Por Manuel Felipe Sierra: En Venezuela se procura institucionalizar la figura del gobierno paralelo sin que haya ocurrido la intervención armada, sin que exista una división concreta del territorio...
¿Otra Gran Colombia?
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Si bien existe consenso formal en el sentido de que una salida al conflicto venezolano debería pasar por un proceso de negociaciones que conduzcan a la consulta electoral, tal como suele ocurrir en situaciones semejantes, en la práctica un sector de la oposición claramente comprometido con la estrategia propia de la Casa Blanca insiste en la vía fracasada y costosa de los gobiernos paralelos. La designación por el presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, de Leopoldo López como coordinador del Centro de Gobierno, Julios Borges como canciller, Alejandro Plaz al frente de la recuperación económica, Javier Troconis para gestionar los activos de la República y Humberto Prado para defender los derechos humanos, coincide justamente con el anuncio de que los asuntos venezolanos con Estados Unidos serán tramitados a través de una delegación instalada en Bogotá, donde además funcionaría la cancillería de facto, es decir, para la estrategia de Trump se trata como lo recuerda en tono humorístico el escritor Teódulo López Meléndez de revivir la Gran Colombia en la histórica capital colombiana. Pareciera entonces que los ejemplos recientes de Irak, Libia, Sudán y Siria, entre otros, no se tomarán en cuenta o peor aún que fueran asumidos como vías exitosas y no como lo que han sido: la antesala de la destrucción literal de esas naciones.

Una política que en esos países además estuvo precedida por la ocupación militar que permitió separar espacios geográficos a partir de los cuales se decretó la división territorial y cuyos costos en Irak ya se conocen. Si bien algunos reivindican como una victoria el ajusticiamiento de Sadam Husein y lo mismo podría aplicarse en el caso de Libia también con la muerte de Muamar Gadafi, lo cierto es que ambas naciones son ahora dramáticos escenarios de luchas internas y destrucción material. El efecto en Siria fue distinto por cuanto Bashar al Assad no fue finalmente derrocado pero en cambio se abrió paso a un terrible conflicto que todavía incluso por momentos amenaza la paz mundial. Habría que recordar que en la experiencia de la “Primavera Árabe” -que por cierto comenzó en Túnez con la huída del presidente Ben Alí por la protesta de los nativos- se escogió la fórmula de las negociaciones que condujeron a nuevas elecciones y al restablecimiento del orden institucional.

Con las diferencias del caso, en Venezuela se procura institucionalizar la figura del gobierno paralelo sin que haya ocurrido la intervención armada, sin que exista una división concreta del territorio y sin que todo ello haya sido producto de las acciones legítimas de los factores nacionales. Ello hace que la “Operación Libertad” encabezada por Guaidó apoyada el mismo día por Estados Unidos y que provocó en horas la ruptura de relaciones diplomáticas entre los dos países pueda considerarse que aún, luego de ocho meses, no haya cumplido con los objetivos propuestos. Es obvio que la tesis del “mantra” partía del falso supuesto de la transición y se sabe que ellas solo son posibles cuando se ha producido una fractura del orden existente, un cambio de gobierno que facilite un espacio de recomposición, o cuando esos reacomodos han sido facilitados y de alguna manera convenidos por los gobiernos que habrían de ser sustituidos.

Ello explica por qué la Unión Europea, el Grupo Internacional de Contacto, como es costumbre el gobierno de Noruega y las Naciones Unidas, estimulan la vía del diálogo en procura de acuerdos para restablecer la gobernabilidad y la institucionalidad democrática. Los ejemplos que suelen citarse de la concertación chilena y las transiciones militares en el Cono Sur se dieron porque Pinochet propuso en uno la vía que conducía a su propia sustitución; lo mismo que los generales brasileños, argentinos y uruguayos que estimularon el regreso al ejercicio democrático mediante elecciones. Una realidad a la cual no escapó el gobierno de Daniel Ortega en Nicaragua en 1990 cuando convocó, aceptó y respetó un resultado electoral que le era desfavorable.

Salvo que se aliente una eventual intervención desde Colombia en territorio venezolano, aduciendo la presencia en él de grupos guerrilleros en rebeldía (el partido FARC continúa apoyando los acuerdos de paz y el ELN se inclina también por un arreglo), la insistencia en una supuesta pero en todo caso inútil forma de transición conduce inevitablemente a profundizar el conflicto político e intensificar sus graves consecuencias sociales y económicas que afectan a la población; o en otro caso a desencadenar el tormento de la guerra. Si bien la ayuda internacional y las gestiones de buenos oficios son necesarias para la situación que vive Venezuela, ellas tendrían que respetar también las realidades y la soberanía de la nación. De otra manera cabría la vieja frase de Cantinflas: “No me defiendas, compadre”.