El 13 de octubre 1822 se cumplieron doscientos años del poema visionario del libertador frente a la montaña mas alta de Ecuador.
"Mi Delirio Sobre el Chimborazo" de Simón Bolívar
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Por Ulises Daal

Desde junio de 1822, Simón Bolívar se encuentra en Quito. Viene de superar los difíciles años de 1814, 1815 y 1816, cuando ya casi frustrado deambuló por las islas del Caribe, hasta que recibió el auxilio de la Haití de Petión; y habiendo regresado a Venezuela y liberado la provincia de Guayana, logra que la República dejara de ser un manojo de papeles viajando en las alforjas de los caballos o en los baúles de los barcos, para encontrar asiento territorial en Angostura. Allí ha declarado en 1819 —con discurso fundador del socialismo en América de por medio— la unión de los territorios de Venezuela y la Nueva Granada en una sola entidad: la República de Colombia; la que con las victorias en las batallas de Boyacá, en territorio neogranadino, en 1819; y de Carabobo, en Venezuela, en 1821, se concretará como tal con el Congreso de Cúcuta, de este mismo año 21; y donde a la vez se declara al territorio del virreinato de Quito incorporado a la República de Colombia, aunque este todavía se encontraba bajo la ocupación del ejército español. Pero en mayo de 1822 el ejército colombiano al mando de Antonio José de Sucre, siguiendo sus órdenes, derrota a los españoles en la Batalla de Pichincha, logrando la independencia de Quito. Y en junio de ese año ya Bolívar allí; y en la celebración del triunfo se produce su encuentro con Manuelita Sáenz; y en julio, la entrevista con el general José de San Martín, para decidir sobre el último, pero muy poderoso reducto del poder español en Suramérica: El Perú. El Chimborazo. Situado a unos 150 Km al suroeste de Quito, es el volcán y la montaña más alta del Ecuador, con más 6.263 m.s.m.; considerada en la época de Bolívar como la más alta del mundo, y por eso la llamará en el poema el atalaya del Universo. Como volcán se le considera parcialmente activo, y se estima que hizo su última erupción hace unos 1.470 años. En quichua, idioma inca, el término Chimborazo devendría de los vocablos chimbo o chimbu, con el significado de otro bando; y de rassu, nieve; traduciendo “Nieve del otro bando”, y coincidiendo así con la mitología indígena que considera al Chimborazo como esposo de la Tungurahua, otra montaña volcánica situada frente al Chimborazo. Según los indígenas de la provincia del Chimborazo, cuando el cielo resplandece en las noches de tormenta por los relámpagos, las dos montañas se abrazan. El hombre. Para aproximarnos a la comprensión de este texto poético escrito por Simón Bolívar en 1822, es necesario tener en cuenta, como afirma el historiador colombiano Frank David Bedoya Muñoz, que para ese momento El Libertador ha logrado crear un ejército glorioso, ha creado una nueva inmensa nación llamada Colombia, está ganando la guerra a los españoles, y está a punto de expulsarlos definitivamente de Suramérica. Ha libertado y unido países. Ha recorrido en caballo más kilómetros de lo que cualquier humano se pueda imaginar; y además, está enamorado. Yo venía envuelto en el manto de Iris, desde donde paga su tributo el caudaloso Orinoco al Dios de las aguas. Había visitado las encantadas fuentes amazónicas, y quise subir al atalaya del Universo. Busqué las huellas de La Condamine y de Humboldt; seguílas audaz, nada me detuvo; llegué a la región glacial, el éter sofocaba mi aliento. Ninguna planta humana había hollado la corona diamantina que pusieron las manos de la Eternidad sobre las sienes excelsas del dominador de los Andes. Observamos, del inicio del poema, que Bolívar afirma que venía envuelto — protegido— en el manto de Iris, de Arcoíris; una diosa mensajera de la mitología griega, que es representada con una túnica multicolor. Iris o Arcoíris que significa el final de la tormenta y simboliza el pacto entre los Dioses y los humanos. Una inter-realidad a la recurre El Libertador, para dejar sentado que él no es responsable de la forma tan cruenta como se ha desarrollado la guerra que se ha estado librando para lograr la libertad, porque —como