Ahí se llega al plano de lo desconocido, de un futuro indeterminado donde las cuestiones rebasan la lógica clásica, para entrar en la difusa
La paradoja de Pinocho
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Por: Waleska Perdomo Cáceres

Pinocho es un famoso cuento de niños, es un tratado sobre la moral y también sobre el anhelo por ser humano. Es una paradoja que implica las consecuencias de mentir. Es parte de la filosofía de la lógica, sobre todo cuando se asume que a Pinocho le crece la nariz cuando no dice la verdad. Entonces, se puede reflexionar en qué pasaría si Pinocho entra en el terreno de la especulación, para formular alguna hipótesis. Ahí se llega al plano de lo desconocido, de un futuro indeterminado donde las cuestiones rebasan la lógica clásica, para entrar en la difusa.



Porque en esta transcomplejidad vital, la lógica clásica no siempre funciona. Y esto es por culpa de los retos que afronta un mundo que nos sorprende con ubicuidades y disrupciones que rompen con el orden conocido. Pues los sistemas son cada vez más dinámicos y entran en una caordicidad constante, que es la nueva normalidad de estos tiempos. La convivencia con la incertidumbre, en Lipovestky: el vacío de la hipermodernidad.
 
Ahí se constituye una nueva subjetividad que rompe con lo social, para abstraer a la humanidad en las pantallas, en una vida mediada por la tecnología. Una hipermodernidad hedonista, dónde los valores son individuales, dónde prevalece la introspección, la liberación personal, el placer y la realidad principal, es la seducción del lenguaje como herramienta constructora de ontologías. Estamos en un momento dónde las confirmaciones vienen empaquetadas en un mensaje de telegram, en una nota de voz, en correo electrónico o en un tweet.
 
Un anclaje tecnológico dónde el uso de los medios electrónicos, son la certeza de los hechos y la creación de la verdad, que está presente en las inmensas redes digitales que generan la persistencia del mensaje, que crean una viralidad que los hace verdaderos. Pues la información se puede fragmentar para llegar a múltiples fuentes, redirigirse a comunidades específicas y los algoritmos permiten convertir mensajes privados en públicos que son divulgados a las ávidas comunidades ensimismadas que acceden al debate público.
 
Es que hoy en día es muy sencillo crear una verdad, en un mundo de realidades tergiversadas que se subordinan y reorganizan ante los hechos que demandan los centros de poder, los intereses revolucionarios de un nuevo orden, las ideologías y las necesidades políticas. Pinocho entonces se conocería por su larga nariz, ante la necesidad de mantener la generación y propagación de discursos irreales, que pretenden mantener cientos de promesas incumplidas.
 
La verdad se torna en una idea artificial, manipulada que forma parte del arsenal de la propaganda política, en Chomsky es parte de la hegemonía del poder. Entonces nace la posverdad, la verdad posmoderna. Un fenómeno dónde no interesan los datos objetivos, ni los hechos. Ahí solo interesa lo que diga la opinión pública, la creación de matrices de opinión y las emociones que estas noticias suscitan. Un circo romano, dónde la posverdad se convierte entonces en el elemento de dominación ideal, construyendo subjetividades condicionadas por las ideologías, los intereses, aprovechándose de la omnipresencia de la tecnología.
 
Y es que la posmodernidad, hace posible la posverdad dentro de un plano dónde las utopías, las revoluciones, junto con el surgimiento de un nuevo humanismo han socavado las bases de la objetividad sobre la idea Nietzscheana de que no existen verdades, solo interpretaciones. Entonces la verdad es una cuestión inútil, decadente.
 
Entramos así en una época dónde la desilusión y el desaliento son un virus que se expanden rápidamente. Pues todo lo conocido se derrumba, por lo que urge construir nuevas estructuras tal que sustente las frágiles mentes de las personas que ya no creen en los hechos. Que viene en una ontología cada vez más artificial, un mundo que se parece más a los sueños que a la realidad.



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