Sucedió en los recientes días de Semana Santa, mientras revisaba en la Mediathek del canal franco-alemán Arte, algunos de los 35 capítulos de la serie “En Thérapie”, la misma que causó sensación en Francia.
La Mentira de las Verdades
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Por Fernando Mires


La serie “En Thérapie” tiene como escenario el consultorio de un psicoanalista: Philippe Dayan. Ahí transcurren sesiones con cuatro pacientes: Una atractiva cirujana que, como suele suceder, se enamora del psiquiatra quien, contraviniendo todas las reglas terapeúticas, también se enamora de la cirujana. Luego una jovencita en vías de convertirse en nadadora olímpica, fijada a la figura sobre-idealizada del padre que abandonó la familia. La sigue una pareja terriblemente antipática unida solo por la cama y un conflicto tedioso que nunca logran desatar. Por último, un policía francés de origen argelino, quien arrastra consigo un trauma vivido en su primera infancia como consecuencia de una masacre ejecutada por islamistas. Habría que agregar al mismo psicoanalista, acosado por las interferencias que provienen de las sesiones analíticas pero, sobre todo, por el desastre en que se ha convertido su entorno familiar. Al fin Phillippe decide hacerse supervisar por otra psicoanalista, amiga de juventud, Esther: muy inteligente, cultísima y, aparentemente, más fría que un témpano.

Los pacientes, incluido el psicoanalista Philippe, tienen tres puntos en común: el primero: todos han vivido, cada uno a su manera, el impacto causado por los atentados de París de 2015, ocurridos en la sala de conciertos llamada Bataclán. Impacto traumático que ha hecho revivir en cada paciente otros traumas experimentados en la infancia de cada uno. Segundo -no podía de ser de otra manera – los traumas primarios, los vamos a llamar así, tienen que ver con las relaciones que ha contraído cada personaje con sus padres, sobre todo con el omnipresente padre. Así aprendemos el cómo y el porqué un trauma reciente suele ocupar el lugar del trauma primario, al mismo tiempo que lo reactiva, lo saca del silencio y lo hace hablar. Pero a la vez comprendemos como ese pasado palabreado que retorna en el consultorio, no es el mismo que ocurrió, sino otro: uno filtrado por el poder de la conciencia, alterado por el tiempo, reinventado por los tormentos de cada vida, aún de las más apacibles.

Imposible no pensar entonces en que una de las características que define a la condición humana es su permanente traumatización. Y si es así, lo que nos diferencia a unos de otros no es no haber padecido traumas sino haberlos superado con poco éxito o haber capitulado bajo su insoportable peso. No sin razón un abatido Nietzsche llegó a escribir en su “Genealogía de la Moral”: “El hombre es un animal enfermo”. La tesis la retomaría Freud en su best-seller “El Malestar en la Cultura” para darnos a conocer esa escisión natural tallada en nuestra naturaleza post-infantil: la del ser que reclama su libertad de ser, la del infante convertido por la cultura en un bárbaro, la del niño castigado por el propio adulto que llegó a ser. Ese fue el caso de Giovanna, la personaje central de la novela “La mentirosa vida de los adultos”, escrita por la misteriosa Elena Ferrante.

La vida de la niña Giovanna nos es contada en tiempo presente por una joven que entra a la fase llamada adulta, después de haber pasado por la prueba inmolatoria de su primera experiencia sexual, final de la novela que abre el paso a una Giovanna hecha mujer entrando definitivamente por las puertas de “la mentirosa vida de los adultos”.
Narrando acerca de la niña Giovanna, Ferrante convierte a cada lector en analista y al mismo tiempo en paciente. Como analistas entendemos el doloroso proceso que va desde la omnipotencia infantil hasta llegar a los compromisos que ya comienzan a ser contraídos en la juventud. Como pacientes, nos obliga a repensar nuestra infancia, vivida cada uno a su manera, pero todos atravesando el sendero que conduce a “la vida mentirosa de los adultos”, hasta llegar a ser lo que somos. O lo que la vida ha hecho de nosotros.

El paso de la niñez a la juventud fue para Giovanna un segundo nacimiento. Fascinante y doloroso a la vez. Fue también el renacimiento que la llevó a transitar de la inocencia infantil hacia la adultez mentirosa. Pues hay que decirlo: muchas de nuestras llamadas verdades no son sino mentiras piadosas, idealizaciones de un pasado que nunca existió tal como queremos recordarlo. Analistas como el Phillipe de En Thérapie - a diferencia de los escritores cuya función consiste, según Vargas Llosa, en revelar “la verdad de las mentiras” - deben realizar el casi siempre infructuoso intento de confrontar al paciente con las mentiras de sus verdades. Razón por la cual un psicoanálisis mal llevado puede ser muy destructivo. Tan destructivo como solo puede ser la verdad cuando esta nos es insoportable. Y quien sabe, puede que tengan razón aquellos que prefieren vivir arropados bajo el manto de una mentira piadosa a tener que enfrentar los colmillos crueles de una aterradora verdad. Cada organismo tiene el derecho a defenderse, y la mente, en toda su complejidad, también lo hace. Ferrante elige las dos vías: la de la analista que no es, y la de la magnífica narradora que sí es. Con visión psicológica y con textura literaria nos muestra la orfandad en que nos deja la separación, vivida por algunos como quiebre o ruptura con respecto a la casa paterna y materna, continuidad del feto inválido que, a diferencia del resto de los animales, debe ser re-incubado en el vientre del hogar para que una vez aprenda a caminar, a hablar, a pensar y, finalmente, a mentir. Camino árido que no todos logran recorrer sin perderse en sí mismos..

