NUESTRO SISTEMA DE ORQUESTAS
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Elías Farache 

El Sistema Nacional de Orquestas Simón Bolívar es una institución ya icónica de Venezuela, por encima de cualquier connotación que no sea la del desarrollo de las habilidades que todo individuo posee desde su nacimiento, y que necesita del estímulo necesario y suficiente para desarrollar a plenitud.

La visión del Maestro Abreu fue llevada a la realidad gracias a un esfuerzo titánico, pero más que esto, a la voluntad férrea de llevar a cabo un proyecto imbuido en el componente indispensable para su éxito: la nobleza de la causa. Dotar a personas de cualquier espectro social de las herramientas propias y que son estrictamente personales para el éxito en un área del saber y quehacer que se considera solo para predilectos y dotados.
 
Los resultados están a la vista. Miles de músicos de todas las edades y orígenes, figuras relevantes en el marco internacional de la música, a la altura de los mejores del mundo que ya no conforman un club exclusivo de privilegiados. El sueño del Maestro Abreu se hizo realidad, precisamente por quitarle muchas horas de sueño a su persona y a quienes se dieron a la tarea de acompañarlo en esta aventura de éxito y honor.

La Venezuela de nuestros días es una de retos y circunstancias inéditas. Un país premiado por la naturaleza misma y por la gracia de su gente, se ha visto exigido por las realidades políticas y desaciertos no siempre elegidos. En momentos de relativa o total adversidad, cuando el componente económico que brinda confort y comodidad no se encuentra a la mano como otrora, los individuos deben protegerse con aquello que no se puede perder, ni dejar, ni abandonar. Son las habilidades propias del intelecto cultivado, a veces por pasión y abolengo, otras por necesidad.

El venezolano de nuestros días se parece en mucho al judío errante. No en vano se habla de mucha diáspora venezolana. Como los judíos en la historia propia y de la humanidad, el emigrante tiene que desarrollar habilidades que lo pongan en situación igual o ventajosa en caso de tener que abandonar su terruño. Un terruño no siempre físico, un terruño virtual que significa esa patria que todos llevamos dentro. La comodidad propia de los intelectuales y la adversidad propia de los necesitados, fue siempre un catalizador para cultivar y desarrollar habilidades, entre ellas y con mucha predilección las musicales. Los judíos de todas partes y de todos los tiempos, como los venezolanos de nuestros muy interesantes días, han tenido de una u otra manera esas dos condiciones en su haber: comodidad a veces, adversidad otras.

La tierra de Teresa Carreño ha sido fértil de talento musical, para descollar en escenarios que parecían vedados a nuestra condición de país sudamericano. La visión y el tesón de Maestro Abreu y sus aliados, secuaces en una aventura que reta a los teóricamente más poderosos y mejor dotados, ha llevado a Venezuela a un estatus musical que desafía sin agredir a las concepciones ideológicas y políticas más encontradas.

Los judíos, por su historia y su presente, tienen la fijación por el saber personal y la habilidad propia. Aquello que no dependa de terceros una vez adquirido, lo que se pueda llevar y traer, lo que no es susceptible de ser expropiado ni arrebatado. El Maestro Abreu y el Sistema de Orquestas ha dotado a sus miembros y discípulos de algo no transferible, tan personal y propio como la vida misma. En el intento de dignificar al músico y la música, ha colocado a Venezuela, con todos los venezolanos de adentro y de afuera, en un sitial que despierta tanto admiración como envidia.

Larga vida a nuestro Sistema de Orquestas, orgullo venezolano.


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