Los tablaos flamencos proliferaron en Caracas desde los años cincuenta, en plena dictadura perezjimenista
Flamenco, Tablaos y Gitanos
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Por Eleazar López-Contreras

En 1922 tuvo lugar en Granada un sonadísimo concurso de cante jondo, el cual fijó las directrices para la revalorización de esta manifestación artística andaluza. El concurso fue organizado por Manuel de Falla y Federico García Lorca y sirvió de base para la posterior creación de la Cátedra de Flamencología en Jerez, la cual recibió la colaboración de entendidos e intérpretes de toda la región andaluza. Años después, en 1971, tuvo lugar en el Ateneo de Madrid un ciclo de conferencias que incluía a esta música, bajo el cobijo de un solo tema: El flamenco, el vino y los toros, que son elementos que marchan juntos en España, y no solamente dentro de su oferta turística. En esas conferencias se interpretaron cantes auténticos y de calidad, contrarios al cante de los tablaos cuya prefabricación suele alejarlos del ambiente y de la música creada en las juergas gitanas donde se interpretaba esa música en su forma original.

Las primeras tribus de gitanos llegaron al sur de España en el siglo 15, procedentes de la histórica inmigración que entró a la Península por Cataluña en 1447. Esos gitanos sufrieron una persecución implacable que los convirtió en nómadas o los confinó a guetos. Con un gran sentido del ritmo y la recreación imitativa, absorbieron el folklore andaluz que tenía viejísimas resonancias orientales con las cuales ellos hallaron afinidad. A ese cancionero popular, de amplia gama musical y estilística, le injertaron su racial eco, de lo cual brotó un cruce más emotivo: el cante jondo. De modo que el gitano encontró en tierras ibéricas reminiscencias de sus orígenes y, a través de la civilización árabe, entonces tan presente, reconoció en España abundantes y solapados rasgos de sus raíces orientales. Desde 1500 convivieron gitanos y moriscos en Andalucía, intercambiándose costumbres, cosas y canciones, todas ellas de origen oriental por ambas razas. Pero el cante flamenco no afloró de la noche a la mañana y, en su largo proceso de evolución, primero estuvo restringido a las fiestas íntimas de los gitanos.

De esa etapa hermética, en la cual estuvo muy mal visto y hasta menospreciado, pasó a los colmaos y las ventas. Es a finales de 1700 cuando comienzan a perfilarse los primeros estilos del cante, que han llegado a nosotros, con sus formas patéticas y sentimientos fatalistas y manifestaciones como las tonás, siriguayas, soleares, corríos o romances. Entonces surgieron intérpretes geniales -hombres y mujeres-. El primer gitano cantaor del que se tienen noticias es el Tío Luis de la Juliana, quien se remonta a 1780. Son pocas las innovaciones habidas en el cante jondo desde hace más de tres cuartos de siglo, dentro de lo cual no cuenta la comercial rumba flamenca, creada medio siglo atrás por gitanos catalanes, la cual, por sus relativos mínimos valores, no representa ningún aporte importante al cante jondo (que no lo es).

Dentro de esa corriente aparecieron Peret, cantando El cumaco de San Juan, venezolano y El gitano Antón (El negro bembón, de Puerto Rico) y luego, La Polaca traída por Espartaco Santoni para su Corral de la Morería, ubicado en Las Palmas, donde la cantaora popularizó El porompompero. Muchísimo antes habían aparecido infinidad de tablaos, con lugares como Los Tarantos, Los Canasteros, La Jaiba, La Estrella, La Taberna y La Gran Taberna. Pero su música, aunque solo por lo castizo, tenía antecedentes. En 1934 se presentó en el Municipal el primer gran espectáculo de música española aristocrática. El cuadro de Encarnación López La Argentinita bailó “piezas” de Albéniz, Granados y Falla; y, antes, en 1925, bailó en Caracas el argentino Avelino Bueno “El Macareno”, el mismo año en que Caracas aplaudía a una bailaora que, por ser novia del torero Rafael Gómez “El Gallo”, era apodada La Gallina.

De los tiempos modernos, según escribió Carlos Serfaty Borges, que siempre estuvo ligado al cante y a los toros, los tablaos flamencos proliferaron en Caracas desde los años cincuenta, en plena dictadura perezjimenista. El primero de fama fue El Patio Andaluz, ubicado en un segundo piso en la recién inaugurada Avenida Francisco de Miranda. Allí brilló con luz propia la española Maribel Llorens (luego, casada con Marcos Branger). Sobre las acciones de este local, Maribel tuvo un enfrentamiento con Ella la inolvidable (la chilena Graciela Luna). A la sociedad caraqueña, entonces entusiasmada por lo taurino y lo flamenco, le dio por asistir a cuanto tablao se inaugurara, siendo Las Cuevas de Monterrey de Chacaíto, propiedad de Antonio Sánchez, el abridor de portones con figuras de la talla de Rocío Jurado en 1968.

