Waleska Perdomo Cáceres
Es un ente polifacético, símbolo del poder, del caos y del mal. Es metafóricamente ideal para imaginar a un objeto fenomenológico: físicamente inexistente, pero metafísicamente existente. Y no, no es una contradicción parmenidiana, ni es una crisis de objetividad. Es una postura inmersiva, artificial que hace un entrelazamiento entre distintas puertas de entrada a universos paralelos de información. Porque la verdad es múltiple, diversa. Es un principio transcomplejo que se cumple en las ontologías artificiales.
Estas realidades semánticamente compuestas, son parte de la construcción de las hiperrealidades transtextuales, y por supuesto; se construyen desde las intenciones de quienes las crean, sin importar si son algún tipo de verdad o los intereses que están detrás de ellas. Es sugerente pensar que en el mundo artificial, habitan verdades a medias, verdades intencionales, relativas, subjetivas o desverdades. Lo importante es que sin importar el relato, lo que es bueno, es bueno y lo que es malo: es malo.
Pero para el poder, no cuenta lo axiológicamente correcto. Al contrario, las Naciones y sus gobernantes tienen intereses que gracias a la tecnología pueden manipular y crear solapada y justificadamente los hiperleviatanes. Una suerte de criaturas semánticamente creadas para el control de la población, pues el miedo es irracional y aunque estemos transitando el siglo 21, seguimos siendo presa de la irracionalidad que viaja por el whatsapp o por twitter, son verdades artificialmente validadas.
Viene la guerra, crea un kit de respuesta inmediata. tenemos un enemigo, hay que cerrar las vías y ejercer mayor control para cuidarte. Hay que encerrarse, el virus es letal, pero es un virus asintomático. Ya vamos a salir de éste régimen, pero hay que participar en las elecciones. En términos generales, cuando las afirmaciones están basadas en narrativas de control social, manipulación o en emociones, que muchas veces son diseñadas para operar en el ámbito del discurso retórico, psicológico o político.
En un escenario de inconmensurables fuerzas y retóricas preestablecidas, emerge una resistencia en lo humano, que se alimenta de la duda, de la observación y de la investigación crítica. La capacidad del hombre para discernir entre la verdad reveladora y la ficción cuidadosamente fabricada, es el desafío primordial de una sociedad saturada por hiperleviatanes. La semántica se convierte en un campo de batalla, en el que cada palabra y cada símbolo puede ser tanto un instrumento de opresión como una chispa de liberación.
La tarea es discernir y deconstruir los relatos impuestos, creados en laboratorios artificiales. Esto recae en la mirada crítica y en la voluntad de cuestionar de las personas. No basta con encerrarse física o mentalmente ante el miedo; es indispensable liberar el pensamiento, desmantelar las redes de información que alimentan el control y reimaginar las líneas que separan la verdad de la ficción. Es una suerte de emancipación no se logra mediante el silencio o la aceptación pasiva, sino a través de la reconstrucción consciente de nuestras narrativas, donde cada individuo se convierte en arquitecto de su propia realidad.

El hiperleviatán es una intersección entre lo mítico, lo tecnológico y lo humano. El leviatán, en su forma hiperreal, deja de ser únicamente un símbolo del caos para convertirse en un espejo de la complejidad de nuestras sociedades. El poder, al fin y al cabo, se alimenta del miedo y de la desinformación, pero la auténtica resistencia reside en la capacidad de ser divergentes, de descifrar esos códigos, de identificar las manipulaciones para reconfigurar la trama misma de nuestro conocimiento.
Vigilemos los límites entre la verdad y la mentira, de la posverdad para desafiar los discursos hegemónicos y a recuperar el valor de la reflexión crítica. Solo así se pueden transformar las narrativas manipuladas en herramientas de libertad, y el terror impuesto en un llamado a la acción y a la construcción de futuros verdaderamente libertarios.