Por Macky Arenas: La criatura tenía aproximadamente cinco pies de alto, no tenía cola, y tenía treinta y dos dientes como un humano
“El yeti de Perijá”
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Corría el año 1920 cuando, en la jungla de Maracaibo, un expedicionario sobrevivió a las muertes más comunes por paludismo, fiebres o las flechas envenenadas de los indígenas Motilones. Tres años llevaba el grupo en aguas del río Catatumbo. Todos murieron menos el suizo Francois de Loys, quien emergió de la aventura con una extraña y enigmática fotografía que desataría una polémica entre científicos por el medio siglo siguiente. Sus rivales lo acusaron de fraude pero lo cierto es que, para otros, las “evidencias” descartaban el truco. La foto fue tomada cuando se encontró con una especie de simio al que hizo una gráfica “con una cámara que no cayó al agua, el rollo no se veló, el animal no estaba lejos de él y la foto no estaba borrosa”, anota con incredulidad el blog Pseudocienciawiki.


Enigmática fotografía que desataría una polémica entre científicos por el medio siglo siguiente

Hacía dudar la rama bifurcada en que la mandíbula del animal estaba apoyada. La fotografía era muy buena pero la duda quedó. En ella se veía –describen- a “un simio capturado vivo de casi 2 mts de alto, que caminaba erguido, con facciones físicas y actitudes manuales similares a un humano” lo cual, para el momento, era un hecho extraordinario para la ciencia. Un portal de cirptozoología (MarcianitosVerdes) describió lo que pudo haber sido el momento: De Loys apoyó el cadáver de la gran criatura sobre una caja, apoyó su cabeza con un palo y sacó una sola fotografía. La criatura tenía aproximadamente cinco pies de alto, no tenía cola, y tenía treinta y dos dientes como un humano. No obstante, existieron sus fervientes defensores, como es el caso del doctor francés Montandon, quien en 1929 publicó un artículo sobre el animal, sosteniendo que había sido descubierta una nueva especie de simio que llamó “el antropoide americano de Loys”. Para él fue concluyente que el simio midiera medio metro más que el tamaño promedio del humano. Otro profesor de geología y paleontología, el también francés Leonde Jauleaud (1880-1938), sugirió que el animal tenía el aspecto de lo que se conocía como el “robusto mono araña”, habitante común de las selvas meridionales americanas. Ellos representan dos posturas que aún hoy mantienen viva la controversia.

EL GRAN DIABLO

Una especie de Yeti tropical. El más célebre habría vivido en los hielos eternos. Incluso se le dio el nombre de “abominable hombre de las nieves”. En este caso, circularía a su aire por las húmedas y calurosas selvas venezolanas, limítrofes con Colombia. Para unos se trató de un monumental fraude y para otros de un descubrimiento colosal. En sosparenavenezuelawixsite, un escrito sin firma refiere a la visita del sabio Alejandro Von Humboldt a tierras venezolanas, quien aportó datos de interés: En el año de 1799, el explorador alemán realizó un estudio científico de todo el territorio venezolano. En su recorrido por el río Orinoco, visitó el cerro Anchi-tipuiri que significa “cerro del hombre de los bosques”, donde los nativos le narraron sus experiencias con el “Gran Diablo”, como llamaban a esa extraña criatura. Humboldt detalló: “Es un mono de gran tamaño, se frota la cara cuando se irrita, a distancia se le confunde con un hombre, en algunas oportunidades ha raptado mujeres de la tribu, las cuales regresan al tiempo y cuentan sus experiencias sexuales con ese enorme mono, que al igual que los nativos, construye cabañas para pasar la noche”.

Se sabe que los avistamientos de humanoides en Venezuela no son ninguna novedad. El citado trabajo agrega la experiencia, en 1769, del naturalista Edward Bancroft quien encontró que las tribus indígenas suramericanas creían en un espécimen que vivía en la selva, medía alrededor de un metro y medio, caminaba erguido, y estaba cubierto de pelo negro. Igualmente, en 1876, el explorador británico Charles Barrington Brown describió uno que llamaban el “Didi”. Este salvaje habría vivido en la Guyana inglesa y sus gritos podían escucharse a kilómetros de distancia, según los relatos de Bancroft, quien habría sido capaz de reconocer sus huellas. Falso o verdadero, fraude o ciencia, al día de hoy son las únicas evidencias de que se dispone, por estos lados, acerca del desconocido “Eslabón Perdido”, especie no clasificada por la ciencia que tal vez aún habita las selvas venezolanas, y que se exhibe en el Museo de Ciencias de París en Francia.