Tras el aplastante triunfo del rechazo en el plebiscito chileno, el proceso vuelve al cause de la democracia representativa y de los partidos
Los Truenos del Silencio
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Por Manuel Salvador Ramos

El pasado 04 de septiembre, desde Arica hasta Ushuaia, retumbó la voz de la nación chilena. No habló, sociológicamente hablando, el pueblo, o la sociedad, o la ciudadanía; no triunfó una parcialidad política, ni un espectro ideológico, ni la victoria es producto de una confabulación sectorial. No. Ganó el chileno ignorado que con desesperanza y hasta desdén ha visto el tránsito de los años guardando una creciente desilusión, se escondió en la modestia cotidiana. La estrategia de Boric con miras al proceso electoral que lo llevó a La Moneda, vislumbró esa la reserva escondida y hasta huraña que sucesivamente se automarginó de todo lo que se tramitase a través del corpus político, pero interpretó su triunfo como una conquista ideológica y se lanzó en brazos del redentorismo populista.
 
La victoria del Rechazo presenta un haber incontrovertible: triunfó en todas las 16 regiones, y de un total de 346 comunas, solo tuvo un resultado adverso en siete de ellas, todas localizadas en la Región Metropolitana y la Región de Valparaiso. Al triunfar la opción del Rechazo se concretó lo que era ya sabido desde febrero de este año, cuando la línea que mostraba un ascenso creciente de esa opción y ya nadie con mediana sensatez dudaba del desenlace. Voces de impecable solvencia, provenientes de diversos niveles y esferas de acción, llamaron la atención sobre los gigantescos errores en los cuales incurría una mayoría ensoberbecida, pero ésta afincada en el supremacismo identitario, desatendió razones e ignoró argumentos. Durante meses se dieron las razones del por qué ello ocurría y seguiría ocurriendo. Se empecinaron en oír solo el eco estéril de su resentimiento y convirtieron el foro constituyente en poco menos de un muladar. Se señalaron hasta la saciedad los problemas de forma y las barbaridades de fondo, pero ni los constituyentistas ni el gobierno quisieron escuchar. Además, por si fuese poco todo ello, el pasado 13 de septiembre, leemos un correo que nos envían desde Santiago con una nota contentiva de declaraciones de Jorge Baradit, un miembro de la C.C, en la cual denuncia los trapos sucios que arropaban el trabajo los desaprensivos convencionistas.

El Apruebo estaba condenado desde el comienzo por un pecado de origen: las reglas electorales propiciaron que sectores embriagados por un redentorismo de pacotilla pudieron controlar la Convención. Configuraron una representación de pueblos originarios basada en falsedades numéricas y bajo el fraude conceptual de la autonomía regional y de la degradación institucional, llevaron a la Convención a personas carentes de toda representatividad que sirvieron como piezas de acomodo instrumental para la música del odio.

Hoy es risible ver cómo los padres del proceso, incluyendo a quienes diseñaron las reglas electorales, balbucean explicaciones sobre las razones de la derrota. Hablan, por ejemplo, de una avalancha noticiosa contra la Convención Constituyente, aseveración ésta que oímos en boca de Marcos Barraza, el operador político del Partido Comunista Chileno en las deliberaciones. Dice él que los medios manipularon a la población y por ende la ciudadanía no pudo evitar ser víctima de la alienación.

La explicación es francamente delirante. ¿Cómo se explica, entonces, la victoria de Gabriel Boric solo unos pocos meses antes? ¿En esa reciente fecha los medios chilenos no manipulaban a las personas, o las personas eran inmunes a la manipulación? ¿En diciembre no existían las fake news? Si hubiese sido un gobierno de otro signo probablemente la culpa la tendría la gratuidad para el flujo del transporte público, o la ocurrencia de manejos en el SERVEL; si hubiese ocurrido un pequeño movimiento sísmico, algo común en el país austral, ello hubiese sido la causa de la masiva movilización en las calles. Es evidente entonces que la mediocridad congénita, el cortoplacismo y la ineptitud con la cual el gobierno y sus coaliciones políticas manejaron el evento plebiscitario, es la misma que ahora utilizan para analizar su resultado.

Afortunadamente, tras el aplastante triunfo del Rechazo el proceso vuelve al cauce de la democracia representativa y de los partidos. Lo coloca dentro del contexto auténticamente republicano y democrático, su nicho natural. Se asegura así la viabilidad de acuerdos transversales y representativos para estructurar la compleja estructuración operativa y luego alcanzar la promulgación de una nueva Constitución en un lapso apropiado.

Ahora bien, lo que está en el tapete ahora, lo espinoso del tópico, no es la continuidad del proceso constitucional, son las reglas bajo las cuales se competirá. Ese es el debate que afortunadamente se está dando en estos momentos y así vemos como pasado lunes 12, en el escenario del vilipendiado y estigmatizado Senado de Chile, se llegó a un acuerdo preliminar y básico entre gobierno, centro-izquierda y centro-derecha. Ese debate seguirá su rumbo y seguramente no será una vía fácil, pero en el análisis sucesivo de los acontecimientos podremos oír la respuesta de la sensatez y de la inteligencia.

Los truenos del silencio le pusieron coto a la ineptitud y abre las puertas para el debate creativo.

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