Las anécdotas, cartas y recuerdos del beato José Gregorio Hernández llenaron la vida de su familia. No había, pues, devoción por el santo sino admiración por sus cualidades humanas, agradecimiento y mucho amor, el mismo que él les dio sin medida
Descendientes de un Beato
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Por Macky Arenas


Son sobrinos bisnietos del primer beato laico venezolano. Descendientes de José Gregorio Hernández por la línea más directa posible, teniendo en cuenta que el célebre médico no tuvo hijos. Son 10 hermanos, pero en Venezuela están ellos dos. Y Diana, diseñadora gráfica casada con el renombrado pintor Jacobo Borges, quien vive a caballo entre Caracas y Europa. Nacho, el tercero de los hermanos, es médico-cirujano ortopédico y Yuya (Julieta), la sexta, es educadora. Ambos ejercen y sienten pasión por sus profesiones. Nacho tiene dos lindas hijas y Yuya cuatro varones. En casa del primero desarrollamos una conversación muy amena, sabrosa como decimos en criollo, con el espíritu aún estremecido por el hermoso y sencillo acto de beatificación que conmovió a todo el país, al cual habían asistido representando a la familia.

“Que nadie sepa…”

Nacho abre fuegos con un comentario chistoso, típico de su personalidad abierta:

-“¡Oye, que no sepan que soy familia de José Gregorio! Me van a pedir cosas que yo no sé hacer”

– ¿Cuáles?

-¡Milagros!… y yo sólo soy médico”.


Las risas estallaron de inmediato. José Gregorio debe haber reído de buena gana. Él también tenía mucho sentido del humor. Dice que su profesión no ha sido influida por su relevante ancestro sino que desde siempre quiso ser médico. Es el único de su generación que apuntó a la medicina. Yuya explica: “Es que, para nosotros, él fue un familiar, no un santo. Una persona cercana, querida y admirada, pero un ser tangible, de los nuestros, presente siempre en casa porque, aunque no lo conocimos, allí estaban sus cosas, sus muebles, su escaparate, su cama. Y así la llamábamos: la cama de José Gregorio. Mamá estuvo enferma por siete años y papá durmió hasta que ella murió en la cama de José Gregorio. Él era tío de mi abuelo. José Gregorio no tuvo hijos y nosotros éramos sus herederos de sangre, su gente, su familia”.



Nacho interviene. “Recuerda cómo se llamaba mi casa, la de mis padres, todas las que tuvimos a lo largo de la vida: Isnotú. Es el nombre del pueblo del estado Trujillo donde nació José Gregorio. Él estaba presente en nuestro ambiente desde siempre, sin esa connotación que para todos tiene de santidad. Papá lo admiraba tremendamente. Igual que mi abuelo. Era toda una cadena familiar que lo quería y lo recordaba todo el tiempo”.


UN HOMBRE EN BUSCA DE DIOS

El abuelo, Inocente Carvallo, heredó de su tío José Gregorio el carácter apacible y la manera de ver la vida. Fue un científico, discípulo del hoy beato, de alma noble quien cultivó con esmero un estudiantado que lo apreciaba y valoraba como caballero intachable. Su hijo Marcel Carvallo Ganteaume, ingeniero químico -padre de nuestros interlocutores- le dedicó un libro que resultó en una minuciosa investigación, “José Gregorio Hernández, un hombre en busca de Dios”, una de las más completas obras escritas sobre su inspiradora vida.

De hecho, desde París, en carta fechada el 27 de Mayo de 1914, José Gregorio le escribe: “Muy querido Inocente: Recibí tu carta, que he leído con gran gusto, pues tú sabes que siempre he tenido una predilección por ti, muy justificada, por las buenas cualidades que el Señor ha puesto como adorno de tu alma; por las cuales nos debemos humillar y darle gracias como puro don suyo; pues lo cierto es que, si en el mundo hay buenos y malos, los malos lo son porque ellos mismos se han hecho malos; pero los buenos no lo son sino con la ayuda de Dios… Tu tío que te abraza, Grego”. Así firmaba José Gregorio en confianza familiar. Esa carta era, entonces, para el abuelo de Nacho y Yuya.


