A sus 69 años, y confrontado seguramente a la idea de su mortalidad, Vladimir Putin luciría dispuesto a asumir altos riesgos para dejar su impronta en la historia rusa
Para entender los sucesos en Ucrania
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Por Alfredo Toro Hardy


Para entender las razones rusas frente a Ucrania, hay que hacer alusión a dos importantes constantes en su política exterior desde los tiempos zaristas, así como a una variable determinada por las convicciones de Vladimir Putin. La primera de las dos constantes sería la auto percibida noción de que Rusia es un país único y singular. De la misma manera en que Estados Unidos se visualiza a sí misma como una nación excepcional en los anales de la humanidad, y China se percibe como heredera de una visión de “Reino del Centro” que hace que el resto del mundo gire a su alrededor, Rusia se ha sentido siempre como la “Tercera Roma”. Es decir, como la heredera natural, por intermedio de la civilización bizantina de la cual absorbió sus claves culturales y religiosas, del antiguo Imperio Romano. Esta visión exaltada de sí misma le exige jugar un papel protagónico en los asuntos del mundo y la hace resentir cualquier posición de menoscabo.

La segunda de las constantes sería la percepción de vulnerabilidad que históricamente ha derivado de su particular geografía. Desprovista de fronteras naturales, más allá de las proporcionadas por los océanos Pacífico y Ártico, Rusia se ha sentido perenemente vulnerable a la penetración de fuerzas hostiles. Esto se ha traducido en un impulso de expansión de sus fronteras que ha buscado compensar, por vía de la profundidad territorial, las barreras naturales que su geografía le ha negado. La absorción de estados vecinos y la presencia de estados tapones han constituido siempre sus opciones de seguridad predilectas.

A estas constantes se une la variable determinada por las convicciones profundas de Putin. Para este, la desintegración de la Unión Soviética representó la mayor tragedia del siglo XX. Ello entrañó la pérdida de dos millones de millas cuadradas de territorio (superior al territorio entero de la India de 1,3 millones de millas cuadradas), así como la pérdida de 25 millones de rusos que pasaron a convertirse en ciudadanos de países vecinos (12 millones de los cuales localizados en Ucrania). Ello en adición al declive violento y súbito sufrido por la jerarquía internacional de Rusia. Un declive que vino acompañado por el asedio y las humillaciones profundas que le infligió un Occidente prepotente.

Dando sustento objetivo a mucho del resentimiento sentido por Putin, se encontró el triple paquete de políticas emprendidas por Occidente desde la desintegración soviética: la expansión de la OTAN, la ampliación de la Unión Europea y la promoción de la democracia. Mientras en cuatro fases sucesivas de crecimiento de su membresía la OTAN fue rodeando crecientemente a Rusia, la Unión Europea fue incorporando a su seno a uno tras otro de los antiguos satélites del imperio soviético. El resultado no fue otro que el de transformar el vecindario de Rusia en una esfera de influencia occidental hostil a Moscú. A ello se unió la promoción de la democracia que incluyó, entre otras políticas, el apoyo dado a las revoluciones de los colores en Ucrania, Georgia y Kirguistán, las cuales se insertaron dentro de la llamada “Agenda de la Libertad” impulsada por Washington.

Pero hubo más

El bombardeo a Belgrado y la ocupación de Serbia por parte de la OTAN así como el posterior reconocimiento a la independencia de Kosovo, por encima de las fuertes objeciones rusas, cayeron dentro de este mismo capítulo de humillación. A la vez, fue apenas en 2012 cuando Rusia pudo finalmente acceder a la Organización Mundial de Comercio, luego de la negociación de ingreso más larga de esa organización, ante el veto que hasta ese momento impuso Estados Unidos. Otros ejemplos apuntarían en igual sentido.

A sus 69 años, y confrontado seguramente a la idea de su mortalidad, Putin luciría dispuesto a asumir altos riesgos para dejar su impronta en la historia rusa. El legado que aspiraría a dejar sería el de revertir tanto como posible el orden de la post Guerra Fría. Un orden en cuya construcción Rusia no participó y que sólo pudo ser implementado en virtud de la debilidad de su país. Ello, mientras posiciona a Rusia en la tríada de grandes potencias mundiales y brinda debido resguardo a sus fronteras.

Al parecer, Putin estaría convencido que la confluencia de diversos factores hace de este el momento apropiado para la acción. Entre ellos se encontrarían los siguientes. El tiempo juega a favor del fortalecimiento militar de Ucrania, razón por la cual es necesario actuar mientras la brecha a favor de Rusia siga siendo mayúscula. La vulnerabilidad energética europea y la sensibilidad política ante el impacto de altos precios brindan una ventana particular de oportunidad. La alianza estratégica con China permitiría sobrellevar en importante medida el impacto de las sanciones occidentales en ámbitos tales como energía, finanzas y tecnología. La extrema polarización estadounidense no sólo debilita a ese país sino que afecta seriamente su credibilidad ante Europa y la cohesión de su alianza con aquella.

Dolorosamente estos grandes designios se miden en vidas humanas.




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