La Iglesia venezolana ha cumplido un papel relevante en advertir la magnitud de la crisis nacional y en ofrecer su capacidad mediadora en procurar salidas que garanticen la convivencia democrática
Cardenal Baltazar E. Porras Cardozo: “No estamos ante una utopía ni un sueño irrealizable”
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Por Manuel Felipe Sierra


La Conferencia Episcopal Venezolana, el propio Papa Francisco y sacerdotes como el Cardenal Baltazar, Arzobispo Metropolitano de Mérida y Administrador Apostólico de Caracas, han mantenido una actitud de permanente vigilancia y también de orientación en el marco de la grave situación que vive el país. 

En la siguiente entrevista, el Cardenal Porras ofrece respuestas a las preguntas formuladas por el periodista de Eneltapete.com.


Venezuela vive en una situación muy especial, en la cual se conjugan crisis política, económica y social. ¿Cómo vislumbra la Iglesia este escenario?

Agregaría a la pregunta que la crisis global es ética, porque hay una distorsión de los valores fundamentales que deben ser norma general aceptada por todos. El enfrentamiento ha llevado a un desconocimiento del otro, de su lenguaje y de los parámetros mínimos para una convivencia pacífica e igualitaria. El escenario se vislumbra sombrío porque al hablar en distintos lenguajes, no hay forma de entenderse. Es urgente un nuevo ejercicio para encontrarnos y ayudarnos mutuamente. No hay otra vía sino el del diálogo. 

En estos momentos la dirigencia política de ambos bandos y entre sí, no manifiestan un sincero deseo de acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto (ver Fratelli tutti 198). El mejor ejemplo es la convocatoria para el 6 de diciembre. Con la misma excusa de consultar al soberano, cada uno por su parte pretende tener la razón. El único perdedor es el pueblo, pues no hay solución posible que nos lleve a un clima común de entendimiento. El conflicto continuará y la situación de estancamiento económico y social, probablemente se acentuará. 

Contrasta la postura de la dirigencia con el deseo profundo de la mayoría de llegar a un acuerdo, diálogo o negociación que destrabe la situación y permita avizorar un futuro más promisor en el que tanto la justicia como la libertad se den la mano. Sin la búsqueda sincera de la verdad que no es coto privado de nadie, ni de la trasparencia que favorezca la credibilidad y la confianza en la dirigencia política. Más allá de los enchufados de ambos lados, es decir, de aquellos que se benefician del statu quo para enriquecerse o disfrutar de alguna cuota de poder, amplios sectores de la sociedad civil, (empresarios, gremios, universidades, academias, intelectuales, organizaciones sociales de ayuda, iglesias…), pugnan por ofrecer planes y salidas que no encuentran suficiente eco en quienes tienen la llave, la clave, de asumir responsablemente que el liderazgo debe ser compartido, ampliado, sin que las diferencias sean las que impidan los acuerdos. 

Una falsa tolerancia termina favoreciendo valores morales interpretados según las conveniencias. “Cuando es la cultura la que se corrompe y ya no se reconoce alguna verdad objetiva o unos principios universalmente válidos, las leyes sólo se entenderán como imposiciones arbitrarias y como obstáculos a evitar”, nos dice el Papa en Laudato sI (123) y en Fratelli tutti (206). 

La Iglesia venezolana de forma reiterada ha propugnado la necesidad de una salida pacífica y electoral, con reglas claras aceptadas por todos, para que el pueblo, el soberano, en quien radica el poder originario, sea quien decida. Cualquier otro subterfugio es calificado, y con razón como moralmente inaceptable. Nuestro papel fundamental es el de animar a una reflexión serena que lleve a una toma de conciencia de los valores inalienables que hay que defender y promover. Además, ser espacio cordial para que las partes conversen en clima sereno. Queremos ser facilitadores, pues no pedimos nada a cambio, sino que todos nos ocupemos por las necesidades urgentes de la gente.




Reiteradamente la Conferencia Episcopal, el Papa Francisco y usted, abogan por una salida de conciliación nacional que permita enfrentar las dimensiones de la catástrofe venezolana.

Lo primero es aceptar la realidad. No negar la crisis o achacarla a factores externos, sin asumir la responsabilidad de que la catástrofe nacional no se arregla con correcciones cosméticas. Hay que ir a las causas más que a los efectos. Estos, son el producto de un sistema errado que no conduce sino a una mayor pobreza y exclusión. 

En segundo lugar, la violencia, el enfrentamiento y la descalificación son las trabas que impiden actuar con racionalidad. La emoción, el fanatismo, las ideologías cerradas atrincheran posiciones y prolongan el sufrimiento de la mayoría. La conciliación nacional, el diálogo, la concertación, la negociación sincera es un camino arduo pero necesario. 