ya lo había expresado ante el Congreso de Angostura—: “¿Qué diques podría oponer al ímpetu de estas devastaciones? En medio de este piélago de angustias no he sido más que un vil juguete del huracán revolucionario que me arrebataba como una débil paja. Yo no he podido hacer ni bien ni mal: fuerzas irresistibles han dirigido la marcha de nuestros sucesos”. Asimismo, Bolívar recurre a la diosa Iris para dejar en claro, que aun cuando él ha sido el creador y guía fundamental de Colombia, la suerte de grandeza y gloria de la naciente República está determinada por la justicia —y por tanto, bendecida por los dioses—, pero también —y necesariamente— por la acción de los hombres y mujeres patriotas. Pareciera igualmente, que la imagen de Iris es un avizoramiento de la proximidad del final de la tormenta, el fin de guerra por la independencia suramericana, que abriría ese horizonte de grandeza que tiene la Historia reservado a Colombia. Y al decir que viene desde donde paga su tributo el caudaloso Orinoco al Dios de las aguas, tal vez quiera significar que la frialdad de aquella inmensidad de montaña, él la confronta con los colores y el calor del Caribe. Nombra a Alexander Von Humboldt y Charles Marie La Condamine, en reto de superarlos si alcanza la cima del Chimborazo, porque fueron los dos más grandes geógrafos y exploradores europeos que iniciaron las investigaciones sobre la realidad física de América, a finales del 1.700 y principios del 1.800; intentando el primero de ellos en 1802, sin lograrlo, alcanzar la cima de la montaña. Yo me dije: este manto de Iris que me ha servido de estandarte, ha recorrido en mis manos sobre regiones infernales, ha surcado los ríos y los mares, ha subido sobre los hombros gigantescos de los Andes; la tierra se ha allanado a los pies de Colombia, y el tiempo no ha podido detener la marcha de la libertad. Belona ha sido humillada por el resplandor de Iris, ¿y no podré yo trepar sobre los cabellos canosos del gigante de la tierra? Refiere Bolívar, que habiendo él, con su manto de Iris, conducido a un puebloejercito a la creación de Colombia, para lo cual hubo de realizarse las más grandes hazañas, no solo sobre los enemigos de la Libertad, sino también ante los más grandes obstáculos que presenta la geografía suramericana; como en el paso de Los Andes en plena temporada de lluvias, en 1819, para tomar por sorpresa y derrotar al ejército español en Nueva Granada. Afirma que ni siquiera el tiempo ha podido detener la marcha de la Libertad; y que Belona —la diosa griega de la guerra— ha sido humillada por el resplandor de Iris, su protectora y símbolo. Al final de esta parte del texto, Bolívar se pregunta: ¿y no podré yo trepar sobre los cabellos canosos del gigante de la tierra? Aunque lo importante aquí no es determinar si Bolívar logró subir o no al Chimborazo, sino la validez literaria, en tanto que fundacional de la poesía romántica en nuestro continente, y la significación e intencionalidad de su mensaje, nos valdremos nuevamente de Bedoya Muñoz: “…saber si Bolívar ascendió o no a la cima del Chimborazo, no es lo importante. Se sabe con toda certeza que Bolívar estuvo en el año de 1822 muy cerca al volcán, y no es raro pensar, que un hombre acostumbrado a los más inclementes viajes, en caballos y en mulas, en distancias sorprendentes, que a cualquier hombre, de la época o de hoy, asombraría; viajes por todo un continente de selvas, llanos, altas montañas, pantanos, climas diversos y extremos; en fin… todo ello, nos da a entender, que no es raro, que Bolívar haya hecho una excursión al Chimborazo. ¿Qué tanto haya ascendido? Eso sí nos quedamos sin saberlo…” ¡Sí podré! Y arrebatado por la violencia de un espíritu desconocido para mí, que me parecía divino, dejé atrás las huellas de Humboldt, empañando los cristales eternos que circuyen el Chimborazo. Llego como impulsado por el genio que me animaba, y desfallezco al tocar con mi cabeza la copa del firmamento: tenía a mis pies los umbrales del abismo. Un delirio febril embarga mi mente; me siento como encendido por un fuego extraño y superior. Era el Dios de Colombia que me poseía. Bolívar se deja poseer por el Dios de Colombia, que es la