Por Faitha Nahmens Larrazábal: Lo importante son las medidas tomadas
El tamaño no importa, en buena medida
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La escala humana sería para Le Corbusier, la medida ideal de lo que constituyera la arquitectura, para Protágoras, la medida de todas las cosas, para Vitrubio, el conocimiento de cada palmo y para Leonardo Da Vinci que estudiaría, entre lo tanto, la anatomía, importante las medidas para aproximar la envergadura promedio de las proporciones. Pero ¿podría convenirse en un patrón de anchura y longitud que nos defina? ¿Qué tan preciso resulta para saber nuestra talla de pantalones envolvernos el cuello con la pretina para saber a ciencia cierta si calzará en nuestras cinturas? ¿A partir de cuánto seríamos gigantes y cuándo enanos? Pero ¿no aplaude a Carl Herrera el mismo que aplaude al actor Peter Dinklage? Justo es hacer sillas y pupitres para niños y, sin duda, defender una arquitectura a escala acogedora que no aúpe la arrogancia de los rascacielos, pero a estas alturas ¿quién protestaría contra la torre Eiffel?

Cuando Charles De Gaulle vino a Caracas hubo que hacerle una cama donde cupieran él y sus dos metros de largo porque se le salían los pies. Sí, qué lío con el tamaño de las camas, diría Blanca Nieves. ¿No está en la variedad el gusto? ¿Acaso lucen hermosos los árboles de anchuras exactas podados como chupetas de Versalles? Hay, sin embargo, una medida devenida mito: 25 centímetros. Es el largo de una pieza provocadora que se exhibe al sur de la cintura y que, con esa longitud, todavía deja a medio mundo boquiabierto: la minifalda. Entonces ¿hay una longitud precisa de lo sexi? Subjetividades mediante, podría ser esta: un metro sesenta y cinco.

Del cielo al suelo, como aconsejaba evaluar a los grandes hombres Napoleón Bonaparte —apenas un par de centímetros más—, Simón Bolívar tendría tal estatura: 1.65. Sus efectos personales confirman cuál era su dimensión no histórica desde luego. Sus botas por ejemplo. Piezas de cuero hasta las rodillas con las que remontó los Andes, cabalgó 123 mil kilómetros por entre selvas ríos y llanuras de América, dirigió imposibles batallas y venció, y con las que el universal caraqueño también bailó en remotos salones, alguna vez sobre las mesas, tendrían una horma número 38. Este estratega militar, autor de frases lapidarias y cartas preciosas, delirante y majadero, como él decía, se las hubiera dejado puestas para morir pero no, están en su museo.

Charles Chaplin no solo hizo un cine memorable, sino que no se midió a la hora de tomar posiciones francas y corajudas a favor de la igualdad, las que le valieron ser tomado por comunista, ergo, enemigo de los Estados Unidos de donde tuvo que irse para siempre. En el trance de las películas mudas y en las que dijo maravillas —recordar el discurso de El dictador—, Chaplin es un referente cultural inmensurable que medía, según la cinta métrica ¡pues 1.65! Woddy Allen, el sarcasmo y el dedo en la llaga, un par de Oscars de la Academia y una devoción enorme por el clarinete es otro realizador inmenso que ronda la talla con su metro sesenta y siete; y todas las novias más altas. Como Spencer Tracy, que a las primeras de cambio, luego del mucho gusto, y después que Katherine Hepburn le espetara que lo imaginaba de mayor estatura, le dijo que pronto ella sería de su tamaño. Así se enamoraron.

El cine alabó a Daniel Radcliff, alias Harry Potter; a Dustin Hoffman, el de Totsi; y a Scott Caan, al guapo policía de Hawaii 5.0 sin poner óbice al metro sesenta y cinco que mide cada uno. Lo mismo que Luis XIV de Francia o que Maradona, el del gol con la mano suya, el futbolista ungido como baluarte del deporte por la potencia de su pierna zurda, con ideas de ese lado no muy felices y ay venido a menos como padre.

Con una pizca menos de tamaño y una estatura universal cada vez mayor, Mahatma Gandhi, de 1.64, abogado que defendía la tesis de la no violencia activa, a riesgo de ofrendar su propio cuerpo que recibiría más que bofetones en la otra mejilla, se alzó como un inmenso tótem de todo pacifista. Un centímetro menos medía Wolfgang Amadeus Mozart, el compositor de genio gigantesco. Ludwig van Beethoven, otro centímetro menos, y también inmortal no oyó la ovación que le rindió el público en el estreno de la Novena Sinfonía. Tuvieron los miembros de la orquesta, que dirigía sin escucharla, que hacerle señas para que volteara. Medía 1.62 y había perdido la capacidad auditiva ¿y qué? le echa en cara la historia a los prejuicios.

Un metro sesenta y cinco es la estatura del armador griego y amado de Maria Callas y de Jacqueline Kennedy Onassis —la biografía en la cédula—, la de Michael J. Fox y es también lo que mide José Carlos Altuve, segunda base de los Astros de Houston, y lo que falta. Apodado AstroBoy, los comentaristas de televisión no dejan de elogiar el desempeño del beisbolista venezolano que en cada entrada se mide con éxito frente al pitcher que sea, trátese o no del altote Aroldis Chapman. Siempre batea. Siempre las coloca lejos. Siempre seduce. Pero le costó, y todo por el tema del tamaño.

Pequeño pero cumplidor —les admira el “chaparrito”—, el miembro de los Navegantes del Magallanes, hoyuelos de encanto mediante, este venezolano simpaticazo, valga la redundancia, es un animador del equipo. Su perseverancia parece tener propiedades hipnóticas. No lo querían contratar porque imaginaban, tomando en cuenta las estadísticas y las matemáticas, que los pasos que daría serían más breves al correr, entre otras circunstancias; pero está entre los que más se han robado bases en la temporada; sin contar que se ha robado el corazón del público de allá y de acá. Lo midieron, y pese a que se fajó con su bate, consideraron que no daría la talla. Y lo rechazaron. Tuvo que insistir y así fue que consiguió una nueva oportunidad con el equipo que podría ganar o no este año la llamada serie mundial. Derecho con 1.500 hits, 84 jonrones y un promedio de bateo de 316, José Altuve es una suerte de héroe, de amuleto vivo, de miembro dilecto. No cabe duda de que la subjetividad empaca la medida de las cosas.

Su favoritismo en un estadio que corea su nombre quizá podría equivaler a la de Gerardo Parra otro venezolano que juega en el equipo contendor, los Nacionales de Washington, no alineado todavía en la nómina oficial. Las gradas lo aplauden igual a como lo hace él, colocando un brazo sobre el otro y emulando la mordida de un bicho; sus cofrades bailan al son que él lo hace cuando se reúnen para celebrar una jugada pintosa y le cantan la canción Baby shark con la que él se identifica. Parra es otro motivador, aunque en otra medida. Entonces ¿el tamaño importa?

Un astro, no de Houston sino del universo, el asteroide llamado Ceres acaba de ser ascendido a “planeta enano”. Ascendido es el término usado por los científicos. El tamaño puede ser, pues, una circunstancia transitoria. ¿No hace la pasión que a veces las cosas crezcan? Venezuela, Venecia pequeña, empequeñecida por sus defenestradores es causa que crece en el mundo. ¿Cuánto mide el país, con o sin Esequibo, con 4 o 5 millones de naturales más allá de sus fronteras? ¿Hasta dónde llega y llegará? ¿No buscamos repotenciarnos? 
Hay que tomar buenas medidas para celebrar en home, como el alto Altuve.