Conocí a un sacerdote en el colegio, me preguntó: “¿Cuándo vas a empezar a tomarte la vida en serio?”
DECIDÍ SEGUIR A DIOS
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Judit González Pernías

Quique Mira es el mayor de cuatro hermanos, proveniente de una familia no religiosa, pero con una experiencia que transformó por completo su relación con la Iglesia.
 
Después de varios años sintiéndose perdido y sin rumbo, decidió dar un giro radical a su vida y vivirla a través de la fe.

“Hasta los 19 años fuí el típico joven apasionado, inquieto, muy movido, centrado en el fútbol, sociable y rodeado de amigos”. Las dudas siempre son una oportunidad para profundizar. No se trata de seguir algo porque sí, sino de parar y preguntarme si esto es auténtico”, confiesa.

Sin embargo, después de un acontecimiento decisivo, eligió un cambio drástico en su estilo de vida, volcando su energía en la fe. “Hasta ese momento, la Iglesia para mí era aburrida, tradicional, un conjunto de normas que no me interesaban porque sentía que no me ayudaban en mi vida”, explica. Este giro marcó el comienzo de un nuevo camino que lo llevó a redescubrir su propósito y conexión con Dios.

¿Qué fue lo que despertó en ti ese deseo de seguir el camino de la fe siendo tan joven?

Vengo de una familia que no ha practicado especialmente la fe. Crecí en un entorno donde hasta los 19 años fui el típico joven apasionado, inquieto, muy movido, centrado en el fútbol, muy sociable y rodeado de amigos. De los 15 a los 19 empecé a trabajar en el mundo de la noche, en varios clubs de Barcelona -soy de Barcelona, aunque ahora vivo en Valencia- y, la verdad, en esa época me dejé llevar por lo que el mundo me decía que era el éxito. Me lo tomé muy en serio, y fui a saco con todas esas propuestas.

Pero a los 19 años ocurrió algo que lo cambió todo. Conocí a un sacerdote que acababa de llegar al colegio y que tenía referencias sobre mí, especialmente en cuanto a mi actitud y comportamiento. Un día, se acercó a mí y me preguntó: “¿Cuándo vas a empezar a tomarte la vida en serio?”

¿Qué fue lo que sentiste en ese momento que te hizo dar el paso y decir: “Esto es lo que quiero para mi vida”?

Lo primero que hice fue decirle a mis padres: “Me he encontrado con Dios, con el Señor y quiero conocerle.” Hasta ese momento, la Iglesia para mí era aburrida, tradicional, un conjunto de normas que no me interesaban porque sentía que no me ayudaban en mi vida.
 
Pero de repente, se abrió ante mí un camino de respuestas, de sentido y de vida. Me di cuenta de que hasta entonces había estado viviendo sin rumbo, sin hacerme preguntas sobre el porqué de las cosas. A partir de ahí, empecé a ordenar mi vida desde ese amor más grande que había experimentado y todo comenzó a tener sentido.

¿Cómo reaccionó tu familia cuando decidiste emprender este camino?

Mi padre sí es creyente, pero no practicante. Siempre ha sido un hombre muy trabajador y, por estar tan centrado en el trabajo, nunca llegó a vivir la fe con constancia. Mi madre, en cambio, no es creyente y al principio le costó mucho entenderlo.

Mi madre estaba convencida de que me habían comido la cabeza. Soy el mayor de cuatro hermanos, así que cuando empezó a ver que yo cambiaba mis hábitos, que dejaba ambientes que no me hacían bien y que por las mañanas me sentaba a rezar media hora antes de ir a la universidad, no lo entendía. Me decía: “Esto no es normal. ¿Qué te está pasando?” Pero ahora, después de siete años, mi madre está feliz. Ha visto cómo mi vida ha mejorado, cómo soy más libre y más feliz.


¿Qué significa para ti la fe y cómo ha transformado tu vida?

La fe es la vida de Jesús en mí. Puede sonar abstracto, pero básicamente es enamorarme de Jesús hasta el punto de querer que mi vida refleje la suya. La fe no es solo creer en algo, sino experimentar que Jesús está vivo y actúa en mi vida. Cuando te abres a esa relación con Él, sientes su amor de manera real. El Espíritu Santo está vivo, y cuando lo acoges, tu vida empieza a transformarse desde dentro.

Antes, las relaciones con las chicas o la manera en que vivía las decisiones de mi vida estaban marcadas por mis propios criterios, por lo que yo pensaba que era mejor para mí. Pero cuando la fe entró en mi vida, todo cambió. Dejé de construir mi vida según mis planes y empecé a descubrir el plan de Dios para mí. Ahí está la diferencia: ya no miro la vida desde mi perspectiva limitada, sino que descubro que hay otro que me ama, que ha pensado mi vida y que conoce los deseos más profundos de mi corazón.

Y esto no es solo una idea, es algo que se concreta en el día a día. Cada mañana y cada noche hago silencio y escucho mi corazón. El mundo está lleno de ruido, pero cuando paro y hago silencio, experimento esta presencia. En la misa siento que realmente se me entrega el cuerpo y la sangre de Cristo. La confesión me renueva. Es una relación viva y real. Para mí, eso es la fe: una experiencia de amor que lo cambia todo.

