La elección de Gustavo Pedro como presidente y Francia Márquez como vicepresidenta significa un salto histórico después de doscientos años. ¿Qué espera ahora a la sociedad colombiana?
¿A dónde va Colombia?
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Por Carlos Roque


La victoria de Gustavo Petro en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Colombia frente al aspirante Rodolfo Hernández, más allá de la contabilidad en votos, tiene una significación histórica en cuanto representaría un cambio en la tradicional correlación de fuerzas políticas del país y más aun con la elección de la afrodescendiente Francia Márquez como Vicepresidenta. Ello hace suponer que ocurrirán cambios significativos en la conducción de un país marcado por factores graves para la gobernabilidad como el desbordamiento de la violencia rural y urbana, la expansión de narcotráfico hasta el punto de que se le considere el país puntero en el mundo en la producción de drogas, y notables desigualdades sociales, incluso de naturaleza étnica.

GOBIERNO DE VIDA Y PAZ
Contrario a lo que muchas analistas sostenían en el sentido de que la victoria de Petro abriría las puertas para un mayor desbordamiento de la violencia dado que en los años 80 perteneció al grupo guerrillero M-19 y que sustenta además, planteamientos progresistas y considerados de izquierda y que en un ámbito de más de 200 años ha respondido al juego bipolar de liberales y conservadores en toda sus expresiones. En su discurso de la noche del 19 de junio al celebrar su triunfo, Petro anuncio el comienzo de lo que llamó un “Gobierno de Vida y Paz” anunciado una política de contactos y coincidencias con otros factores, que hasta ese día fueron sus adversarios directos, en busca de un Acuerdo Nacional para abordar situaciones que escaparían al control y a las respuestas solamente de su apoyo electoral a través del Pacto Histórico. Ciertamente en las horas siguientes, inicio contactos con adversarios, con el gobierno de Estados Unidos, país que ejerce una influencia privilegiada con la política colombiana con el establecimiento en su territorio de bases militares para el combate de la droga y también con el Presidente venezolano Nicolás Maduro que desde hace 3 años se convirtió en el flanco de una estrategia de confrontación del Presidente saliente Iván Duque dando cobijo y apoyo además, al Gobierno Interino de Juan Guaido.

ACUERDOS DE PAZ
Entre las tareas prioritarias para el nuevo gobierno se encuentra la activación de los Acuerdos de Paz con las guerrillas de la FANB suscriptos por el expresidente Juan Manuel Santos, luego de un proceso de negociaciones con mediación internacional en 2016, y que la gestión de Duque desconoció en buena medida sus contenidos lo cual se ha traducido en un incremento de la violencia en todos los órdenes, y ya no solamente con factores políticos o ideológicos, sino con los grupos delictivos que operan en las principales ciudades del país apuntalados por las drogas y el crimen y que hoy en día contabilizan miles de asesinatos de “líderes sociales” y numerosas masacres a lo largo del territorio. En este sentido, Petro anuncia una serie de iniciativas para rescatar los mecanismos originales del acuerdo con Estados Unidos para confrontar de esta manera el problema del narcotráfico que no solo tiene un carácter referido a la seguridad nacional, sino que en todas sus manifestaciones afecta su población y en el plano internacional.
RELACIONES CON VENEZUELA
Un tema fundamental para la gobernabilidad futura tiene que ver con el rompimiento desde hace 3 años las relaciones consulares y diplomáticas con el vecino venezolano toda vez que ella tiene un sensible impacto económico, tomando en cuenta el tradicional comercio fronterizo ahora agravado con la masiva inmigración de venezolanos hacia ese país. Petro ya tuvo una conversación con Nicolás Maduro para la reapertura de las relaciones consulares en primer término como un paso para retomar un intercambio comercial que invirtieron en los dos países como tradicionales aliados para sus respectivas economías.

EL ESCENARIO
El 7 de agosto tomara posesión el nuevo mandatario en medio de enormes interrogantes sobre la realidad cierta de convertir sus promesas y compromisos electorales en hechos concretos. En el entendido que no se trata de una simple alternancia en el poder como suele ocurrir en los regímenes democráticos en el continente, sino en este caso de procurar restablecer los indicadores económicos, pero lo más grave aún: un mínimo de paz en una nación tradicionalmente devorada por la llamada “violencia estructural”. 





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