Jesús Márquez
Desde que llegué hace varios años a Louisville, en primavera, y salía por las tardes a caminar cerca de la casa de mi hija, me paraba y estaba un rato escuchando bellas canciones de folk country, tristes, alegres, melancólicas, que salían de la habitación de una linda casa. Me sentaba en la acera del frente, casi todos los días, y me extasiaba escuchándolas.
Así, llegó el invierno y seguía pasando cerca de esa casa, la música seguía sonando… Nunca vi a nadie asomarse a las ventanas, parecía una casa fantasma pero con mucha música.
Ese invierno fue muy fuerte, con mucha nieve, pero yo seguía pasando por esa casa y escuchando, casi como un ritual religioso. Me encantaba esa música, pero siempre mantenía una distancia prudente para no tener problemas. Llegó la primavera nuevamente, con sus colores brillantes, cálidos, y el canto de las aves, felices.
Empezando la primavera estaba yo sentado escuchando esa música celestial, de repente se abrió la puerta principal de la casa, y se asomó una señora de más de 80 años, con una braga de vaquera, botas y sombrero. Me indicó que me acercara, lo hice con cierta cautela, pensando que era su casa y como yo casi todos los días me sentaba al frente a escuchar la música, quizás podría parecer un acoso o algo parecido pero sonrió, con una risa amplia, franca. Me preguntó si me gustaba la música, invitándome a pasar a su casa.
Adentro parecía un museo, con fotos y cuadros de espectáculos musicales en todas las paredes; había guitarras y un piano, muchas cornetas y aparatos de sonido antiguos, sombreros y botas vaqueras. Al frente una foto muy grande, una mujer muy bella con sombrero vaquero cantando, que tenía una leyenda que decía: “Dolly Riper, la reina del country”. Mientras contemplaba extasiado la imagen, de pronto me dijo: “Esa soy yo, hace unos años”, y buscó una botella de bourbon y dos vasos. “Vamos a celebrar este encuentro con mi último fans, pero ponte este sombrero, era de mi esposo que falleció hace tiempo”. “Sra. Dolly –le dije–, me encanta su música, por eso siempre me sentaba a escucharla”. Hicimos varios brindis, después agarró una guitarra y se puso a cantar muy alegre.

Que maravilla fue escuchar en vivo a la reina… Valió la pena esperar tanto tiempo. Ella cantaba y hablaba mucho de su vida como artista, me enseñaba las fotos y anuncios de los espectáculo y seguía cantando y tomando. Que espíritu a esa edad. De pronto, se quedó mirándome y se le aguaron los ojos, se le quebró la voz y me dijo: “Tú eres el vivo retrato de mi esposo cuando era joven, con ese su sombrero y tu risa, tu voz, él reencarnó en ti”… Buscó una foto grande y me la enseñó. Me impresionó tanto que quise irme de pronto, pues era como verme en un espejo. “Dolly, es tarde –le dije–, tengo que irme, gracias por compartir todos estos recuerdos tan bellos conmigo, un perfecto extraño”. “Tienes varios años viniendo a escuchar mi música, siempre te veía, pero tu parecido con mi esposo me causaba temor y llegué a pensar que era él, reencarnado… Hasta que me atreví y aquí estamos Dolly y su último fans”. Dicho esto, ella se sentó y le dije que venía mañana sin falta. Entonces, mientras me despedía, ella se fue quedando dormida en esa mecedora de madera, con la botella en la mano. Toda esa semana la visité, y ya era un ritual ponerme el sombrero y tocar el piano, ella cantaba, tomábamos ese sabroso bourbon que nunca lo conseguí en el comercio local, pero no importaba, ella tenía varias cajas. Conversábamos mucho de su vida como artista, la pasábamos muy bien, nos reíamos a carcajadas cuando yo le juraba amor eterno de rodillas como fans y ella sonreía. Era feliz cuando se sentía admirada, querida, pues esa casa tan sola era terrible para una reina como ella.
Tuve que viajar a Houston por una semana, y al regresar fui a visitar a mi reina pero cuando llegué no se oía nada de música, todo estaba apagado y en silencio, eso me extrañó mucho. Volví al día siguiente y no se escuchaba nada de música, me atreví a tocar la puerta, me abrió un vaquero, muy alto y fornido, le pregunté por la reina Dolly y me dijo: “Tú debes ser el último fans que tomabas bourbon con mi madre y que tanto te menciona, si, te pareces mucho a mi padre… Pasa y acompáñame, acabo de llegar del rancho; mira el piano, la reina recostada en las teclas mirando por la ventana con la botella en la mano… Pensé que estaba dormida. ¿Está muerta?. No, los artistas nunca mueren”… Se le quebró la voz y me dijo: “Se nos fue la reina para siempre”, y me abrazó como un oso y empezó a llorar como un niño. Luego trajo una botella de bourbon y tres vasos, y me dijo: “Brindemos por la reina, yo, su único hijo, y tú su último fans”… Me dio una tristeza profunda ver a Dolly recostada del piano, le tomé la mano y la besé; la ví como si se sonriera, le apreté la mano fuertemente recordando su alegría, su cálida voz; de pronto el hijo agarró la guitarra y comenzó a cantar con una voz ronca: “Take me home, country roads”…

Se me erizó todo el cuerpo al escucharlo. Tomamos mucho bourbon, tomé a la reina Dolly y baile con ella, su último baile, su último fans, su único hijo y su música celestial. Así la despedimos…..
¡SALVE REINA!…