Este siglo estaría llamado a traer consigo el fenómeno más significativo desde la aparición del homo sapiens: la singularidad. Es decir, el momento en el que la inteligencia artificial sobrepase a la inteligencia humana
¿Un Siglo sin Originalidad?
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Por Alfredo Toro Hardy


Periódicamente la humanidad atraviesa por períodos de inmensa significación histórica, en donde los valores, creencias y certidumbres predominantes son sacudidos hasta sus cimientos y sustituidos por otros. Occidente ha vivido tres de tales fenómenos en los últimos seis siglos: el Renacimiento, producido en los siglos XV y XVI, la Ilustración del siglo XVIII y el Modernismo que comenzó a finales del siglo XIX y alcanzó su máxima expresión en el XX. El Renacimiento se entiende como un movimiento de amplio espectro que generó no sólo un cambio fundamental en los campos de la filosofía, la cultura y las artes, sino también una renovación de las ciencias. Su difusión de las ideas del humanismo conllevó a una nueva concepción del ser humano y de su entorno. El teocentrismo medieval, en donde todo giraba en torno a Dios y a la religión, dio paso al ser humano como medida de todas las cosas.

Durante este período se produjo, a la vez, un salto mayor en materia científica. Durante el mismo emerge el empirismo y avanzan de manera notable las matemáticas, la medicina, la geografía, la cartografía o la mineralogía. Sin embargo, es en el campo de la astronomía donde una verdadera revolución tiene lugar. La Tierra deja de ser vista como centro del universo, para dar lugar a la llamada teoría heliocéntrica, en donde los planetas giran alrededor del sol. La Ilustración, también conocida como la Edad de la Razón, fue un amplio movimiento que dominó el mundo de las ideas durante el siglo dieciocho. La razón pasó a ser vista como fuente de legitimidad del poder político, determinando la difusión de ideales tales como la libertad, el progreso, la tolerancia o la fraternidad. Fue una época de notables avances políticos en ámbitos tales como el gobierno constitucional o la separación de la Iglesia y el Estado. Las artes entraron en sintonía con la noción de armonía predominante, mientras la ciencia evidenció grandes transformaciones. El método científico, dominado por el imperio de la razón, fue sustentado en la comprobación y la evidencia. Al igual que en el Renacimiento, y rivalizando con aquel en la producción de figuras de primer rango histórico, fue un período de inmensa fecundidad.

El Modernismo, entendido como un movimiento de movimientos, tuvo como denominador común el rechazo a la certidumbre de la razón. Este implicó la ruptura con la armonía, la causalidad y el realismo que caracterizaron a la Ilustración. Conllevó, en tal sentido, a un reexamen en casi todos los ámbitos de la existencia. El arte abstracto en sus diversas variables, la música atonal y dodecafónica, la narrativa introspectiva que daba libre flujo a la conciencia, el psicoanálisis o el teatro del absurdo, derribaron marcos de referencia por doquier.
Dentro de este proceso de combustión espontánea la ciencia no estuvo ausente. Siguiendo su propia dinámica, pero sirviendo de inspiración a artistas, literatos y pensadores, ésta derrumbo los pilares del universo construido por Newton en tiempos de la Ilustración. Las nociones absolutas del espacio y del tiempo perdieron todo sentido bajo la Teoría de la Relatividad, mientras la física cuántica yendo aún más lejos hizo del universo un lugar dominado por el azar. De la certidumbre mecanicista newtoniana se pasó así a la más absoluta incertidumbre. Renacimiento, Ilustración y Modernismo, desataron y simbolizaron nuevas maneras de percibir al ser humano y a su entorno. Cada uno de estos movimientos colocó a la humanidad ante nuevos niveles de conciencia (incluyendo la subconsciencia en tiempos del modernismo), determinando valores, actitudes y comportamientos. En cada uno de ellos el ser humano pudo sentirse más o menos valorado, más seguro o inseguro con respecto su condición y a su posición en relación al universo que lo rodeaba. Sin embargo, nunca se alteró un elemento fundamental: la centralidad del ser humano. Finalmente, era éste quien se estudiaba a sí mismo y a su entorno.
Comparado con los cambios trascendentales traídos por los tres períodos anteriores, el siglo XXI luce sin energía u originalidad. Nada él pareciera asemejar la combatividad iconoclasta del siglo XX. Por ningún lado encontramos las contrapartes contemporáneas de Einstein, Bohr, Picasso, Matisse, Freud, Jung, Stravinski, Schoenberg, Joyce, Proust, Sartre, Wittgenstein. Más allá de la obsesión tecnológica, el siglo en curso no cuestiona ni impresiona.
Sin embargo, detrás de esa obsesión tecnológica nos viene lo que por comparación haría del Renacimiento, la Ilustración y el Modernismo, etapas menores de la humanidad. En efecto, este siglo estaría llamado a traer consigo el fenómeno más significativo desde la aparición del homo sapiens: la singularidad. Es decir, el momento en el que la inteligencia artificial sobrepase a la inteligencia humana. Una explosión de inteligencia no humana susceptible de acrecentarse con una rapidez tal que relegaría a los humanos al desván de la irrelevancia. En otras palabras, el fin de la centralidad del ser humano.


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