Por Manuel Felipe Sierra: El 13 de noviembre de 1950 fue asesinado el presidente de la Junta Militar Carlos Delgado Chalbaud
El Último Secreto de Delgado Chalbaud
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El 13 de Noviembre, un día como hoy pero en 1950, fue asesinado el presidente de la Junta Militar, Carlos Delgado Chalbaud por un comando encabezado por Rafael Simón Urbina quien también habría de morir horas después pero en manos de la Seguridad Nacional. El primer magnicidio en la historia venezolana guarda claves aún no resueltas y que configuran todavía una suerte de misterio


Marcos Pérez Jiménez, Carlos Delgado Chalbaud y Luis Felipe Llovera Páez 
(Carlos Hernández Photography).  

El viejo caudillo iba a consumar esa mañana su última hazaña. Como en sus anteriores acciones (todas ellas convertidas en leyendas), Rafael Simón Urbina confiaba de nuevo en el arrojo, la temeridad y la buena suerte. A las siete de la mañana del 13 de noviembre de 1950, Urbina y sus hombres tomaron posición cerca del puente de Chapellín a la salida del Country Club. A las ocho y veinte apareció la escolta del Presidente de la Junta de Gobierno, coronel Carlos Delgado Chalbaud. El militar, despreocupado, leía un periódico en el asiento trasero; a su lado, el edecán Carlos Bacalao Lara y detrás del automóvil, el motorizado Pablo Emilio Aponte.

La gente de Urbina interceptó el automóvil presidencial. De los matorrales cercanos avanzaron varios hombres y a la cabeza de ellos Urbina con el rostro incendiado por la ira y un revólver en la mano. El edecán Bacalao Lara fue desarmado, también el motorizado y el propio Delgado Chalbaud. Luego los tres fueron llevados al auto que les había obligado a detenerse y a empujones fueron introducidos en el vehículo que conducía Carlos Mijares. En el asiento delantero, acompañaban ahora al chofer, Bacalao y dos de los asaltantes: Pedro Díaz y Domingo Urbina. En el asiento trasero: Rafael Simón Urbina, Carlos Delgado Chalbaud y Pablo Emilio Aponte. En el trayecto, Delgado Chalbaud debió descifrar en silencio las claves de la trama que iba a significar su muerte. Urbina vociferante, le increpa: “tenía seis meses cazándolo, carajo, ya usted no será más Presidente de la República” y le arrebató las presillas ordenándole que se quitara la guerrera. Delgado estalló en cólera: “Usted es un cobarde, iguáleme como un hombre”.

Los testigos cuentan que al llegar a la “Quinta Maritza”, en la urbanización Las Mercedes, a Pedro Díaz se le escapó un disparo que hirió en un tobillo a Urbina y luego los prisioneros fueron conducidos al patio interior y en el forcejeo Delgado fue acribillado a balazos y Bacalao resultó gravemente herido. Urbina, con la sangre cubriéndole la pierna, exclamó: ¡Qué vaina, todo fracasó! En efecto, la buena estrella se había apagado en la vida del terco aventurero. Después de solicitar asilo en la embajada de Nicaragua y de enviar una desesperada esquela a Pérez Jiménez, cayó en manos de una comisión de la Seguridad Nacional integrada por los agentes, Ramón Nonato Useche Vivas y Miguel Antonio Soto. Entre las 11 y las 12 de la noche, fue sacado de un calabozo y rematado con un tiro de gracia en la avenida El Atlántico en Catia. La prensa de la época registró la noticia: “Rafael Simón Urbina resultó muerto al intentar escapar del vehículo que lo trasladaba a la Modelo”. Fue el último secreto que el audaz condottiero se llevó a la tumba. Sesenta y nueve años después, varias interrogantes siguen sin respuesta. ¿Era indispensable la muerte de Delgado para asegurar la ruta hacia la dictadura de Pérez Jiménez? ¿Fue el producto de un ajuste de cuentas entre los promotores militares del 18 de octubre? ¿Significó la victoria de los sectores más retrógrados de la Junta ante el esfuerzo que hacía Delgado en busca de un retorno a la democracia? ¿Un acto de venganza de Urbina al calor de motivaciones subalternas?

