Por Faitha Nahmens Larrazábal: Un local para el arte que no ceja
Frida Kahlo se planta en Chacao
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Frida Kahlo, colorida y sin tabúes, vuelve a la vida en Caracas. En un lugar de Chacao cuyo nombre no dice lo que es, El rincón del abuelo, renace y confirma su inmortalidad. Espacio que suma más de 40 años, desde hace poco menos de un lustro, tras una profunda remodelación, no solo estrena estética sino que adopta el concepto en boga de lo multifuncional. Convertido ahora, además de lugar de encuentro, en plataforma para el arte —bienvenida la bohemia, adiós al dominó—, desde el 30 de julio mantiene en horario corrido a la mítica artista mexicana contra la pared. Versionada su atronadora esencia en las 22 piezas que componen esta colectiva, el heterodoxo conjunto figurativo hace foco en el rictus indescifrable de la mujer de la cejota corrida. Suscritas las obras de la exposición en su mayoría por las talleristas de SotoArte —se suman creadores invitados—, lo cierto es que Frida Kahlo está de vuelta y con ella, el color en toda su esplendidez, la controversia y la sexualidad —nunca es suficiente -; seductora manera de resistencia.

Hallazgo de los tantos que ofrece la ciudad que se resguarda en intersticios y palpita apasionada en el secreto, ahora con aires de galería y opción para que se discurra el telón, este local que se anuncia discreto en el vecindario de la calle Monseñor Juan Grilc redimensiona el ancestral hábito de la peña y promover la cultura y la buena costumbre de compartir cuitas, besos y celebraciones; lo particular en este caso es con las mesas ahora dispuestas a cada lado de un pasillo central que conduce a una barra teatral a modo de balcón, como punto focal, a la que se accede por unas escaleras para coger palco, la escenografía parece moverse para propuestas de bolero, performances, monólogos, arias, exposiciones, aplausos. “Esa es la intención”, dice su joven, tenaz y apuesto dueño, Juan Pablo Pereira.

De hecho, Frida Kahlo hizo su aparición en 3D, corpórea y florida, el día de la inauguración de la exposición que celebra la fecha de su nacimiento la mítica creadora mexicana. El tema de la edad de las mujeres es un asunto escurridizo que no admite verdades absolutas, es como los abanicos, se ventila o no, se guarda o no, mejor si se cierra. Pero Frida Kahlo, amapolas en la cabeza, vestido revoloteado de pájaros, mujer que no se anda con sonrojos, entró triunfal 24 días después de la fecha de su nacimiento despepitando sus años, 112 y contando, y permitiendo abundar en detalles de pasmo de su intensa biografía con un monólogo que iba enriqueciéndose y volviéndose más y más picante sobre la marcha.

Anécdotas a bocajarro, carcajadas y provocaciones, Cora Farías, actriz y una de las expositoras, metida en la piel de la mujer de las 32 operaciones y los tantos amores, se iría de lenguas. "Diego Rivera fue mi gran pasión", el amor de sus tormentos, el que más dolió, se dio golpes de pecho; y “Chavela Vargas, un arrebato” al que le dio rienda suelta como le ocurrió también con el estremecedor etcétera que le vino en gana; como le sucedió con León Trostky, por ejemplo, huésped de la pareja Rivera Kahlo con el que se involucró durante su malhadado exilio ruso. “Esta es mi casa azul, aquí pinto, aquí hago el amor” y sé alzarón las copas, y abrieron todas las bocas.


Expositora y actriz Cora Farías

"Nos interesó la abundancia de planos e ángulos inagotables ángulos del personaje, y cómo plasmarlos", dice María Elena Azpúrua, del taller que dirige Mirla Soto, la suya la única Frida Kahlo viril, de flujo rosa, "como en efecto vistió a los 19 en una fiesta familiar en la que provocó ayes al llegar; como siempre ". Ayes de asombro, ayes de dolor, la muestra constituye una narración de la mujer de vida exagerada que llegó a este mundo el 6 de julio de 1913 y partió—es un decir— el 13 de julio de 1954. En cada versión en óleo, acrílico, acuarela, en cada lienzo, botella de vidrio o sobre la superficie de una concha de coco, la selección de esta hornada de técnicas mixtas completas, desde cada una de las partes del rompecabezas, la excesiva historia de amor y dolor de la celebración pintora

Frida Kahlo, mujer de infinito desparpajo, exuberancia e intensidad para crear, sentir, vivir, alias Sufrida Kahlo, padeció de polio, abortó, tuvo un accidente casi fatal, amó y padeció hondamente el desdén de quien fuera de su compañero de camino con intermitencias y amoríos. Con el pincel se representa a sí mismo atravesada de punciones, convertida en venado, presa y a la vez libre, en su cama sangrando, viendo flotar en los cielos un bebé fuera de su vientre que nunca amamantó, pasando por la muerte. Voluntariosa, revolucionaria, feminista, atormentada, fue ella su mejor modelo y su propia música de inspiración para trazar su impetuosidad. El arte la reconstruyó.

Enmarcada entre banderines de colores que penden del techo como en un patio de Coyoacán, Frida Kahlo se instala en este resquicio del trópico y, a la luz de su contundencia tajante, es un canto de sirena que, seductor o terrible, nos hipnotiza. El arte, con su arrojo impío y su benevolencia, la han convertido más que en monedita de oro en icono de fuerza femenina y emblema de diversas causas, en figura mitológica que se avizora eterna. Por lo pronto, su presencia iconográfica en la ciudad que la recibe, estruendosa, sensible y visceral, produce revuelo.

Con eso le basta a Juan Pablo Pereira, caraqueño por cuya sangre corre la devoción portuguesa y cuya identidad es sin ambages la venezolana por la apuesta sin desmayo. "Sí, ojalá que en El rincón del abuelo nos convertimos en referencia y vengan caraqueños de otros lados de la ciudad". Ojalá, también, el país renazca de entre los tantos padecimientos vividos con no menos tesón como está registrado en la saga real y fantástica de Frida Kahlo. Cuya mirada, despabilada y franca, conmueve no solo a los que le respondieron salud desde las mesas.