Inés Muñoz Aguirre
El viernes 3 de enero recibí un correo de Irma Lovera De Sola, en el que me comunicaba que Roberto estaba hospitalizado. No era mucho lo que yo podía hacer, pues también estaba en una situación personal algo complicada. Los detalles me hicieron pensar en una situación insuperable y mi mente no se detuvo a partir de allí.
Roberto estuvo presente en mi vida desde mi época de teatrera, cuando apenas entrando en mis veinte años se me ocurrió dirigir teatro. Mi trabajo siempre le generó malestar a un crítico que se llamaba Moreno Uribe. (en algún momento diría que yo era poco simpática y sociable) y yo, que hacía lo que hacía porque formaba parte de mi inquietud creativa, leía con asombro lo que él publicaba y entonces, tratando de entender aquello, volteaba la mirada hacia aquel hombre grande que era Roberto, siempre bien vestido, con su barba muy arreglada y su mirada de intelectual tras sus grandes lentes. Roberto aplacaba mis angustias y me decía con su voz característica que mi única preocupación tenía que ser seguir adelante. «Talento lo tienes de sobra». Sus palabras me tranquilizaban y yo seguía a su vera, como dirían los españoles.
Roberto imponía con sola presencia cuando aparecía por el Ateneo de Caracas. Cuando uno vuelve la vista atrás, él también era un joven que debía tener unos treinta y pico de años. Siempre bien vestido, de flux y corbata oscura. Como imponía, todos cuchicheaban a su paso, porque en esa época los jóvenes distinguíamos donde estaba el conocimiento, el interés, el compromiso con la calidad, con el país. Roberto era eso. Un hombre comprometido con la literatura y con los importantes cargos que le tocó desempeñar.
El 5 de enero recibí un nuevo correo de Irma, con quien me había mantenido en contacto desde el primer día para avisarme que Roberto había fallecido; ya yo lo había visto en las redes y ya mi mente había volado hacia su guarida. Allí, en el centro norte de San Bernardino, en medio de ese espacio en el que confluye la maravillosa arquitectura de la época, está Parque Anauco, para recordarnos que la arquitectura urbana integrada al paisaje puede producir tesoros. Ese espacio servía de refugio a Roberto. ¿Cuántos jóvenes llegaron hasta allí? buscando ser escuchados en alguna ocasión, buscando el oído especialista para atreverte quizá por primera vez a leer en voz alta el texto que has tenido escondido tanto tiempo.
Allí descubrías que visitar a Roberto Lovera De Sola no solo significaba ir dispuestos a escuchar su voz, sus memorias, su conocimiento de investigador apasionado y sus puntos de vista sobre nuestro acontecer literario; significaba también entrar en un espacio propio que hacía del mundo un lugar hecho a su medida y semejanza.
Libros. Libros y más libros. Roberto no tenía una biblioteca; una gran biblioteca lo tenía a él como habitante.
Ante esa memoria, su hermana Irma me escribe:
– «Quiero que todos lo recuerden como el hombre bueno, además del sabio que era y que daba sus opiniones sobre libros o escritos de autores sin cálculos de conveniencia, sino que escribía en sus críticas lo que realmente pensaba con total honestidad. Trabajaba mucho, horas y horas escribiendo y leyendo. Apoyó a muchos jóvenes escritores a seguir la senda de la cultura».
Y entonces encuentro sus palabras a propósito de mi novela Días de novenario
»Inés, querida: Ya estoy rezando el «novenario». Lo recibí anoche; ya comencé a meterme en él. Con apenas 25 páginas en este momento, tengo el libro en mis manos; escribo esto con la izquierda, veo claramente lo bien trazado que está ya tu camino como novelista. ¡Adelante! No sabes cómo han tocado mi alma estas primeras páginas; la muerte de mi papá fue también para mí una dolorosa experiencia. Qué bien lo dices todo».
Ahora pienso en cuánto lo pudo conmover esa novela porque Roberto siempre hablaba de su familia. Orgulloso de su estirpe familiar, hablaba de la figura de su madre y la influencia que había tenido en él.
Ahora Irma concluye: «Tuvo una relación muy especial con mamá porque tenían las mismas inquietudes: el feminismo, la cultura y Venezuela. Siempre que lo visitaba, me recibía con su mejor sonrisa; incluso cuando su salud ya no estaba bien, era como que siempre esperaba que fuera y me quedara a conversar con él. Pasábamos de un tema a otro, sacaba fotografías viejas para comentarlas, para que entre los dos reconociéramos a todas las personas que estaban en esas fotos. Muchas de ellas tomadas por Mamá, a quien le gustaba guardarlas como testimonios de reuniones y eventos culturales o familiares.

Lo cierto es que Roberto era indetenible en sus compromisos y sus ideas; revisando mis correos encontré unos cuantos y con ellos los recuerdos. En esta biblioteca organizamos junto a él la lectura dramatizada de Días de novenario y de mi obra Estado de sitio. Es decir, que pisé este espacio por primera vez, gracias a sus iniciativas con la Fundación Herrera Luque. En esos correos me habla de esas iniciativas. En esos correos me cuenta sus viajes formativos de la juventud de Vente Venezuela. Recorrió orgulloso varios estados del país. En esos correos encontré encabezados como: «Mis queridas Eglee, Blanca, Astrid, Isa, Inés, Mariam, Elsy, Menina, Susy…», porque siempre tuvo un grupo de amigas a las que oía y con quienes compartía.
En esos correos encontré el momento en el que publicamos la obra Pioneras de Alicia Alamo y Roberto escribió el prólogo y fungió de presentador. Encuentro correos que firmaba con un sonoro ‘tuyisimo, Roberto», como también encuentro correos en los que peleamos, porque Roberto era un ser humano y, como ser humano especial, no era fácil.
Pero aquí recurro nuevamente a su hermana Irma: “Roberto era generoso y nada rencoroso; olvidaba rápidamente los malos momentos. Las peleas de hermanos nunca duraban mucho; un día fui a donde él estaba estudiando en casa y cuando me vió entrar me preguntó: «¿Y tú no estabas disgustada conmigo?». Y le dije, ya se me olvidó y así era siempre. A él se le pasaba la molestia y a mí también y seguíamos conversando como si nada…”
Con Roberto compartimos su paso por la Escuela de Escritores, su círculo de lectura de La Lagunita, a donde me invitó para hablar de mi novela La segunda y sagrada familia, sorprendiéndome con un análisis exhaustivo de la misma. En fin, el trabajo de Roberto era una constante.
«Los tertulieros se reúnen», así invitaba a sus actividades en la Fundación Herrera, Luque. Hoy nos ha vuelto a reunir aquí y yo agradezco a Alfredo y a Cristina la invitación para compartir con ustedes estas pinceladas que quiero cerrar con las palabras que me envió Irma anoche.
“Quiero que lo recuerden como el sabio que fue, que tenía un interés especial por la literatura y por la historia de Venezuela, que sabía tanto y con tanta precisión que podía recordar hasta la página de un libro en que había leído algo y citarlo de memoria.
Quiero que lo recuerden como el trabajador, siempre leyendo, escribiendo o conversando con alguien sobre historia, sobre cómo superar los problemas de Venezuela o estimulando el trabajo de jóvenes que después se convirtieron en escritores, en dramaturgos o simplemente en buenas personas.
Quiero que lo recuerden como el hombre bueno que siempre fue”