La victoria del expresidente Ignacio Lula Da Silva frente al actual mandatario Jair Bolsonaro en la segunda vuelta del 30 de octubre, tiene impacto más allá del territorio brasileño.
El Regreso de Lula
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Por Carlos Roque

El triunfo de Lula Da Silva para un tercer mandato, estaba cantado por los sondeos de opinión. Como dato curioso hace cuatro años, cuando Jair Bolsonaro asumía la presidencia de la República, una encuesta reflejaba que desde el calabozo de la prisión donde permanecía Da Silva, curiosamente su nombre registraba un mayor porcentaje de adhesión que el mandatario recién electo. Y es que en sus dos mandatos; el líder del partido de los gestiones presidenciales, había desarrollado una política dirigida a enfrentar el problema de la pobreza, que como se sabe históricamente ha pesado en la política de la potencia suramericana. Incluso su detención por dieciocho meses como consecuencia de un juicio por presunta corrupción; habría obedecido al interés de impedir que obtuviera un tercer mandato en las elecciones de 2018, en las cuales enfrentaría a Bolsonaro, con planteamientos diametralmente opuestos, con el apoyo de factores militares nostálgicos de los tiempos dictatoriales y sectores de derecha que recelaban la postura de izquierda representada por Lula y que mostraba como importante resultado el rescate de cincuenta millones de brasileros de los niveles extrema de pobreza.

BOLSONARO

El presidente electo encarnaba un estilo excéntrico con posturas radicales en términos ideológicos, lo que valió que se bautizara como el “Trump carioca”, en la onda entonces emergente desatada por el mandatario norteamericano y de esta manera su gobierno habría de mantener ese mismo tono: con apelación a los valores primitivos de la población, negado a entender temas como el cambio climático y la necesidad de control de las armas nucleares, justamente cuando en los países latinoamericanos cobraba fuerza un planteamiento neoliberal opuesto a la llamada ola “progresista” desatada por la victoria de Hugo Chávez en Venezuela en 1998.



PRIMERA VUELTA

Liberado por la máxima instancia judicial del cargo por corrupción que lo mantenía en prisión, se despejaba para Lula el camino de una nueva postulación, más aún cuando era creciente la opinión negativa sobre el gobierno de Bolsonaro. De esta manera lucía despejado el camino para la nueva victoria. Tal como ocurrió en la primera vuelta en el marco de una megaelección en la cual los factores opositores a su candidatura ganaron importantes gobernaciones y cargos locales. Finalmente Lula obtuvo 48,43% y Bolsonaro 43,20% porcentajes inferiores a los vaticinados por las encuestas.



FINAL DE FOTOGRAFIA

En medio de una tensa expectativa, con denuncias del mandatario sobre posible fraude y una campaña masiva y costosa que sustituyó las promesas y los eslogans propios del evento por una abundante e inteligente ofensiva de “noticias falsas,” se llegó al 30 de octubre. En las primeras horas, con los sufragios de las principales ciudades Bolsonaro mantuvo una la ventaja en los escrutinios hasta-(tal como era previsible-) los votos del empobrecido nordeste brasileño lanzaron a Lula al primer lugar y a la reelección con 50,9 % frente a 49,15 de su contendor en la escogencia presidencial más reñida de la historia electoral del país.

PELIGROSO SILENCIO

El anuncio del resultado provocó casi automáticamente el reconocimiento de mandatarios latinoamericanos y en cosa de segundos un corto mensaje de Joe Biden señalando que fueron “elecciones fiables y transparentes”, como para adelantarse a un anunciado intento militar de desconocer el resultado. Mientras tanto, Bolsonaro permanecía en silencio hasta el martes siguiente, cuando, sin admitir la derrota, anunció el comienzo de los trámites para la transición de los gobiernos. Mientras tanto las principales carreteras eran bloqueadas por camioneros contrarios a Lula e incluso grupos “bolsonaristas” se acercaban a los cuarteles exigiendo una intervención militar

EL FUTURO

Si se toma en cuenta que Lula tomará posesión el 1 de enero; existe un lapso que podría complicar las tensiones internas, por cuanto, más que a la confrontación partidista, Brasil vive un proceso de enfrentamiento social nada extraño en su historia, entre una mayoría reprimida y marginada y una estructura económica con vocación política y el sustrato golpista de sus fuerzas armadas, una vez que hay que recordar que ellas son capaces de iniciar y finalizar los golpes militares en la región.



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