El socialismo y su agenda de acción política lamentablemente siguen teniendo un buen lejos.
Un Cadáver Político muy Saludable
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Por Pedro Elías Hernández


Continúa ejerciendo una atracción fatal que se explica más por los persistentes vicios económicos, atraso y precariedad institucional que padecemos los latinoamericanos, que por el encanto propio de unas ideas emparentadas con el resentimiento y la envidia que yacen en la naturaleza humana.
Pocos meses después de haber obtenido Hugo Chávez su amplio triunfo electoral en diciembre de 1998, el escritor Mario Vargas Llosa escribió un premonitorio artículo sobre Venezuela con el título: “El suicidio de una nación”. Más de dos décadas después, algo similar está a punto de ocurrirle a su propio país.

Lo que deja muy claro el avance del movimiento de la izquierda marxista radical peruana liderado por el hasta hace poco desconocido maestro rural Pedro Castillo, es que el socialismo constituye un cadáver político muy saludable en América Latina.

Tal cosa sucede en una nación como Perú, que hasta la aparición de la pandemia arrojaba las más consistentes cifras de crecimiento económico de la región. Imantados por tan auspiciosa circunstancia, cerca de un millón de compatriotas venezolanos fueron a recalar con sus maletas y esperanzas de un mejor horizonte para sus maltrechas vidas a ese país andino.

Frente a cualquier pronóstico o mero sentido común, un considerable número peruanos han optado por cifrar sus deseos de cambio político y mejor futuro en un líder que profesa las ideas que prometen el peor de los futuros a pesar de la sólida evidencia histórica. El espejo venezolano sirve de poco y parece confirmar aquella conseja popular según la cual nadie escarmienta en el propio viendo desollar el pellejo ajeno. ¿Estatización de empresas y constituyente les suena familiar?

La alternativa frente a este infortunado pero certero disparo al piso que constituye el socialismo del siglo XXI como receta para el desastre económico, fue Keiko Fujimori, hija del expresidente peruano, que ha sido muy tenaz en su ambición presidencial por aquello de que “a la tercera va la vencida”, pero sobre la que pesa una acusación penal de parte de la fiscalía de su país por hechos de corrupción en el marco de los escándalos transfronterizos vinculados a la empresa de matriz brasileña Odebrecht.

¿Qué pasa que el socialismo, su ideario y sus líderes, sigue teniendo encanto para los pueblos en Latinoamérica sin que el desmentido de los hechos sirva para nada? Hay que echar una mirada a las formas en que se ha venido organizando la sociedad y sobre todo funcionando la economía en la mayoría de países en la región.
 
Durante muchos años se han venido aplicando modelos económicos populistas, socializantes y estatistas en esta parte del mundo, los cuales durante un tiempo fueron sustituidos por las recetas del llamado “consenso de Washington”. Estas recetas que decían orientarse a modernizar los arreglos institucionales y corregir los graves desequilibrios económicos en América Latina, se instrumentaron dejando intactos muchos de los males precedentes y vicios del pasado.
 
Entre esos males podemos identificar el corporativismo, tratamiento dado a la persona, no como individuo sino como perteneciente a una casta, grupo o asociación. Igualmente están los privilegios discriminatorios, que confieren prebendas a sectores según pertenezcan o no a una determinada corporación. Habría que mencionar también el mercantilismo de Estado, repartidor y árbitro supremo que da y quita favores, fomenta negocios y fortunas al amparo del poder político y no como resultado de la innovación empresarial y la competitividad económica. Otro de los problemas es la transferencia de riqueza ascendente desde los sectores más bajos de la población a las cúspides privilegiadas. Finalmente, la Ley como herramienta política al servicio de segmentos sociales instalados confortablemente en los presupuestos nacionales.

A este conjunto de males se le suele llamar incorrectamente capitalismo, cuando en realidad no tiene nada que ver con este sistema de relaciones económicas. De allí la mala prensa de este concepto, al cual se le quiere hacer cargo de deformaciones, desigualdades e injusticias que se producen en detrimento de los socialmente más vulnerables.

En cada uno de los mencionados aspectos se nos revela una interrelación de factores culturales por un lado e institucionales por otro, que impiden la creación y cabal distribución de riqueza material de manera más justa y equitativa a través de ese formidable proceso de descubrimiento y cooperación entre las personas que es el mercado libre.

El socialismo y su agenda de acción política lamentablemente sigue teniendo un buen lejos. Continúa ejerciendo una atracción fatal que se explica más por los persistentes vicios económicos, atraso y precariedad institucional que padecemos los latinoamericanos, que por el encanto propio de unas ideas emparentadas con el resentimiento y la envidia que yacen en la naturaleza humana.