EL PAPÁ DE TODOS

Los dos sobrinos que vienen de la provincia a Caracas para estudiar medicina, vienen bajo la protección del tío José Gregorio. Nacho nunca se planteó siquiera un parangón con su antepasado médico y santo. “Tal vez ahora –reconocen- cuando uno ve más clara la integralidad de su persona ello motiva a una reflexión más profunda sobre lo que significa, tanto para el pueblo venezolano como para nosotros, su familia, esa figura entrañable que siempre estuvo allí.

“Impresiona la fe del pueblo venezolano en José Gregorio –observa Nacho-. Es algo alarmante. Piensa que después de Simón Bolívar, el personaje más reconocido e influyente en la historia de este país es él. Y Bolívar tiene fanáticos pero también muchos detractores. Pero José Gregorio es un factor de unidad para todos los venezolanos, sin distingos”. Y completa Yuya: “El afecto que él tiene no arropa a Bolívar. Y la razón es simple: la propuesta de José Gregorio está por encima de disputas y divisiones”.


LÍNEA AFECTIVA Y DIRECTA

Yuya nos refiere un episodio por pocos conocido. Cuando muere su madre, José Gregorio contaba solo con 12 años. Su padre lo envía a Caracas a estudiar. “Más adelante, cuando nuestro abuelo Inocente y su hermano Temístocles –hijos de su hermana Sofía- cumplen esa misma edad, su madre los envía a estudiar a Caracas y ya José Gregorio, el tío, podía hacerse cargo de ellos, lo que efectivamente hizo criándolos como si fueran sus hijos. Eso les permitió estar siempre bajo aquella influencia ejemplar para sus vidas. Tan fue así que ambos estudiaron medicina…

Mi abuelo Inocente tuvo unas cualidades muy parecidas a José Gregorio, humildad, tranquilidad y bonhomía. Un médico de primera, muy reconocido en Caracas, pero que pasaba desapercibido y sereno por la vida, como José Gregorio. La huella quedó en mi abuelo de manera indeleble y en toda la familia. No era sólo un tío, sino el tío-padre de mi abuelo, el que lo crió. Y como José Gregorio no tuvo hijos se convirtió en el padre de todos. Porque, al final, todos los hermanos y hermanas terminaron enviando sus hijos a educarse en Caracas y José Gregorio los fue recibiendo uno a uno y orientándolos espiritualmente. Para nosotros hay una línea consanguínea directa, pero también afectiva directa”.

Las anécdotas, cartas, recuerdos, todo ello llenó la vida de esta familia. No había, pues, devoción por el santo sino admiración por sus cualidades humanas, agradecimiento y mucho amor, el mismo que él les dio sin medida. A la postre, un laico como cualquier otro que señaló el camino hacia una santidad que debe atraer a todo cristiano. Un ser humano que supo adecuar su vida al plan de Dios y mostró que ello es posible.


MÁS QUE UNA RELIQUIA

Haber podido participar en la ceremonia de beatificación fue una inmensa emoción. Y así lo confiesan ambos. Su padre, Marcel, fue un militante de esa causa, el más inquieto, el más creyente, el más curioso de los cinco hijos de Inocente. “Papá no era para nada neutro –recuerdan- nuestra casa estaba llena de José Gregorio, de sus recuerdos y de la curiosidad de papá por investigar acerca de él y mostrar todas las facetas de una causa que comenzó hace más de 70 años. Pero te repito, no había esa devoción por el santo sino profunda admiración. Qué honra y qué responsabilidad el que haya pertenecido a nuestra familia. Eso no te hace más especial que otros; antes bien, implica una responsabilidad pues tenemos esa sangre que remite a una intelectualidad y una condición humana que sobrecoge”.

“En ocasiones –refiere Nacho- la Academia de Medicina me ha invitado a conmemorar su natalicio y algún otro acontecimiento en la vida de José Gregorio o de la Medicina venezolana. Me ha tocado preparar intervenciones sobre esa relación familiar y confieso que me ha marcado. Y debo revelar que, en una de esas oportunidades, leyendo sobre él y pensando en su labor, me tocó muy hondo y sentí como un compromiso, algo que me exigía dar más de mí. Es que no puedes pasar por alto esa realidad que además tienes tan cerca, dentro de tu propia familia”.

