicas y políticas prevalecientes en la Venezuela que recibe a Doña Bárbara determinan la lectura política que se hizo de ella en cárceles y círculos intelectuales. Al general Juan Vicente Gómez le gustó la novela o, por instinto político, intuyó que podía coadyuvar a la desestabilización del régimen y por ello le ofrece a Gallegos una senaduría por Apure. La figura del jefe civil Ño Pernalete y una interpretación inmediata y hasta superficial del personaje Doña Bárbara podían difamarlo a él y a su gobierno. Gómez, entonces, en la lectura política de Doña Bárbara es asimilado a la barbarie, él a la figura de la cacica que cambia las leyes a su conveniencia y su régimen al autoritarismo y a la pobreza del país, valga decir, un país esencialmente agrícola y en vísperas de la transformación que iniciaría luego la explotación petrolera.

Santos Luzardo pasaría a emblematizar la civilización. En la visión galleguiana, Luzardo representaba una visión moderna del país, de cambio social orientado a la producción y al progreso. Antonio Sandoval, hijo del viejo Melecio, ambos representantes en la novela de la lealtad a la familia Luzardo expresa ante las críticas de Santos Luzardo al “cachilapeo” (apropiarse de los “cachilapos” o ganado cerril) y a la ausencia de cercas para demarcar las propiedades territoriales:

“- Puede que usted tenga razón, pero para eso sería menester cambiar primeramente el modo de ser del llanero. El llanero no acepta la cerca. Quiere su sabana abierta como se la ha dado Dios, y la quiere, precisamente para eso: para cachilapear cuanto bicho le caiga en el lazo. Si se le quita ese gusto se muera de tristeza. Un llanero está contento cuando puede decir: hoy cachilapié tantas reses y no importa que su vecino esté diciendo allá lo mismo, porque el llanero siempre cree que sus bichos están seguros y que los que se coge el vecino son de otro.
No obstante, Luzardo se quedó pensando en la necesidad de implantar la costumbre de la cerca. Por ella empezaría la civilización de la llanura, la cerca sería el derecho contra la acción todo poderosa de la fuerza, la necesaria limitación del hombre ante los principios.
Ya tenía, pues, una verdadera obra propia de un civilizador: hacer introducir en las leyes del Llano la obligación de la cerca. Mientras tanto, ya tenía también unos pensamientos que eran como ir a lomo de un caballo salvaje, en la vertiginosa carrera de la doma, haciendo girar los espejismos de la llanura. El hilo de los alambrados, la línea recta del hombre dentro de la línea curva de la Naturaleza, demarcaría en la tierra de los innumerables caminos, por donde hace tiempo se pierden, rumbeando, las esperanzas errantes, uno solo y derecho hacia el porvenir.
Todos estos propósitos los formuló en alta voz, hablando a solas, entusiasmado. En verdad, era muy hermosa aquella visión del Llano futuro, civilizado y próspero, que se extendía ante su imaginación.

Era una tarde de sol y viento recio. Ondulaban los pastos dentro del tembloroso anillo de aguas ilusorias del espejismo, y a través de los médanos distantes y por el carril del horizonte, corrían, como penachos de humo, las trombas de tierra, las tolvaneras que arrastraba el ventarrón.
De pronto, el soñador ilusionado de veras en un momentáneo olvido de la realidad circundante, o jugando con la fantasía, exclamó: ¡El ferrocarril! ¡Allá viene el ferrocarril!

Luego sonrió tristemente, como se sonríe al engaño cuando se acaban de acariciar esperanzas tal vez irrealizables; pero después de haber contemplado un rato el alegre juego del viento en los médanos, murmuró optimista:
– Algún día será verdad. El Progreso penetrará en la llanura y la barbarie retrocederá vencida. Tal vez nosotros no alcanzaremos a verlo; pero sangre nuestra palpitará en la emoción de lo quien lo vea” (I, 11).

Ya al final de la historia ficcional se acota que “Llegó el alambre de púas comprado con el producto de las plumas de garza y comenzaron los trabajos. Ya estaban plantados los postes, de los rollos de alambre iban saliendo los hilos, y en la tierra de los innumerables caminos por donde hace tiempo se pierden, rumbeando, las esperanzas errantes, el alambrado comenzaba a trazar uno solo y derecho hacia el porvenir” (III, 15).

Esta visión de Santos Luzardo y sus ideas de progreso, incluso frente al pensamiento de las poblaciones locales, sus saberes, haceres y expectativas, puede resultar aleccionadora. Gallegos construyó a su personaje no solo proyectando en él sus propias ideas sino los pensamientos de muchos políticos y académicos, jóvenes estudiantes y líderes políticos (contrarios o no al gomecismo), una élite intelectual. En el personaje, como sucede en el de doña Bárbara, se conjugan interesantes contradicciones sociales.

Investigaciones recientes de campo nos muestran los problemas que ocasionan las cercas entre poblaciones con valores colectivos y comunales de aprovechamiento de las tierras(1). La visión del progreso subordinado a un desarrollo convencional, sin tomar en cuenta las realidades locales y a sus poblaciones, será solo una forma más de dominación.

Hoy Santos Luzardo, en momentos en que vemos cómo gobiernos populistas y autoritarios campean y surgen en América Latina, casi cien años después de escrita la novela Doña Bárbara, nos enseña que cualquier proyecto político para que sea exitoso y sostenible en el tiempo debe ante todo considerar las realidades sociales de un país y elaborar un proyecto inclusivo. Imponer ideas, modos y formas de producción desdeñando las locales, basadas en costumbres y conocimientos inveterados, sería reproducir modelos poco democráticos y orientados a perpetuar la condición subalterna de determinados grupos sociales.

Si queremos construir un país inclusivo, no podemos imponer un modelo, de la índole que sea.s
(1) Esto lo he documentado en trabajos de campo entre diversas poblaciones indígenas de Venezuela, especialmente en los estados Anzoátegui y Bolívar. Véase el trabajo de Abel Perozo Díaz: El conflicto de las cercas. Tenencia de la Tierra en Caicara del Orinoco, municipio Cedeño, estado Bolívar. Trabajo de grado presentado como requisito parcial para optar al título de Magister Scientiarum en Biología, mención Antropología. Centro de Estudios Avanzados. Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas. Caracas, 1986. El autor estudia conflictos generados por el cercado de terrenos, el impedimento de los derechos de paso y de uso. Recuérdese, por ejemplo, los casos de Caño Guanay (estado Amazonas) en 1984 y los persistentes problemas en Apure que afectan a los indígenas cuivas, jivis y yaruros y en el Zulia (Sierra de Perijá) a los yukpas y baríes.

Investigador, escritor y profesor universitario.


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