Con artesana minuciosidad Ferrante va describiendo cada uno de los momentos de la caminata que conduce hacia la vida mentirosa: desde la omnipotencia infantil, cuando creemos ser el centro del mundo, a la de la insegura juventud cuando comenzamos a diferenciarnos de nosotros mismos, ya sea palpando los genitales, o simplemente descubriendo que no somos tan lindos como nos dijeron. Algunos percibiendo como la santa madre engaña al santo padre o el santo padre a la santa madre, o en el caso de la biografía de Giovanna, cuando ambos se engañan a la vez. Verdades que deben ser silenciadas a fin de resguardar el ideal de la sagrada familia: madre, padre, hijos, auto, perro. Descubrimos entonces como la simulación puede llegar ser un modo de vida impregnada por la necesidad de engañar para subsistir civilizadamente, usando la mentira disfrazada de buenos modales a fin de coexistir, tragando a cada rato deseos y odios, sin despellejarnos. En fin, acceder al destino de no ser como quisiéramos haber sido. Todo eso narrado en los ambientes de una clase intelectual acomodada a la que pertenecen los padres de Giovanna, en contraste con el paisaje arruinado de los barrios populares de Nápoles, revelados por la presencia avasalladora y vulgar de la tía Vittoria, cuyos grandes pechos a lo Sophia Loren comienza a heredar Giovanna. Y de modo fino, Ferrante nos narra además la historia de una pulsera, objeto que une y desune a los miembros y amistades de la familia. Una historia que es comedia y drama a la vez. Una que podría ser la historia de muchas otras historias, pero contada “a la italiana”, con emociones y gritos, con desafueros y llantos, con violencias y ternuras extremas y, siempre, por supuesto, con un hilo erótico que recorre las páginas de la novela desde el comienzo hasta el final.

Elena Ferrante - algunos infidentes afirman con inseguridad que su verdadero nombre es Anita Raja. Otros, que es un hombre (evidentemente, no) - es una escritora que, como pocas, atrapa, dicho en el exacto sentido de la palabra. Después de haber publicado los cuatro libros de su maravillosa saga “Dos amigas” (“La amiga estupenda”, “Un mal nombre”, “La amiga genial”, “La niña perdida”) Ferrante ha llegado a ser considerada como la máxima expresión de la literatura italiana de nuestro tiempo. Leerla es un placer intelectual de alto grado: lo podemos hacer desde una perspectiva psicológica, como incita “La mentirosa vida de los adultos”. Pero de igual modo lo podríamos hacer desde una perspectiva sociológica pues Ferrante parece conocer muy bien el mundo popular napolitano con sus dialectos, insultos y procacidades y, a la vez, moverse con soltura en círculos intelectuales donde evidentemente ha convivido con brillantes discursos, pero también con egoísmos y mezquindades. Y todo visto por un ojo femenino que trasciende lejos a los marcos ideológicos del feminismo contemporáneo.

Así, leyéndola, puede que lleguemos a entender que la igualdad reclamada para y por mujeres, no anula diferencias que parecen venir desde no sé donde, esa desigualdad ancestral que nos une y nos desune a la vez. A riesgo de exagerar, me atrevería a decir que gracias a escritoras como Elena Ferrante, las mujeres ya están dejando de pertenecer a ese “continente desconocido“ que una vez atemorizó a Freud. Visto de ese modo, los libros de Elena Ferrante portan consigo un cierto poder revelador. O en términos más académicos: una revelación que no es religiosa sino ontológica. Cuando dejaba de leer a Ferrante y volvía a ocuparme de la serie En Thérapie, no podía sino pensar en las cavernas que debemos atravesar desde la infancia hasta llegar al periodo adulto para finalmente alcanzar la fase pre-mortal, y darnos cuenta recién ahí que, de una manera u otra, nunca hemos alcanzado ni alcanzaremos el ideal deseado que nos impusieron y que nos impusimos. Ese ideal yace enterrado en el más remoto pasado, deformado por el paso del tiempo. Un pasado constituido por una infancia más imaginada que real, como fue la de Giovanna.

Hasta los más viejos somos hijos de una niñez traicionada por nosotros mismos. Cada historia personal es en cierto modo una tragedia que hay que saber aceptar. Pero, cabe agregar, una tragedia que en determinadas ocasiones se deja circundar por los aires más livianos de la comedia humana. Ese es el secreto de los libros de Ferrante: Cada risa oculta un llanto, cada verdad una mentira.