Ciertamente se necesita ser bien inocente para caer en las decenas de advertencias que se lanzan a diario por las redes sociales sobre la inteligencia artificial
INTELIGENCIA ARTIFICIAL, LA SAYONA Y EL CHUPACABRAS
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Gustavo Oliveros

Bien claras están las grandes multinacionales, las tres que compiten en el mercado para ver quién se queda con la mayor porción de la torta y deja las guindas a las otras dos en este mundo de ingenio, robótica, ficciones y cuentos chinos

En realidad, la llegada del “coco” no es más que otra herramienta de trabajo que lejos de traer desgracias para el ser humano servirá para hacernos la vida más ociosa. Esto no es tan bueno, pero tampoco es tan malo, siempre que ese ocio se use para reflexionar, pensar, filosofar, inventar emprender y hasta ¿por qué no? triunfar en algún quehacer o labor sobre la cual te encuentres soñando. Lo demás es película y a otro gallo con el cuento del dominio de las máquinas sobre el hombre.
 
Cuando chico me aterrorizaba que en las noches llegara la sayona a visitarnos al rancho, en pleno barrio, en busca de sus hijos perdidos. Con el tiempo le tocó al chupa cabras sustituirla y de allí en adelante cualquier cosa era válida para mantenerme paralizado por el miedo. La ignorancia es siempre el factor desencadenante del misterio, sobre todo cuando las redes sociales no dan chance a las argumentaciones y todo se convierte en meros titulares con párrafos de cinco líneas que se comparten a diestra y siniestra para alimentar el ego del erudito que inició la “compartidera” sin ningún escrúpulo de su parte.
 
Pues ni la Inteligencia artificial va a acabar con el mundo, ni el ser humano terminará siendo un bobo descerebrado ante el dominio de las máquinas que lo decidirán todo a partir de una fecha determinada hasta el final de nuestra era.
 
La explicación es sencilla y complicada a la vez para quien desconoce alguito de nuestro sistema neuronal. Desde el punto de vista más sencillo tenemos que las máquinas son recopiladoras de datos, es decir, no aprenden, sino que aprehenden y solo nos ganan en contenido o sea, en almacenaje, pero jamás en uso. Este está en nuestras manos y seguramente con ese uso, alimentamos el algoritmo que les permite a otros usar lo que ya nosotros desechamos cuando hemos avanzado hacia otra etapa del uso, y que servirá para que otros usen esa siguiente etapa del conocimiento y así hasta que nos agotemos de darle datos al algoritmo con nuestra interacción enfermiza que lo obligará a recurrir a otras presas para saciar su hambre descomunal. Esa capacidad de almacenaje que le permite consumir o tragar datos tras datos y mantenerlos en proceso de digestión dentro una inmensa barriga llamada nube, chip, control sináptico, ensamblaje neuronal aritmético, jodedor insigne, Salomón o Atenea. Un trabalenguas este, digno de cualquier sistema operativo que ya estará copiando esta barbaridad para que cuando alguno de nosotros haga clic, darle la “sopita en botella” al instante y sin rechistar. “Ese es un flojazo pensará el algoritmo cuando captura al idiota que copia, pega y comparte. ¡Por Dios! qué dije: “pensar”. Pues no, el algoritmo no piensa por que si piensa existe y como no existe porque no piensa pues entonces es un algoritmo. Pienso ergo sum, y ya lo veo copiando el texto a través de su fórmula matemática BcCvvX/87/6%...etc. Ese muchacho plagiario de datos. Un verdadero copia y pega, que en un link “pienso luego existo” hará que el idiota se babee ante la sabiduría de una acción digitalizada cuya entrada y salida inputs youtputs, sugiere que tú no eres más que un recurso para que, al segundo, pueda proporcionarte un servicio, bajo contraprestación, por supuesto, ni te creas que la vaina es gratis, y el consumidor consiga con ello, cierto beneficio.



En fin, esto de aprender y aprehender es básico en cuanto a lo del Coco, la Sayona, el Chupa cabras y los cientos de mitos existentes, reales o inventados, desde que el humano concibió el mundo. Cuando los hermanos Lumiere inventaron el cine ya Platón lo había previsto en el Mito de las Cavernas que: las sombras son el mundo físico que los seres perciben y que confunden con el conocimiento verdadero, cuando sólo es un conocimiento subjetivo. En lo que uno de los prisioneros sale al mundo de las ideas, adquiere el verdadero conocimiento, por decir algo. Apenas Gutenberg inventaba la imprenta se desencadenó el horror entre los escribanos, la llegada de la televisión predijo la caída del cine, años después, Neflix construía nuevas salas de cine en nuestros hogares. La fotografía jamás pudo con el arte pictórico y el carbón, a pesar de tanto petróleo, sigue siendo fuente de energía en varios continentes. El pánico que se creó no fue más que una gran ilusión porque la llegada del hombre a la luna nos abrió las puertas al universo.



La epistemología del conocimiento nos aclara el panorama al plantear que esta función la adquirimos mediante un proceso complejo en donde interviene tanto la psiquis como la biología, la primera por su lado, construye abstracciones y la segunda convierte esas abstracciones en acción. Más fácil que pelar mandarina, aprendemos aprendiendo, es decir, lo primero que hay que entender es que todo comportamiento es intencional.

Demás está afirmar que nosotros los humanos nos diferenciamos del resto de las especies porque nos comunicamos intencionalmente, esto significa que al hacerlo tenemos un objetivo determinado para con un objeto también determinado. Dos tesis se mueven en esta idea, una sostiene que primero viene la percepción, luego una construcción mental y finalmente la acción que nos lleva al conocimiento dependiendo de si fallamos o acertamos cuando objetivamos el objeto.

La otra (constructivista) cambia el orden de la ecuación y sostiene que primero tenemos una abstracción sobre el objeto, luego lo percibimos y finalmente actuamos sobre él. Osea, pues, al inicio tenemos una idea vaga sobre un objeto externo luego objetivamos el objeto, lo que significa que le queremos dar un uso y accionamos sobre el mismo, el conocimiento entonces viene adquirido en el momento en que acción y objetivación concuerdan o no concuerdan, si fallamos en nuestra misión, adquirimos un conocimiento y si acertamos también adquirimos un conocimiento contrario al conocimiento inicial. Esto no lo hace un algoritmo ni en sus sueños, si es que los tuviera.

Así en el transcurso de nuestras vidas vamos aprendiendo y acumulando experiencias (no datos) y esa es una de las grandes cosas que nos diferencian de la IA. Alguien podría alegar que el temor es que a una máquina se le ocurra apretar el botón “rojo” y origine una devastadora guerra de aniquilación, pues eso solo sucede en películas como las de Robocop.
 
En la vida real, el único que nos puede llevar al desastre es el hombre mismo con su índice macabro. Con esto aclaramos que los algoritmos no se elaboran por sí solos, los ideamos gracias a nuestra inteligencia neuronal que de artificial lo único que tiene es el aire que respira para que el cerebro se oxigene y logre crear maravillas en su sinapsis celular para hacernos la vida más fructífera frente a un tiempo que pareciera avanzar más rápido de lo que pensábamos hace unos siglos en el pasado.

No quisiera ahondar más en el tema para no aburrir con criterios científicos, pero admito que, si en algo nos aventaja esta nueva herramienta cibernética, es en la capacidad de hacernos ganar tiempo y seguramente hará un buen trabajo en aspectos como la medicina, la industria, el comercio y otras ramas de la actividad humana para bien nuestro y para bien de toda la humanidad, siempre y cuando sobre ella se imponga una ética y una moral de sus creadores.

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