¿Alguna vez has pasado por una crisis de fe o has tenido dudas?

Sí, claro, he tenido crisis de fe, sobre todo al principio. Cuando decidí seguir a Dios, muchos amigos no me entendieron y mi madre tampoco. Me preguntaba a mí mismo: “¿Estás seguro de que esto merece la pena? ¿De que este camino es real y vale la vida entera?”

Las dudas siempre son una oportunidad para profundizar. No se trata de seguir algo porque sí, sino de parar y preguntarme si esto es auténtico. Y cada vez que me he planteado esa pregunta, la respuesta ha sido clara: sí, esto es real y ha cambiado mi vida para mejor. Las crisis me ayudaron a reafirmarme en mi fe porque, al cuestionarme, también descubrí que las respuestas estaban ahí. Mirando hacia atrás, cada momento de duda me ha servido para fortalecer mi relación con Dios y afianzar mi camino.

¿Qué significa para ti el silencio y por qué es tan importante?

El silencio para mí es una decisión consciente de dejar de llevar las riendas de mi vida solo y dejar que Dios las tome. No se trata solo de callar el ruido exterior, sino también el ruido interior: las preocupaciones, las inquietudes, las tareas pendientes.

El silencio es parar y decir: “Quiero escuchar”. En ese espacio de quietud, en lo más profundo de mí, hay unos deseos profundos de amor, de plenitud y de vida que solo pueden ser acogidos y respondidos en el silencio. Si no haces silencio, te acabas construyendo sobre lo superficial, sobre lo que dicta el ritmo frenético del mundo.

Cada mañana hago una hora de silencio, que para mí es igual a oración, y por la noche hago lo mismo. Es el momento en el que me reconecto con lo que realmente importa. Si no hago silencio, no puedo vivir. El silencio me centra, me sostiene y me recuerda quién soy y para qué estoy aquí.

¿Cómo ha evolucionado tu concepto del amor desde que comenzaste este camino?
 
Antes, las relaciones las vivía desde un enfoque muy centrado en mí mismo: lo que yo quería, lo que yo necesitaba. Pero ahora la relación no se basa en buscar que el otro me haga feliz, sino en caminar juntos hacia un horizonte mayor, que es Dios. Cuando Dios es el centro de tu relación, cambia todo. Dejas de pedirle al otro lo que no puede darte porque entiendes que solo Dios puede llenar ese vacío. Y eso te libera, porque ya no buscas que el otro te complete, sino que juntos construís algo más grande.

El amor vivido así es espectacular. No se trata solo de querernos o de pasarlo bien juntos, sino de crecer juntos y de ayudarnos mutuamente a llegar al cielo. Es un amor comprometido, un amor que busca el bien del otro y que encuentra su plenitud en Dios.

¿De dónde surge la iniciativa de Aute y cómo ha evolucionado?

Aute nació hace unos cinco años, más o menos, después de un momento clave. Es un instrumento que encamina todas sus acciones hacia el mismo propósito: Compartir el mensaje de Cristo a los jóvenes y ofrecer todas las opciones que tiene la Iglesia para vivir la Fe. Llevaba ya un año y medio creando contenido en redes sociales, y en ese tiempo me invitaron a Chicago a un curso de leadership enfocado en la formación de líderes católicos. Ahí conocí a jóvenes de diferentes países —Colombia, México, Estados Unidos— y me encontré con una realidad que me dejó muy marcado: jóvenes completamente rotos por dentro.

Muchos de ellos me decían: “Tengo todo en la vida. No me falta nada material. Pero no sé quién soy ni qué sentido tiene mi vida.” Esa experiencia me conmovió profundamente. Cuando volví a España, tuve clarísimo que había que hacer algo. Teníamos que crear un proyecto que compartiera el mensaje de la fe y los valores, pero con una producción cuidada, con calidad, que llegara de verdad a los jóvenes.

Así que reuní a un equipo y empezamos a crear contenido en redes sociales. El proyecto creció muy rápido, conectando con miles de jóvenes en distintos países. Al principio era un hobby para mí; seguía trabajando como director de marketing en una empresa, pero Aute empezó a crecer tanto que llegó un punto en el que ya no podía compaginarlo todo. Empezaron a llamarnos de muchos sitios, los vídeos empezaron a impactar a mucha gente, y vimos que esto iba más allá de simples publicaciones en redes.

Ahí fue cuando nos dimos cuenta de que no bastaba con inspirar o emocionar a través de un vídeo: la gente necesitaba un espacio real donde vivir la fe. Ver un vídeo te puede motivar, pero después tu vida sigue igual si no tienes un lugar donde experimentar ese mensaje. Por eso desarrollamos una aplicación llamada Way Up, que funciona como un Airbnb espiritual: conecta a los jóvenes con realidades de la Iglesia (parroquias, movimientos, retiros…) según su ubicación. De este modo, después de ver un vídeo, el joven puede encontrar un lugar donde realmente vivir esa experiencia de fe.

LA VANGUARDIA



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