Un visionario francés visualizó la liberizadora tecnología moderna de hacer más con menos, pero nadie le hizo caso. Y no era para menos; pero toda esa tecnología comenzó a florecer con la electrificación masiva de las ciudades
Conquista de los Oficios del Hogar
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Por Eleazar López-Contreras


En el utópico mundo del excéntrico filósofo y sociólogo francés Charles Fourier (1772-1837), la Tierra tenía una vida de 80 mil años. Según su visión, el agua de mar se convertiría en limonada y seis lunas reemplazarían a la actual. También adelantó que aparecerían nuevas especies de animales mansos para reemplazar a sus feroces contrapartes, pues -según él y sin explicar cómo— deberían surgir mansos leones, tigres, osos, etc. Nada de eso ocurrió; pero hay más. Según su visión de la sociedad, Fourier propuso la creación de 2.985.984 Falanges, para agrupar a toda la población del mundo, con un detallado programa de participación social comunitaria e individual, a través de cooperativas funcionales con un fondo moral y económico. Pidió a los capitalistas financiamiento de algunas de esas Falanges, pero ninguno le hizo caso, ya que él se inclinaba por el cooperativismo y no por el capitalismo.

En medio de sus estrafalarias divagaciones sobre el agua salada y el limón, o sobre la aparición de novedosas formas de vida animal, Fourier profetizó la liberación de la mujer. Sobre este punto, en 1808 escribió, con indiscutible certeza, pues lo que aseguró fue más que un pegón: 1- que algún día la educación sería mixta; 2- que las tareas se simplificarían (muy especialmente, las del hogar); y 3- que los adelantos y logros de la ciencia aplicada mejorarían la vida cotidiana. En forma muy perspicaz, el visionario Fourier vaticinó que esos adelantos liberarían a la mujer para que ésta pudiera dedicarse a otros menesteres fuera del hogar; pero, además, no creía en el matrimonio ni en planificar para el futuro. "Hay que vivir el presente", dijo, "que es lo que se tiene a mano pues, además, lo que a uno le gusta y atrae hoy, no necesariamente será así mañana".

Lo sorprendente es que, dentro de eso barullo de ideas, todo eso ocurrió, pues más adelante aparecieron los aparatos que la relevaron de sus tareas domésticas. Así nació una impresionante gama de aparatos electrodomésticos que antes lucían tan impensables como hoy día lo sería vivir sin ellos. La Revolución Industrial alcanzó los hogares norteamericanos después de 1910, cuando se introdujo la primera aspiradora. En el siglo diecinueve, ya existían lavadoras manuales de madera, pero éstas tuvieron que esperar la invención del motor eléctrico fraccionado para que aparecieran las primeras lavadoras automatizadas y, con ellas, la plancha eléctrica. El uso masivo de esos y otros aparatos electrodomésticos, se hizo posible gracias a la incorporación de la electricidad y el agua corriente a los hogares.

Sin electricidad, no habría tostadores de pan, licuadoras y hornos de microondas —ni refrigeradoras—; y sin agua corriente a presión, no habría lavadoras ni lavaplatos. Tales innovaciones y aparatos no sólo facilitaron las tareas domésticas, sino que le permitieron a la mujer desarrollarse como factor productivo fuera del hogar, además de haber también facilitado el obligatorio acomodo de la familia de hoy día, a las restringidas áreas del apartamento moderno. De modo que Fourier tenía razón. Si bien algunas de sus ideas fueron estrambóticas (aunque no tanto, pues sus "falanges" tomaron la forma de comunidades asociativas en los Estados Unidos, pues éstas perduraron hasta la década de 1930), la ciencia aplicada sí liberó a la mujer de la esclavitud doméstica, lo cual le ha permitido desarrollarse, tanto como persona como un importantísimo factor de producción en el mercado profesional y laboral; y ni hablar de otros campos.

Es un hecho palpable que hoy día un ama de casa que trabaja, maneja por igual una lavadora o una tostadora, que una computadora o un aparato de alta cirugía.



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