Waleska Perdomo Cáceres
Se les introducía en la boca un trozo de papel con las instrucciones que les daban “vida, figuras simbólicas para reflexionar sobre su propio poder creador y su posibilidad de control sobre otros. emular la creación divina, manipular la materia y dotarla de propósito.
Los Golem son figuras metafóricas del pensamiento judío: seres de barro moldeados por los rabinos, a los que se les introducía en la boca un trozo de papel con las instrucciones que les daban “vida”. El Golem obedecía sin cuestionar, ejecutando al pie de la letra lo que se le ordenaba. Resulta una imagen fascinante, pues encarna la paradoja de una criatura con forma humana, pero desprovista de voluntad.
A lo largo de la historia, la humanidad ha recurrido a estas figuras simbólicas para reflexionar sobre su propio poder creador y su posibilidad de control sobre otros.
Desde los antiguos Golem judíos hasta los autómatas de Herón de Alejandría o los homúnculos de Paracelso —símbolos alquímicos del poder humano de generar, teóricamente, vida artificial— se advierte un mismo anhelo: emular la creación divina, manipular la materia y dotarla de propósito.
LOS GOLEM DEL PENSAMIENTO
En tiempos modernos, los robots de Asimov heredaron ese linaje mítico. En las páginas de su imaginación, los autómatas cobraron conciencia y se convirtieron en criaturas híbridas que coexisten con el hombre, oscilando entre el bien y el mal, o tal vez trascendiéndolos. Asimov imaginó un mundo donde lo artificial refleja la condición humana y cumple un papel social: máquinas que enfrentan el dilema del poder y la obediencia, que buscan la libertad y nos obligan a mirar nuestro propio reflejo en un mundo donde la verdad ha muerto, donde las relaciones entre las personas son opacas y lo humano se confunde en un trasfondo transtextual en el que las verdades del poder son las ciertas.
Esto nos pone en una posición comprometida. En algunos momentos, podríamos ser Golem del pensamiento: una masa crítica que se deja llevar por las decisiones de los poderosos. Podríamos ser los que siempre dicen: “¡Tienes razón!”, más por paz mental, para evitar problemas, por no crear tumulto o para no ser apresados por la crítica o por la policía de las ideas. Nos hemos vuelto autómatas por comodidad; preferimos ser felices y responder a las acciones del titiritero que mueve nuestras manos y pies a su antojo. Justo en ese momento somos un homúnculo: una masa amorfa sin voluntad, una metáfora de la manipulación y del poder; tres entes aparentes en materia y forma, pero que obedecen ciegamente al pensamiento de una sola persona.
También podríamos ser Golem colectivos, desarmados de autonomía para actuar, no por decisión propia, sino desde la obediencia disfrazada de mansedumbre domesticada a punta de palabras. Estas son las nuevas dictaduras: las de las palabras, las hipertextuales, las solapadas, las que se arman a punta de letra.
Entonces se generan narrativas bajo la excusa de proteger al otro, pero al final Los Golem del pensamiento son textos que son grilletes: órdenes veladas que no aceptan otras sensibilidades, otras miradas, razones distintas que cuentan historias de mundos cada vez más diversos.
A la vez, podríamos ser Golem indefensos ante las verdades ajenas, desarmados por la manipulación mediática, las noticias falsas y la inmersión en la posverdad.
Por ello, es necesario retomar el poder, la voluntad, el valor y la valentía de la posibilidad creadora de cada uno: volver a pensar por modo propio, valorando la transformación del mundo que pueden generar nuestro punto de vista, nuestras palabras y nuestras acciones. Es más, no tenemos por qué pensar igual ni sentir del mismo modo. Se vale tener una opinión propia, una voz personal que debe hacerse respetar, sobre todo ante la inmensidad del imaginario en un mundo cada vez más desconocido, en un futuro transcomplejo que no solo describe el mundo, sino que exige una nueva conciencia relacional y creadora.
Es necesario también respetar, admitir y transigir ante posturas diferentes, para no ser aquel rabino que pone sus instrucciones en la boca del Golem; ni ser el Golem que acata cada instrucción sin sopesar; ni el autómata que se mueve por el vapor y las cuerdas que maneja otro; ni el homúnculo que acaba siendo una creación alquímica sin alma, sin pensamiento, sin ser.
