Antonio Leocadio Guzmán y el general José Manuel Hernández “El Mocho”, fueron los dos grandes caudillos populares en dos momentos distintos del siglo XIX venezolano
No es el "el Mocho", es Andrade
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Por: Rafael Simón Jiménez

Guzmán con la fundación del partido liberal y de su órgano de prensa “El Venezolano”, logro sacudir los cimientos de la Republica en su etapa fundacional, recogiendo el descontento de una Venezuela donde la pobreza, la injusticia y la discriminación atenazaban a las grandes mayorías. No pudiendo nunca llegar directamente al poder, Guzmán tuvo que conformarse con ver como su hijo Antonio Guzmán Blanco, perpetuaba por largos años los ideales liberales de los cuales el había sido precursor y predicador.

El caso del General Hernández, es si se quiere peculiar, porque siendo un caudillo anónimo, sin mayores glorias, distinciones o destrezas militares, logro convertirse en un autentico “fenómeno político “en la Venezuela de finales del siglo XIX que bajo el liderazgo de Joaquín Crespo, asistía a los estertores de la prolongada hegemonía liberal Amarilla. Crespo, quien si era hombre de gran valor personal, y con meritos militares que lo habían elevado a la cúspide del poder, trataba sin embargo de mantener formas y apariencias democráticas, tolerando una amplia libertad de prensa que incluía criticas y sátiras a su persona, y auspiciando la formación de grupos políticos que animaran el debate partidista.

En demostración de su talante amplio y liberal, el gobernante, había promovido una constitución que entre otras reformas incluía la no reelección presidencial, y la implantación de un sistema electoral que permitía el voto de todos los ciudadanos habilitados para tal fin. Bajo ese contexto propicio para promover agrupaciones distintas al partido liberal gobernante, el general José Manuel Hernández, quien había vivido en los Estados Unidos y contemplado el debate político y las campañas electorales que allí se realizaban, regreso a Venezuela en 1896, y de inmediato, inspirado en esas vivencias se dedicó a organizar el partido liberal Nacionalista, que a pesar de su nombre, en su ideario recogía más bien los postulados y principios del conservatismo desaparecido de la escena venezolana desde la victoria federal de 1863.

El general Hernández, se dedica a recorrer los pueblos de Venezuela, y a organizar visitas casa a casa, mítines, movilizaciones y formas originales de promoción y propaganda, que pronto logran despertar y convocar a la Venezuela adormecida por tantos años de predominio liberal y de ausencia de alternativas cívicas y electorales. Pronto el “mocho “ logra atraer para su causa no solo a la inmensa mayoría de los sectores populares, sino a profesionales, agricultores, comerciantes, intelectuales, deseosos de un cambio y una renovación en Venezuela.

Crespo, quien desea imponer un candidato, que le cuide la silla presidencial, hasta 1.901 cuando de nuevo pueda ser candidato y Presidente, opta por el más deslucido de los nominados de su partido el general Ignacio Andrade, a quien sabe que solo puede imponer mediante un fraude electoral, los rumores son tantos que el general Hernández decide pedirle audiencia al presidente, y al entrevistarse con este, y pedirle garantías para los resultados electorales, Crespo con toda mala intención le contesta “General Hernández, usted tendrá todas las garantías en este proceso, pero intencionalmente nada le asegura de los resultados.

El día del cierre de la campaña electoral, el “mocho”, congrega sus huestes en la plaza de la misericordia, El general Crespo le pide a sus ministros que bajo camuflaje vayan a observar la concentración y que luego le lleven un informe del acto opositor a su residencia. En la tarde llegan los atribulados funcionarios a llevarle sus impresiones al jefe de estado: ¡solo habían cuatro gatos general¡ ¡una pobre concentración jefe¡ ¡no había casi nadie presidente! Castro los interrumpe: ¡no sean ustedes embusteros, yo estuvo observando en el sitio y allí estaba toda Caracas!

El fraude electoral se consuma mediante una grotesca utilización del chantaje y la fuerza, el día de las votaciones, el primero de septiembre de 1.897, las fuerzas del gobierno toman con sus seguidores armados las mesas electorales, impidiendo que los respaldantes del mocho puedan sufragar, se ven escenas grotescas cuando campesinos armados y movilizados a Caracas, son puestos a custodiar los centros de educación, y confundidos sobre la maniobra y atraídos por el carisma del candidato opositor lanzan contradictorios gritos ¡Viva el Mocho Andrade¡

La burla y el escamoteo electoral es total, al día siguiente se publican los resultados, el candidato oficialista general Ignacio Andrade obtiene en los cómputos oficiales 406.610 votos, mientras al general Hernández solo le asignan 2.206 sufragios. No le queda al “mocho ” otro camino que tratar de reivindicar con las armas el agravio electoral infringido, y a pesar de no destacar por sus dotes guerreros, el burlado candidato se lanza a una guerra de correrías por el llano venezolano. Crespo, seguro de vencerlo, sale en su persecución, y en la llamada “mata carmelera” entre San Carlos y Acarigua, un francotirador emboscado lo fulmina de un balazo dejando indefenso al régimen del general Andrade. Una copla popular de esos tiempos recogía el drama propiciado por el supliciado Crespo: ¡Al fin, al fin “El mocho” mató a Joaquín!
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