La llamada Trampa de Tucídides señala que cuando una gran potencia emerge y otra declina, la guerra es lo habitual
La Tercera Guerra Mundial
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Por Alfredo Toro Hardy

El mundo confronta dos escenarios susceptibles de crear las condiciones para el surgimiento de la Tercera Guerra Mundial. Uno al Este de Europa. El otro al Este de Asia. El primero es resultante de la contracción geopolítica sufrida por un actor fundamental. El segundo, de la expansión geopolítica de otro. Rusia se encontró durante casi tres décadas en un proceso de repliegue. Al momento del desplome de la URSS, Moscú pidió que se transformase a la Organización para la Seguridad y Cooperación Europea en guardiana de la seguridad europea. En su lugar esta función fue asignada a la OTAN, institución nacida para adversar a Rusia, la cual inició a partir de ese momento una expansión sistemática hacia el Este. Ello fue acompañado por la expansión en igual dirección de la Unión Europea. No satisfecho con este efecto tenaza sobre las antiguas áreas de influencia de Moscú, Washington desarrolló un conjunto de acciones en Asia Central y el Mar Caspio cuyo denominador común fue conducir a Rusia a una irrelevancia creciente.

Rusia se encontró así en retirada continua y en procura de poder salvaguardar un perímetro esencial de protección y defensa. La ausencia de una geografía que naturalmente la proteja, ha determinado que Rusia busque esta salvaguarda por vía de estados tapones y de la profundidad territorial. Mientras lo segundo le viene dado en sus propios espacios interiores, lo primero fue sistemáticamente socavado por Occidente. Ucrania resultó, sin embargo, un paso demasiado lejos.

El control de Ucrania por parte de Occidente hubiese puesto en manos de este, las grandes planicies por las que han penetrado a Rusia las sucesivas invasiones. Más aún, hubiese sustraido de la esfera de influencia de Moscú su única base naval contigua de aguas calientes. Según Henry Kissinger: “Ucrania fue parte de Rusia durante largo tiempo…Europa y Estados Unidos no entendieron el impacto de sus acciones…Ucrania siempre ha tenido un significado muy especial para Rusia y fue un error no haberlo comprendido” (“Interview with Henry Kissinger”, Spiegel Online, November 13, 2014). Como reacción a esta situación, Moscú pasó a la ofensiva. No sólo en Ucrania, sino en el marco general de su relación con Occidente, incluyendo allí las ciber campañas que han buscado desestabilizar al orden político establecido. Desde entonces las tensiones han estado al rojo vivo.

Al Este de Asia, el problema es el opuesto. Aquí la actitud expansiva de China determina el marco de referencia. En 1972 Pekín y Washington alcanzaron un acuerdo fundamental: EEUU reconocía al Partido Comunista como legítimo gobierno de China y este último aceptaba el liderazgo estadounidense en la región Asia-Pacífico. Ambas partes necesitaban de dicho compromiso. Para Pekín era la garantía de que Washington no se aliaría con Moscú en su contra, en momentos en que las tensiones de China con la Unión Soviética habían llegado a un punto álgido. Para Washington, ello brindaba la posibilidad de salir de la guerra de Vietnam sin que China explotase su debilidad. Dicho acuerdo brindó importantes dividendos a ambas partes. A partir de fines de la década de los setenta China pudo concentrarse en una política de crecimiento económico sin tener que desviar recursos o atención a una rivalidad estratégica con EEUU. Washington pudo dirigir su atención a otros escenarios, en la seguridad de que su liderazgo en esta zona del mundo no le sería disputado.

De ambos quien mayor beneficio obtuvo fue China. Ello le posibilitó alcanzar el mayor crecimiento económico en la historia documentada de la humanidad, compitiendo con EEUU por la supremacía económica y tecnológica. Más aún, le permitió revertir el inmenso declive sufrido durante el siglo de humillación comprendido entre 1842 y 1945, para recuperar el rango mundial que había detentado durante milenios. Para Pekín el acuerdo de 1972 resulta notoriamente desfasado. Lo contrario implicaría asumir una posición de subordinación permanente en una zona del mundo en la que, desde tiempos inmemoriales y hasta 1842, fue potencia hegemónica. Su aspiración es la paridad estratégica con Washington en la región Asia-Pacífico.

Para China los términos de este arreglo implicarían una división de las esferas de influencia dentro de la cual Estados Unidos quedaría relegado al Oeste del Pacífico. Lo anterior no es viable para Washington, no sólo porque aceptar una relación de paridad estratégica con China en el Pacífico le implicaría reconocer su declive, sino porque hacerlo en los términos a los que aspira Pekín le representaría un repliegue geoestratégico mayor. De ambos escenarios, el segundo es sin duda el más peligroso pues se enmarca dentro de la llamada Trampa de Tucídides. Según ésta, cuando una gran potencia emerge y otra declina la guerra es lo habitual. Según Grahan Allison, en los últimos cinco siglos se han presentado dieciseis ocasiones de emerger-declive de potencias y, en doce de ellas, la guerra ha sido el resultado natural (Destined for War, Boston, 2017).





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