Fernando Bustamante poseía la licencia número 444, conducía un moderno Hudson Excel Super Six, ese día atropelló al doctor José Gregorio Hernández
EL CONDUCTOR, LA ENTREVISTA Y UN PLAGIO
      A-    A    A+


Pedro Mosqueda

"Sepa una cosa jovencito, lo que más detesto es un cigarrillo y el licor. Pero por encima de todo eso a los periodistas"

Fernando Bustamante, después de aquella tarde infausta, permaneció por mucho tiempo sumergido en un estado de profunda tristeza, melancólico, abatido. Ahora sí, y para siempre, abrazó la religión de manera definitiva y con más fe que nunca.

Jamás volvió a pasar por esa famosa esquina de la parroquia Altagracia frente a la Pastora, la Esquina de Amadores.

-¿Por qué se atravesó ese Tranvía Dios mío?, comentaba él para sus adentros y para sus cercanos.

Los tranvías en Caracas empezaron su recorrido por la ciudad en el año 1907. La primera ruta fue Las Flores- El Valle; al comienzo eran arrastrados por tracción animal. Al llegar el boom de la gasolina todo se modernizó, y pueden imaginar lo demás.

Desde finales del siglo XIX ya contábamos con el Ferrocarril. Esa es otra historia.

ENTREMOS EN MATERIA...

"Papá no quiere hablar con nadie".

-Ese jovencito Oscar Yánez, me tiene acatarrado, cierren la puerta y no lo dejen entrar, le decía a los hijos y familiares cuando llegaban a importunarlo los periodistas, uno de ellos un tal Oscar Yánez.
Esa vez fue pacífico, a otros les blandió un machete.
Nunca dió entrevistas, pero hubo una excepción. Vivió guardado, con muy bajo perfil.
Entregado al altar que construyó en el fondo de su casa en honor al siervo de Díos.
-"Ya que en vida no pudo ser mi compadre; por lo menos lo tendré allí para siempre".

El doctor José Gregorio Hernández fue el médico de la familia, de hecho la esposa embarazada lo quería como compadre.
Aquel evento (29/6/ 1919) los persiguió para siempre; dejó a todos en la familia un peso emocional por el resto de sus vidas.

Fernando Bustamante conducía ese día un vehículo, un moderno Hudson Excel Super Six de lujo propiedad de uno de los hijos de Juan Vicente Gómez. Era un mecánico de la familia Gómez y además daba clases para conducir...
De hecho Bustamante poseía la licencia número 444. En ese momento circulaban en Caracas alrededor de 900 carros; lo que desmiente la especie que el conducido por él era el único carro que circulaba en la capital.



EL MILAGRO

Yo, devoto como soy de José Gregorio, anoche, casi de madrugada se me apareció. De la misma manera que lo ha hecho con casi todos los que de buena fe lo invocan. Allí estaba él: elegante, pausado y con esa paz infinita; igualito al de la foto que tenía mi abuela en casa. Escuchó nuestro deseo y respondió: "Convencí a Bustamante, y aceptó la entrevista. Debe ser corta, no insidiosa o capciosa; respetuosa. El compadre es un buen hombre". ¡Y se difuminó!



LA ENTREVISTA

Inmediatamente apareció el conductor: un hombre alto, de bigotes, elegante, de hablar pausado.
-Dígale al fotógrafo que se retire. Le acepté la entrevista porque hoy es una fecha muy especial; además mis hijos y nietos dicen que usted pasó por la Óptica Bustamante y ha leído el expediente que los alacranes (¡Ay, los alacranes!) destruyen... y además usted ha dicho que está convencido de mi inocencia. Lo cual agradezco.
-Sí Don Fernando, usted siempre fue inocente. Pude leer todas las declaraciones de los once testigos, incluyendo a José Benigno y César Hernández, los hermanos de José Gregorio.



NOS TRAEN UN CAFÉ Y SEGUIMOS

-Tuvo usted una excelente defensa, al doctor Pedro Arcaya, el mejor jurista y un hombre del entorno del Benemérito Gómez...
-Sé lo que insinúas, o mejor dicho aclaro; los lengüeteros insanos, -eso que tanto abunda en Caracas- dicen que hubo palanca. ¡Falso!... Mi inocencia y mi conciencia son mi mejor defensa.

-También dicen que usted conducía a muy alta velocidad.
-Los testigos presenciales, hábiles y contestes (así decía el doctor Arcaya) lo desmintieron. El doctor José Gregorio, venía ensimismado, meditando -como siempre- porque una anciana -su paciente- lo tenía preocupado y fue a la botica a comprar algún remedio. Esa cabeza -la de JGH- no paraba nunca.
En el propio cruce, él trató de pasar frente al tranvía y dió una media vuelta para regresar, al voltear algo pasó y perdió el equilibrio. Sufrió una fractura de cráneo, se golpeó en la acera.
"Me bajé a socorrerlo inmediatamente".

-¿Usted lo lleva al Hospital Vargas?
-¡Claro! testigos fueron el doctor Razzeti y otros ciudadanos. Ya era tarde, falleció.

-Haga una cosa jovencito, dígale a su fotógrafo que puede entrar y tomar la foto.

Continúa el señor Bustamante...
-Mire, esa noche mi esposa lo esperaba para que le hiciera el chequeo de rutina, ella estaba embarazada y lo queríamos hacer nuestro compadre.
-¿O sea que ese niño o niña lleva el nombre de Gregorio o de Gregoria?
-Lo perdimos, Dios decidió que se fuera con él.


Ahora veo a un hombre sumergido en un sosiego razonable. Dubitativo, nostálgico y con cara de circunspecto. Muy sencillo en su hablar.

ENTRÓ EN CONFIANZA

-Al comienzo me fuí a Curazao; Caracas era un hervidero. La gente se debatía entre la rabia y la tristeza. Me refugié en una Logia Masónica.

Recordamos juntos que los tranvías para hacer su recorrido salían desde la esquina de la Cervecería Caracas (la única fábrica de cervezas) hoy día Centro Comercial Sambil de La Candelaria. El tranvía 27 (involucrado en el accidente) era uno de los 30 trenes que operaban en esa ruta.

Yo, genio y figura, no pude evitar la imprudencia.

-Mire Don Fernando, los mamadores de gallo -como siempre- decían que los conductores de tranvías se abastecían allí en la cervecería y salían raudos y veloces bajo los influjos del Dios Baco. ¿Usted no vendría de esa licorería?.

-¿Qué insinuó usted?

Ahora tengo al frente otra persona, el rostro le ha cambiado; luce alterado, como atormentado.
-Mire, el cielo me escogió para que José Gregorio pasara a la inmortalidad y acepté la entrevista, que ya finalizó porque el Santo me lo pidió.



Ya le dije que soy, fuí y seré inocente. Le recuerdo además que odio el cigarro, el alcohol y a los "caga tinta".

-Tranquilo maestro-, le digo.

-Ningún tranquilo -interrumpió-, usted me ofendió. ¿Y quiere que le diga otra cosa?: la única entrevista que yo acepté antes de despedirme de su mundo (tenía 84 años) se la dí a un periodista de verdad: José Emilio Castellanos (1977), un joven serio, no como usted que es un copión o como dicen ahora un "corta y pega".

En ese momento unas fuertes explosiones me despertaron, y yo pegué un brinco pensando que finalmente se había armado el verguero... Pero no eran cañonazos ni misiles. Eran truenos y relámpagos de una inocente tormenta tropical, que lavaba nuestras penas, nuestras tristezas. Desde la iglesia cercana también lanzaban cohetes. ¡Un día especial!.

Ver más artículos de Pedro Mosqueda en