Es lastimoso que las ideas y los programas que siempre alimentaron a esta tolda partidista hayan sido carcomidos por el cáncer del populismo
El Partido Republicano y el Populismo
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Por Alfredo Toro Hardy

Richard Nixon se encuentra entre los mejores presidentes que ha producido Estados Unidos en materia de política exterior. Llevó adelante una histórica apertura de compuertas con la República Popular China, negoció la salida de Estados Unidos de Vietnam y llevó a cabo una política de distención con la Unión Soviética que incluyó un ambicioso tratado de limitación de armas nucleares. Cada una de estas políticas retroalimentó a las otras permitiendo alcanzar un máximo de eficacia. John Lewis Gaddis, el gran historiador de la Guerra Fría, señalaba que los logros de Nixon en este campo resultaron dignos de los de Metternich, Castlereagh y Bismarck, los tres mayores estadistas del siglo XIX europeo.

El pueblo estadounidense supo recompensar a Nixon en 1972 con una apabullante reelección. Su oponente Demócrata, George McGovern, obtuvo apenas 17 votos electorales frente a los 520 de Nixon. Dos años más tarde, sin embargo, Nixon se veía obligado a abandonar la Casa Blanca. Entre la victoria y la humillación se encontró el escándalo Watergate. El haber autorizado una operación de espionaje doméstico en las oficinas del partido Demócrata, localizadas en el edificio Watergate de Washington, y el haber mentido sobre su conocimiento de esta acción, destruyeron su presidencia. Sometido a una iniciativa de “impeachment”, Nixon se vio obligado a renunciar cuando las autoridades de su propio partido en el Congreso le hicieron saber que no lo respaldarían. En efecto, los Republicanos dieron más importancia a la preservación del estado de derecho y a los principios que a la permanencia en el poder de un correligionario excepcionalmente exitoso.

Acelerando el curso de la historia hasta 2022 nos encontramos con un partido Republicano muy distinto. Un partido que, en muy importante medida, ha cohonestado el desconocimiento de unas elecciones legítimas y el asalto mismo al sistema democrático. Un partido que, en muy importante medida, considera que la idea de la República es lo que cuenta mientras que la de la democracia es contingente. Un partido que, en muy importante medida, se encuentra con la ciencia, el conocimiento, el mérito y la realidad misma. Un partido que, en muy importante medida, se nutre y gira en torno a teorías de la conspiración y acepta las posturas más extremas como banderas válidas.

¿Qué ocurrió con ese partido Republicano que se proyectó a la vida pública amparado por Lincoln, figura cuasi mítica que preservó la unión del país, dio la libertad a los esclavos, hizo en su discurso de Gettysburg la mayor elegía a la democracia y sentó las bases iniciales para la reconciliación nacional y la integración de la raza negra? ¿Qué pasó con el partido de Teodoro Roosevelt, adalid de la lucha contra los monopolios y el capitalismo salvaje, primer Presidente en proyectar a su país como gran potencia mundial y precursor del ambientalismo?

Algunas razones permitirían explicar como se dio el salto a la triste situación de nuestros días. Primero, el pluto-populismo Republicano. Es decir, la presencia de grupo de plutócratas que se dedicaron a fomentar el populismo dentro del partido como mecanismo para controlarlo. Ello, con el objetivo de poner en marcha políticas afines a sus objetivos patrimoniales. Segundo, la erosión de los principios democráticos dentro del liderazgo Republicano. Ante la constatación de que la nueva configuración racial y cultural del país los desfavorecía, se han dedicado durante años a la supresión o manipulación del voto para preservar sus espacios. Una vez situados dentro de un pragmatismo a contracorriente del espíritu democrático, ha resultado fácil deslizarse hacia fórmulas más expeditas para el control del poder.

Tercero, la aparición de un demagogo sin principios que ha fusionado las enseñanzas de Goebbels, según la cual una mentira suficientemente repetida se convierte en realidad, con el cabal dominio de las redes sociales y del “reality show”. Ello le ha permitido dar forma a una “realidad alternativa”, que no es más que la ausencia misma de realidad. Cuarto, la presencia de ecosistemas informativos cerrados. El emerger de las redes sociales y la radicalización de cierto medios de comunicación social, han permitido la creación de un mundo volcado sobre si. Un mundo impermeable a cualquier fuente de información distinta y alimentado por mitos y teorías de la conspiración.

Este es el partido que, en pocos días, se apresta conquistar la Cámara de Representantes y varias gobernaciones, así como posiblemente también el Senado. Ello, manteniendo una excelente opción para retomar la Casa Blanca en dos años. Es lastimoso que las ideas y los programas que siempre alimentaron a esta tolda partidista hayan sido carcomidos por el cáncer del populismo, por la inseguridad con respecto a la preservación de una identidad raigal y por su absorción dentro de ecosistemas informativos cerrados. Su guía parece haberse convertido en retrotraer el reloj de la historia en medio de un oportunismo sin principios.


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