El gran personaje del siglo XXI sigue siendo el errante. La crisis de refugiados ucranianos prolonga ese drama
Atrapados en el siglo XX
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Por Karina Sainz Borgo


Hace ya casi cien años desde que Josep Roth advirtió lo que ocurriría en la Alemania de los años treinta. "Ha llegado el momento de marcharse. Están quemando nuestros libros. Tenemos que irnos para que a las hogueras arrojen sólo nuestros libros", dijo en 1932 en el Café Mampe de Berlín. Entonces, las fuerzas de asalto nacionalsocialistas quemaron "todas las obras indeseables de la lengua alemana" y continuaron con sus autores, y por supuesto, con el resto de la población, describe Mercedes Monmany en "Sin tiempo para el adiós" (Galaxia Gutenberg), un ensayo donde despliega el mosaico de exiliados, desterrados y emigrados del siglo XX en Europa.

Desde que comenzó la invasión de Rusia a Ucrania el pasado 24 de febrero, se suceden los retratos de los que huyen como lo hicieron cientos de seres humanos perseguidos por el fascismo en la Europa de los años treinta. Si cada historia de exilio de aquellos años conforma una novela breve y fulminante, la crisis ocasionada por la ofensiva de Vladimir Putin exhuma la tragedia. El exilio fue uno de los desgarros más profundos del siglo XX, y aunque debía ya de haber prescrito, su vigencia intimida. Desde el 24 de febrero, el día que comenzó la invasión, filas de niños y madres fueron condenados a la errancia y el destierro. Putin como prototipo del tirano, el que arrasa a sangre y fuego, no ha hecho más que reincidir en la creación de errantes. El gran personaje del XXI sigue siendo el migrante, el errante, el desterrado: no ya el que conquista la movilidad globalizada, sino del que debe marcharse para salvar el pellejo.

Nombrar la realidad nos sustrae de la confusión y, sin embargo, a los que hoy llegan a los albergues saberse refugiados sólo los hunde aún más. Si migrar lleva el sentido indefinido del cambio, la huida supone la demolición. Los perseguidos, como Orfeo, no pueden volver la vista atrás. Tienen que deshacerse del pasado para seguir viviendo.

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