Historia, el Tiempo, porque desde él puede expresar, filosóficamente, la certeza irracional de sus pensamientos; los cuales, planteados desde la posición de estadista o de guerrero, no tendrían condición de atemporalidad, de ser y no ser a un mismo tiempo; que es la garantía de permanencia, de corresponder a un determinado tiempo como hecho histórico, y a la vez estar presente en el tiempo inagotablemente. Simón Bolívar fue. Murió el 17 de diciembre de 1830, y por tanto, con total certeza se puede afirmar que es pasado, que ya no existe; pero al mismo tiempo, nadie puede negar que ha seguido viajando, compartiendo el tiempo que sería su futuro y que resulta ser nuestro presente; y que continuará en lo que nosotros tenemos como futuro, donde ya no seremos. De repente se me presenta el Tiempo bajo el semblante venerable de un viejo cargado con los despojos de las edades: ceñudo, inclinado, calvo, rizada la tez, una hoz en la mano… Yo soy el padre de los siglos, soy el arcano de la fama y del secreto, mi madre fue la Eternidad; los límites de mi imperio los señala el Infinito; no hay sepulcro para mí, porque soy más poderoso que la Muerte; miro lo pasado, miro lo futuro, y por mis manos pasa lo presente. ¿Por qué te envaneces, niño o viejo, hombre o héroe? ¿Crees que es algo tu Universo? ¿Que levantaros sobre un átomo de la Creación, es elevaros? ¿Pensáis que los instantes que llamáis siglos pueden servir de medida a mis arcanos? ¿Imagináis que habéis visto la Santa Verdad? ¿Suponéis locamente que vuestras acciones tienen algún precio a mis ojos? Todo es menos que un punto a la presencia del Infinito que es mi hermano. Sobrecogido de un terror sagrado, ¿cómo, ¡oh Tiempo!— respondí— no ha de desvanecerse el mísero mortal que ha subido tan alto? He pasado a todos los hombres en fortuna, porque me he elevado sobre la cabeza de todos. Yo domino la tierra con mis plantas; llego al Eterno con mis manos; siento las prisiones infernales bullir bajo mis pasos; estoy mirando junto a mí rutilantes astros, los soles infinitos; mido sin asombro el espacio que encierra la materia, y en tu rostro leo la Historia de lo pasado y los pensamientos del Destino. Bolívar se sabe parte de una pléyade de seres excepcionales, quienes por sus proezas —todos—serán parte de la Historia continental, incluso los que al final tuerzan el camino honroso. Y también sabe que él es el más grande todos ellos, e incluso de quienes hasta él habían construido el camino de la historia de la humanidad; y por lo tanto, que más allá de la posición que ya ostenta, no se puede aspirar más. Pero igualmente, asume con humildad su condición de mortal, ya que Todo es menos que un punto a la presencia del Infinito; y que la Historia, el Tiempo, enseña que en casos de tal excepcionalidad, la manera de trascender más allá del y por el propio hecho histórico específico, es seguir siendo un ejemplo más allá del limitante espacio vital; conservado una conducta ética: decir la verdad a los hombres. Y esto es lo que nos indica e hizo Bolívar para ser eternidad presente. Porque, como escribió el Comandante Supremo Hugo Chávez en el Libro Azul: “Bolívar habla de “las próximas edades”, “los siglos futuros”. Juega con el tiempo y coloca en el otro polo de su visión al “antiguo universo”, al “mundo antiguo”. Solo así es explicable que hoy, 200 años después de haber escrito Mi delirio sobre el Chimborazo, no solo lo estemos recitando aquí, sino que también estemos intentando descifrar su significación, al igual que después lo harán nuestros hijos, nuestros nietos, y los hijos de sus hijos… por siempre. Observa —me dijo—, aprende, conserva en tu mente lo que has visto, dibuja a los ojos de tus semejantes el cuadro del Universo físico, del Universo moral; no escondas los secretos que el cielo te ha revelado: di la verdad a los hombres. El fantasma desapareció. Absorto, yerto, por decirlo así, quedé exánime largo tiempo, tendido sobre aquel inmenso diamante que me servía de lecho. En fin, la tremenda voz de Colombia me grita; resucito, me incorporo, abro con mis propias manos los pesados párpados: vuelvo a ser hombre, y escribo mi delirio.

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