Rocío debutó en América gracias al empresario y compadre de Julio Iglesias, Rafael Zafrilla (también representante de Joan Manuel Serrat). Entonces, con apenas 26 años de edad, Carlos Serfaty promovía todo lo peninsular con su programa Un Venezolano en España por RCTV. A finales de los sesenta, en plena efervescencia del Monterrey (donde un cantaor enano se enamoró de Carmen Victoria Pérez), surgieron Los Tarantos del cantaor andaluz Rafael De Jerez. Allí, muchos años antes de que apareciera en escena la polifacética Diana Patricia, la de La macarena, el ubicuo Carlos lanzó, como profesionales, a Siudy Quintero (1970) y a Naty de las Casas (1972). Naty fue llevada por él a la Feria de Valencia donde, en la discoteca Safari, después de una gran corrida donde actuaba el legendario Luis Miguel Dominguín, éste se lanzó de espontáneo al escenario ante el embrujo de la caraqueña, que luego desposara a Espartaco Santoni, con quien abriera un tablao en Los Ángeles. Poco después, se divorciaron cuando Espartaco intentó desplumarla, como había hecho con otras de sus parejas: entre ellas, a la guapísima actriz mexicana Tere Velázquez (que no fue mucho lo que le pudo quitar, solo que a ella se la quitó Cantinflas, con quien le puso cachos, a pesar de que el cómico era su padrino de boda; y a la célebre y hermosa Marujita Díaz quien fuera la que lo lanzara de galán en varias películas en la época de Franco; por cierto que Marujita y Espartaco decidieron casarse en la celebración de una tarde de toros que tuvo lugar en Las Cancelas, en Sabana Grande).

A la única que no pudo desplumar el galán venezolano fue a Carmen Cervera, la ex del Tarzán Johnny Weismüller, con quien Espartaco se casó en Nueva York. Entonces ella no tenía nada; hasta que se divorció y se convirtió en la muy acaudalada (y ahora viuda) Condesa de Thiessen. Espartaco fue detenido en 1976 por presunta estafa y falsedad de documentos y pasó 35 días en la cárcel, pero todo se debió a un súper enredo financiero. No obstante, estos lamentables hechos (de los cuales fue testigo presencial el decorador de discotecas caraqueñas, José Antonio Guerra) afectaron económicamente a Carmen Cervera, quien después dijo que, por causa suya, perdió hasta los muebles de su casa. Espartaco era un “enamorado” que tenía gancho. Así embulló a Graciela Zarikian a que le hiciera un préstamo para hacer una inversión (tal vez en el Chuky Looky, en La Castellana, con José Antonio Guerra), pero al Espartaco intentar evadir la devolución del pago, Graciela lo enfrentó como una fiera armenia y él le pagó.

En el Pasaje Asunción de Sabana Grande (llamado el "Callejón de la Puñalada") hubo una tasca donde el exiliado Juan Domingo Perón se reunía con los periodistas; y otra, donde todos los jueves se reunía la Peña Hermanos Girón, con la presencia de Uberto Mondolfi (junto con Miguel Otero Silva, responsable de imponer las boínas a los estudiantes del 28), Rafael Viso, Víctor Saume Jr., Alfredo Stelling Cróquer, Luis Pietri y Carlos Pérez Matos. La tasca era propiedad de un marroquí que cantaba flamenco, llamado Paco Torremolinos. Este Paco es importante en la vida de los tablaos caraqueños, por cuanto, en 1974 fundó el confortable Café de Chinitas, homólogo en su nombre al original madrileño. Esa versión caraqueña fue el tablao de mayor duración pues, hasta principios de los noventa, llenaba todas las noches de la Avenida Tamanaco de El Rosal, con guapas bailaoras.

Tal vez, la más popular de todas esas cantaoras-bailaoras fue La Polaca, quien mereció unas coplas de Aldemaro Romero que decían: Voy a pedir el milagro/de arrebatar una estrella/pa’ colgarla de la frente/de la gitana más bella. La Polaca (m. 1998) tuvo su propio tablao en 1985, que también era restaurant, el cual estaba ubicado cerca del Colegio San Ignacio y fue financiado por Salvador y Marisol Salvatierra. De todos los tablaos, un sobreviviente pertenecía a Aloma Henríquez Colls, quien mantenía un selectivo ambiente en su solariega casa de la plaza El Hatillo, tal vez el último eco del cante gitano, estilo de pura cepa musical y lírica que, en el mundo, conlleva un patético fatalismo —y hasta gracia—, según lo expresan unos versos del poeta malagueño Manuel Alcántara, que dicen: Cuando termine la muerte/si dicen a levantarse/a mí que no me despierten.




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