Un Biden, que para el momento de las próximas elecciones presidenciales tendría 82 años, difícilmente podría prevalecer frente a un DeSantis con casi la mitad de su edad
EEUU: Los causes de su política exterior
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Por: Alfredo Toro Hardy

Los estadounidenses siempre han albergado la creencia de haber sido escogidos por la providencia para cumplir un propósito especial. Las siguientes palabras Herman Melville en el siglo XIX expresaban bien lo anterior: “Nosotros los Americanos somos el pueblo escogido, el Israel de nuestro tiempo. Somos los portadores del Arca de las Libertades en el mundo”. La noción de poseer un modelo de sociedad superior y de constituir la expresión de una historia excepcional en los anales de la humanidad, representan la esencia de su narrativa mitológica. También su política exterior se encuadra dentro de esta misma noción. Como bien señalaba Thomas Jefferson, la política exterior de ese país debía reposar en valores morales superiores sustentados en la religión civil del país: la democracia. En tal sentido, su sociedad tenía la obligación de servir de ejemplo a la humanidad y, por extensión, de difundir sus valores al resto del mundo.

Con la notable excepción de Teodoro Roosevelt y varias décadas más tarde de Richard Nixon, realistas políticos guiados por concepciones de balanza de poder, la política exterior de ese país siempre ha sido percibida por la mitología nacional dominante como un faro luminoso para la humanidad. De hecho correspondió a Woodrow Wilson, pocos años después de Teodoro Roosevelt, convertirse en el paradigma a seguir por sus sucesores. Fue este quien le imprimió un carácter de imperativo misionero a los principios proclamados por Jefferson. El que mito y realidad no hayan seguido el mismo camino, particularmente a través de su activa promoción de los autoritarismos represivos en tiempos de la Guerra Fría, importa poco. Ello, en la medida en que esto no ha producido una disonancia cognitiva ante los ojos de la gran mayoría de los estadounidenses, para quienes la suya ha sido una política exterior encargada de difundir por el mundo los valores de la democracia y de la libertad.

Esta línea de pensamiento quedó perfectamente plasmada en un importante discurso de campaña pronunciado por Hillary Clinton en 2016. Según la candidata: “Estados Unidos constituye una nación excepcional. Lo que la hace una nación excepcional es que es, a la vez, la nación indispensable…Cuando decimos que Estados Unidos es excepcional es porque reconocemos su habilidad única y sin paralelos para transformarse en una fuerza de paz y de progreso en el mundo, en un campeón de la libertad y de las oportunidades. Nuestro poder viene acompañado de la responsabilidad de liderar…No importa que tan grande sea el reto, Estados Unidos tiene la obligación de ser el líder” (Citado por Victor Bulmer-Thomas, Empire in Retreat, New Haven, 2017).

Incluso una política exterior como la de George W. Bush, que proclamó la persecución del interés nacional en términos crudos y agresivos, se creyó depositaria de una misión especial y superior. De acuerdo a esta visión, su responsabilidad era la de transformar a Irak en una vitrina democrática susceptible de difundir las virtudes de este modelo y, en el proceso, secar el pantano de la autocracia en la región. No gratuitamente, los Neoconservadores que guiaron este proceso se denominaban a si mismos “imperialistas democráticos”, al tiempo que se proclamaban como devotos seguidores de Woodrow Wilson.

Toda esta larga tradición, o mejor dicho esta vieja narrativa mitológica, se vio súbitamente desterrada por Donald Trump. Su “América Primero” representó la abdicación a todo sentido de misión y de liderazgo internacional: Estados Unidos sólo se debía a sus intereses y a su soberanía. De acuerdo a Fareed Zakaria, Trump “considera que el resto del mundo carece de interés, excepto por el hecho de que en su visión la mayoría de los países sólo buscan aprovecharse de Estados Unidos” (“The Self Destruction of the United States”, Foreign Affairs, July/August, 2019).

Biden ha regresado a los viejos cauces wilsonianos. Su apoyo incondicional a Ucrania y su papel protagónico en torno a la conformación de una alianza internacional de respaldo a este país, dan prueba de ello. El sentido de misión y de liderazgo han regresado por la puerta grande. La misión se expresa en el contexto de lo que Biden visualiza como una confrontación existencial entre democracia y autoritarismo. El liderazgo, por vía de la auto percibida responsabilidad de guiar la acción de sus aliados en esta confrontación.

Este reencuentro con las viejas tradiciones de la política exterior estadounidense, sin embargo, no se encuentra para nada asegurado. El partido Republicano, que encarna a la mitad del país, muestra fuertes señales de neoaislacionismo. Más allá de su antagonismo hacia China, un importante porcentaje del mismo se identifica con las premisas que caracterizaron al "América Primero" de Trump. Aún cuando las posibilidades electorales de este último parecieran encontrarse en entredicho, sus ideas se ven replicadas por la figura en ascenso dentro del partido: Ron DeSantis, el actual Gobernador de Florida.

Un Biden, que para el momento de las próximas elecciones presidenciales tendría 82 años, difícilmente podría prevalecer frente a un DeSantis con casi la mitad de su edad. Por lo demás, no siendo Biden quien abanderase a su partido en dichas elecciones, no luce nada claro quien podría ser su sucesor. Las posibilidades electorales Republicanas lucen por tanto elevadas, lo que por extensión implicaría un nuevo abandono de los causes wilsonianos dentro de la política exterior estadounidense.


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