Leopoldo Puchi
En torno a la situación de Venezuela se ha formado un consenso sobre la baja probabilidad a una invasión estadounidense. Sin embargo, esa conclusión puede conducir a un error de percepción. Si bien es cierto que lo que guía hoy a la administración Trump no es un impulso imperial a la vieja usanza, no puede ignorarse que Washington busca reafirmar su hegemonía en la región.
Esta política, descrita por Andrew Latham en National Security Journal, combina la tradición histórica de hegemonía regional de Estados Unidos con el interés actual de limitar el peso de otras potencias en el nuevo orden multipolar que se está configurando. No se trata de colonialismo convencional, porque no busca anexar territorios. No es soft power, porque no pretende convencer con ideas o cultura. Lo que se persigue es control y subordinación geopolítica. Es una forma moderna de la “Doctrina Monroe” con satélites, Tomahawks y algoritmos de inteligencia artificial.
LA LÓGICA
En esa lógica, la flota estadounidense en el Caribe no debe interpretarse como un instrumento de invasión ni como una operación de cambio de régimen al estilo del siglo XX. Su función sería otra: proyectar poder y control, reafirmar que el Hemisferio sigue bajo su mando y que cualquier intento de autonomía no autorizada sería neutralizado. La flota representa, en realidad, un mensaje geopolítico: una demostración de vigilancia tecnológica y capacidad de respuesta instantánea, más cercana al concepto de estrategia de coacción que al de conquista. Es el símbolo visible de una doctrina que no busca ocupar territorios, sino dominar conductas dentro de su zona de influencia.
LA CONTRADICCIÓN
En el caso venezolano, esa lógica parece desvanecerse: ¿estamos frente a una política de esferas de influencia o ante un cambio de régimen? La lógica de la esfera de influencia tendría que permitir negociaciones y acuerdos con el gobierno de Venezuela, más allá de las diferencias ideológicas. Sin embargo, el planteamiento de la Casa Blanca ha sido que “Maduro debe irse” como condición previa a cualquier entendimiento. Esta exigencia contradice esa misma idea de una política de presión sin invasión.
ENCUBIERTAS
¿Qué puede hacer EEUU si descarta la invasión, pero insiste en la exigencia de la salida de Maduro? Si la ocupación militar queda fuera de la mesa, las alternativas se reducen a vías de alto riesgo, porque ya las operaciones psicológicas destinadas a producir fracturas en el estamento militar han fracasado.
En este contexto, entre las acciones que podría emprender la Casa Blanca figura la activación de la CIA para orquestar un golpe de Estado o bien una operación encubierta de “eliminación” de las autoridades del país, acciones que probablemente requerirían intervención militar para estabilizar la situación. Ninguna de esas opciones encaja con una estrategia que aspire a evitar “boots on the ground”, mantener bajos los costos políticos y conservar legitimidad en la región.
Otra alternativa sería intensificar la presión económica para asfixiar aún más los ingresos del país y estimular así el descontento en la búsqueda de una implosión social. Pero esto ya lleva años en curso, y no ha logrado el colapso esperado. Peor aún: podría desencadenar una auténtica crisis humanitaria.
ACUERDOS
Habría que preguntarse entonces si hay margen para un acuerdo. La respuesta es sí, pero solo si Trump modera su exigencia maximalista. La política exterior estadounidense permite un pacto pragmático, construido entre las partes y capaz de darle a Trump un “trofeo” simbólico.
El acuerdo incluiría la expansión de la actividad petrolera estadounidense bajo un convenio de cooperación y la participación de empresas estadounidenses en el sector minero. También se activarían mecanismos conjuntos de lucha contra las drogas entre Estados Unidos, Colombia y los países del Caribe, con acciones concretas como la captura de “capos”, el desmantelamiento de rutas marítimas de tráfico y la desarticulación de bandas criminales. Además, se impulsaría un proceso de estabilización institucional, con mayor incorporación de la oposición democrática sin necesidad de elecciones inmediatas, acompañado de un levantamiento de las sanciones.
INESTABILIDAD
Este enfoque sería más eficiente, barato y consistente con la estrategia de máxima influencia y mínimo costo que Trump ha proclamado. Si insiste en la partida de Maduro sin ocupación, lo más probable es que opte por ataques destructivos de infraestructura, que no provocarían un cambio de régimen, o por operaciones de “decapitación”, que generarían inestabilidad, vacíos de poder y un conflicto armado prolongado. Eso no es realismo, sino deseos contradictorios disfrazados de política exterior.
DECISIONES
La política exterior de Trump en Venezuela está en una encrucijada. Puede optar por ser coherente con su visión pragmática y construir un acuerdo funcional, aunque imperfecto, o perseguir un objetivo maximalista que contradice su propio rechazo a las “guerras interminables”. En el primer caso, el portaviones “Gerald Ford” se retiraría del Caribe conservando su aura de símbolo de poder. En el segundo, podría permanecer más tiempo, pero sin alcanzar su supuesto propósito de una región estabilizada.
En geopolítica, como en la vida, no se puede tener todo. Trump debe decidir qué quiere: relaciones provechosas para todos o sumisión absoluta. Porque ambas cosas, al mismo tiempo, no caben en el Caribe.