No es el momento de decir aquí no se puede hacer nada. Nunca es tarde para recomenzar. El Papa Francisco nos ilumina de nuevo: “cada día se nos ofrece una nueva oportunidad, una etapa nueva. No tenemos que esperar todo de los que nos gobiernan, sería infantil. Gozamos de un espacio de corresponsabilidad capaz de iniciar y generar nuevos procesos y transformaciones. Seamos parte activa en la rehabilitación y el auxilio de las sociedades heridas” (Fratelli tutti 77). 

No estamos ante una utopía ni un sueño irrealizable. La historia, nuestra historia, nos muestra que en los momentos más oscuros, la unión de voluntades, dejando de lado apetencias y diferencias, es el camino que nos ha dado paz, libertad y progreso. Estamos ante una nueva oportunidad, dura, difícil, pero no imposible. La fraternidad está por encima de nuestras mezquindades. La esperanza activa está enraizada en lo más profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias concretas y los condicionamientos históricos que vivimos. “La esperanza es audaz, saber mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna” (Fratelli tutti 55).




El próximo año se formalizará la beatificación del Dr. José Gregorio Hernández, usted ha recorrido los sectores populares a nivel nacional, donde el nombre y la imagen del “Siervo de Dios” es una luz de esperanza en la grave crisis que afecta a los venezolanos.

La beatificación de José Gregorio Hernández nos viene como anillo al dedo. En el mejor momento, pues es la luz que ilumina la grave crisis que nos afecta. ¿Quién es José Gregorio?, ¿por qué nos atrae tanto a todos los venezolanos?, ¿qué tiene de seducción su vida?… son solo algunas de las preguntas que bullen en la mente de todos. 

José Gregorio es un hombre como nosotros, nacido en la provincia, en medio de limitaciones de todo tipo. Sin embargo, el hogar, el único maestro del pueblo, el cura de la localidad, el calor de una familia trabajadora y creyente, le dieron vida y fuerza para ser lo que fue. Enviado a Caracas por su papá para que estudiara, lo hizo ser buen estudiante y mejor bachiller en la universidad. Una universidad sumida en el atraso de un país que se ocupaba más de las montoneras y las guerras civiles que del estudio y el progreso. Y allí, adquirió, a pesar de todo, las herramientas para ser médico excelente. Triunfa en París porque las bases humanas, científicas y espirituales que llevaba le permitieron codearse con lo mejor de la meca de la medicina de entonces. No se dejó seducir por las ofertas nada despreciables de quedarse en el viejo mundo. Tenía el gusanillo de querer a su patria, de devolverle lo que había recibido, de convertirse junto con otros hombres insignes en los pioneros de la modernización de la medicina en Venezuela. El laboratorio que montó, a imitación del de París, se convirtió en referencia obligada para toda Suramérica. Su amor a la gente, a la salud del enfermo, lo convirtió en excelente profesor y mejor sanador de las dolencias físicas y anímicas. En su espíritu brotaba a borbotones la fe cristiana que lo convierte en santo porque su afán no fue otro sino el de servir. 

En los momentos que vivimos es un ícono, una referencia obligada de que José Gregorio no es una referencia del pasado sino un acicate para el presente y el futuro. Por ello, caminemos con José Gregorio, el único que en estos momentos nos grita a trabajar unidos por un mejor país. Es el mejor regalo, el mejor milagro, la mejor esperanza y la mayor alegría que nos anima a construir la esperanza.




De cara a la Navidad y el Año Nuevo. ¿Cuál es su mensaje para los venezolanos?

Prefiero hablar primero de Adviento, de lo que viene, de lo que se prepara. No hay navidad sin advenimiento. Como se espera en la familia el nacimiento de un nuevo retoño, cubriendo de ternura y ayuda a la madre embarazada. Así está Venezuela. Sedienta de afecto, de ternura, de solidaridad, de acompañamiento, de preocupación por el más débil y desprotegido. 

Tradicionalmente, adviento, navidad y año nuevo, es el tiempo más hermoso para los venezolanos. Renace la esperanza de querernos, de encontrarnos. Los aguinaldos, las muchas manifestaciones populares, celebraciones, peregrinaciones, misas mañaneras, compartir fraterno, el pesebre casero y el que ponemos en cualquier parte del entorno nos llama a superar las durezas de la vida diaria. Sin emborracharnos para olvidar, sino pletóricos de lo que somos capaces. 

Jesús en el pesebre, es el niño débil, necesitado de afecto para vivir. Dios hecho hombre no es el todopoderoso sino el que se hace uno como nosotros. La fuerza de la debilidad es la mejor arma para probar que desde lo pequeño y cotidiano podemos construir el mundo de paz que anhelamos. Trabajando juntos, superando escollos, sudando y llorando, como bienaventurados que desde el sacrificio nos sentimos dueños y protagonistas de nuestro futuro. No hay espacio para el desánimo. La pandemia que nos azota nos descubre que la fragilidad humana es nuestro compañero de camino. Hay que mimar lo pequeño para ser fiel en lo grande. “Como el rocío del cielo baja constante…venga Dios con nosotros, el Dios del cielo”. Que así sea para contento de todos.







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