Ahora, durante el acto de beatificación, pensando en las reliquias y en la clasificación que se hace de ellas, sus restos, su ropa, los objetos que tuvieron contacto directo o indirecto con él, me puso a pensar en silencio. Reflexioné –sin la menor pretensión pues no tenemos ningún mérito en todo esto- sobre la reliquia más significativa, cual es llevar su sangre, su ADN. Hasta me daba pena pensarlo. Pero es así, llevar esa sangre es un compromiso muy serio, una responsabilidad”. Apunta Yuya: “Es como un respeto, una especie de rubor que uno siente, que turba, inquieta e impone cuando se percibe la magnitud de lo que significa para la gente y para nuestra Iglesia”.

Vuelven sobre la carta escrita por Grego a su sobrino. “No es la carta de cualquier tío que pregunta por lo cotidiano, por la familia y cómo van los estudios. Es de un contenido espiritual tan fuerte –remarca Yuya- que habla de su profundidad y consistencia”. Nacho destaca la verticalidad y unidad de vida de José Gregorio, la cual heredó su padre, en contraste con las sociedades de sus tiempos, blandengues, complacientes y cómplices. “Los valores y principios no están hoy primero. Y por eso es que estamos en este barranco”, concluye.


"UNA CIENCIA SIN DIOS NO TIENE SENTIDO"

Tal fue la impronta que dejó la vida del beato, que cuando fallece apenas con 54 años, la noticia de primera página del diario más leído de Venezuela fue: “Murió el Dr. José Gregorio Hernández”. La gente lo lleva en hombros, toda la ciudad caminó detrás de su féretro hacia el cementerio. Y su contemporáneo, el también famoso médico Luis Razetti, con el cual tuvo debates científicos importantes pues sus diferencias filosóficas eran profundas pero siempre con el respeto por delante, pronunció el discurso de despedida expresándose con gran sentimiento por la pérdida del respetado colega y amigo. José Gregorio siempre insistió en que una ciencia sin Dios carecía de sentido.

Nuestro insigne novelista, Rómulo Gallegos, escribió sobre aquél momento: "No era un muerto a quien se llevaba a enterrar; era un ideal humano que pasaba en triunfo, electrizándonos los corazones; puede asegurarse que en pos del féretro del Doctor Hernández todos experimentamos el deseo de ser buenos". Desde ese instante comenzó la fama de santidad de José Gregorio. Allí arrancó la devoción.




“Es impresionante –relata Nacho- mi hermana Diana se encontró en Nueva York a una señora, creo que dominicana, quien al saberla venezolana le comentó de su agradecimiento a José Gregorio por una curación. También, esta mañana ella nos envió un video de una capilla en Portugal repleta de imágenes y las paredes forradas de afiches con los milagros de José Gregorio cuando aún no era beato y ese tipo de devoción no es correcta”. Y es que la gente pasa por encima de todo eso. El fervor por el milagroso médico se impone. Y es en todas partes, en Tanzania, Finlandia, Australia hay devotos de José Gregorio. Las madres ponen ese nombre a sus hijos en Venezuela desde toda la vida. Hay José Gregorios por todos lados. “Paradójicamente, en nuestra familia no hay ni un José Gregorio ni un Inocente. Curioso, ¿no?”, se pregunta Yuya.


UN BAREMO ALTO

“Simplemente porque fue un laico, un médico y tal vez por ello la gente lo siente más cercano. Y es que tú escuchas a un sacerdote hablándote de santidad, de caridad y de entrega y lo ves como natural, como propio de su misión. Pero un laico con ese mensaje es muy impactante y puede llegar más profundo en el alma y la conciencia de la gente. Agrégale que fue médico, bondadoso, cercano y dedicado a todo el que lo buscaba”, comentan ambos como buscando una interpretación al fenómeno. “Es un baremo muy alto, reconoce Nacho, pero allí está y te interpela profesional y humanamente”. Y Yuya, educadora como también lo fue José Gregorio, remata: “Es un modelo para toda la sociedad. Menos se nos permite a nosotros evadir la responsabilidad como descendientes. Hay que asumirla y actuar en consecuencia. No podemos mirar para otro lado”.

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