Pérez Jiménez sin duda resultó beneficiario de esta muerte. Ya Delgado había avanzado en sus relaciones con los partidos legales para una salida electoral y marcaba distancia de su plan militarista; habían surgido fracturas en el movimiento militar que se compactó para derrocar a Gallegos. Años después una carta enviada por la viuda de Delgado, Lucia Levine, hace señalamientos sobre la responsabilidad de Pérez Jiménez, Miguel Moreno y otros integrantes del “Grupo Uribante”. Ya era evidente que Pérez Jiménez contaba con mayor peso en el seno de las Fuerzas Armadas, mientras Delgado, se había movido fundamentalmente con los grupos económicos y los llamados mantuanos caraqueños que resentían el regreso del “andinismo”. Estaba pendiente también una solución para los afectados por los juicios de responsabilidad civil aplicados por la Junta Revolucionaria de Gobierno en 1946 y en particular el caso del propio Urbina quien había sido una de las primeras víctimas de aquellas medidas. 


1. Rafael Urbina López; 2. Gustavo Machado y Rafael Urbina; 3. Rafael Urbina, al centro. 

Se sabe que Urbina y Delgado Chalbaud eran amigos desde los días de las conspiraciones antigomecistas, por su relación estrecha con el millonario Antonio Aranguren, uno de los financistas de su padre, el general Román Delgado Chalbaud quien encabezó la invasión del “Falke” en 1929. Casualmente, Aranguren era el dueño de la casa de Las Mercedes donde habría de ocurrir el magnicidio. Pérez Jiménez, contaba que Delgado Chalbaud después del 24 de noviembre a la caída de Rómulo Gallegos, le ordenó que enviara a Bogotá los pasajes para el regreso de Urbina y su familia, donde se encontraba exiliado. El 9 de diciembre de ese año ya estaba en Caracas; solía visitar a Delgado y la primera vez que pidió hablar con Pérez Jiménez, éste lo recibió con un revólver 38 como regalo. Reclamaba una solución urgente a sus problemas económicos y se le había ofrecido pagarle con bonos de la nación. A finales de 1949 le nació su noveno hijo a quien puso por nombre Carlos y se lo ofreció como ahijado al presidente de la Junta. Según la periodista Bhilla Torres de Molina, a comienzos de 1949, Urbina fue con el niño y su esposa a visitar a su compadre Delgado y hubo de permanecer un largo rato en su auto para luego ser recibido por un emisario de la casa para decirle: “el comandante le manda a preguntar cómo le va con su amigo Casanova” (se refería al mayor Roberto Casanova uno de los hombres de confianza de Pérez Jiménez). Después Delgado forzó la salida para cargos diplomáticos de Casanova y Tomás Mendoza y se hicieron evidentes sus enfrentamientos con los comandantes Julio César Vargas y Tamayo Suárez.

En los años 70 entrevisté en Coro para la revista “Polémica” a Domingo Urbina testigo y partícipe del crimen y quien luego de cumplir condena incursionó en una aventura guerrillera con Douglas Bravo en la Sierra de Churuguara. Dijo entonces que nunca fueron enterados del plan del secuestro que culminó con el asesinato de Delgado; que todo lo hizo obedeciendo órdenes de su primo Rafael Simón; que nunca habló de asesinar al secuestrado y destacó el valor personal de Delgado en los instantes de su muerte. “Era un hombre valiente”, refirió con lentas palabras.

En 2007, hablé con Jorge Maldonado Parilli, jefe de la Seguridad Nacional en aquel entonces para mi biografía de Marcos Pérez Jiménez. A sus 90 largos años recordó que pasó tres días en Miraflores sentado y escoltado por Pérez Jiménez y Llovera Páez, interrogando sospechosos y leyendo documentos para esclarecer el suceso. Con la discreción de un veterano policía, concluyó en que la verdad estaba en el voluminoso sumario de 670 páginas sobre el juicio. En 1955, se produjo la sentencia y fueron indiciadas 25 personas (originalmente eran 28 pero 3 habían fallecido). Domingo Urbina, Pedro Antonio Díaz y Carlos Mijares fueron condenados por el delito de homicidio y el capitán de navío, Carlos Bacalao Lara, por homicidio frustrado. El juez de la causa, Alberto Ferraro, les impuso la pena máxima de 20 años.

Con el paso del tiempo es lógico concluir que existió una conspiración contra Delgado Chalbaud, que debió reunir a los sectores más intransigentes del lopecismo, al “andinismo” militarista que nunca respetó a Delgado como jefe militar, que lo consideraban “extranjero y afrancesado” y lo llamaban despectivamente “el tranvía” porque su carrera la había hecho por arriba y, por supuesto, los sectores militares que buscaban cerrar el paso a una probable recuperación democrática y además las intrigas del “Grupo Uribante”, registradas por informes de la embajada de Estados Unidos en Caracas. Más allá de las circunstancias, el hecho cierto es que de modo directo o indirecto la desaparición de Delgado Chalbaud allanó el camino a Pérez Jiménez para imponer su modelo de dominación militar.





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