Susana Morales
No había actuado nunca. Por eso es que cada centímetro de su cuerpo comenzó a temblar apenas recibió una llamada telefónica y le comunicaron la noticia de que no solo formaría parte del elenco de la serie Cien años de soledad, sino que tendría que interpretar a uno de los personajes de la que es considerada la familia literaria más importante de América Latina. Úrsula Iguarán, la madre de José Arcadio y Aureliano Buendía.
Susana Morales, la actriz colombiana, cuenta cómo fue que sucedió: estaba a punto de entrar a un local para beber un café y de pronto le cambió por completo la vida. “Bueno, esto empieza un poco antes del café”, comenta. Yo había escuchado que estaban llamando a un casting por toda Colombia, que estaba abierto incluso para bailarines, porque necesitaban gente para el pueblo de los gitanos. Pero yo pensé que eso era mucha vuelta y que mis búsquedas personales no estaban en eso, así que dije: “¿Para qué me voy a presentar?”.
Sin embargo, un día voy a visitar a una amiga y me cuenta: “¡Imagínate! Tengo un casting el jueves y estoy muy nerviosa”. “No pasa nada, yo te acompaño”, le respondí. Pero yo no tenía ni idea de que el casting era para Cien años de soledad. Así que la dejé en el salón de casting y me fui a buscar el café, pero justo cuando me estaba marchando, ella se asoma y me comenta: “¡Hey! Tú también puedes hacerlo”. Lo hice, salí y le eché la bendición a eso. Hasta se me olvidó. Pero a las dos semanas me llamaron y me dijeron: “Te estamos llamando del casting de Cien años de soledad”. Y yo: “¿Quéééé?”.
Pero, ¿recuerda exactamente qué fue lo que dijo en la entrevista? Se lo pregunto porque obviamente los dejó impactados.
“Di tu nombre, quién eres y danos una cualidad que creas que te hace muy buena”, eso fue lo que me preguntaron. Y yo respondí únicamente: “Creo que el arte me ha hecho muy adaptable, es decir, puedo adaptarme a muchas situaciones”
Y, sin embargo, algo vieron de inmediato en usted.
—Yo no había actuado ni formal ni informalmente; venía del mundo de la danza y estaba haciendo una licenciatura. Claramente, en los ensambles de danzas, a veces necesitas decir ciertas palabras, pero es algo que está muy alejado de la actuación. Sin embargo, creo que uno de los pilares fundamentales para desarrollar el personaje de Cien años de soledad eran los conocimientos que traía de la danza. Y me apoyé mucho en ellos para recrear la forma de moverse de Úrsula, su caminar, su forma de recorrer la montaña, y hasta de cómo se enoja. A Úrsula Iguarán me tocó pensarla desde el cuerpo.
¿Quería ser bailarina clásica?
—Hice ballet durante tres o cuatro años antes de ingresar a la universidad. Siempre me gustó la danza. Cuando era pequeña, me apuntaba a cualquier actividad relacionada con la danza y en el colegio bailé mucho. Pero ya profesionalmente, mi línea se fue más por la danza contemporánea y luego por las danzas tradicionales colombianas. Incluso, hice tango durante algún tiempo.
¿Cuál fue su reacción cuando se enteró de que había quedado en Cien años de soledad?
—Yo pensé que iba para un papel pequeño, de bailarina o de alguien del pueblo de los gitanos. Nunca imaginé que iba a terminar siendo uno de los personajes principales. Todavía me levanto y pregunto: “¿Esto sucedió o fue un sueño?”. Sobre todo, porque los castings eran diferentes. A los que ya tenían experiencia en la actuación, les daban una página para que la memorizaran y yo no hubiera sabido qué hacer con eso. Recuerdo que después, en un casting mucho más formal, me preguntaron: “¿Cuál fue la última pelea que tuviste?”, yo acababa de terminar con un noviecito y expliqué que habíamos tenido un desacuerdo. Y entonces ellos me dieron las instrucciones: “Voy a fingir que soy el mejor amigo de ese noviecito y te voy a decir cosas que quizás no te vayan a gustar, así que lo único que tienes que hacer es defenderte”. Eran actividades muy prácticas, en las que no tenías un guion como para pensar que me estaban probando para un determinado personaje. De verdad no tenía ni idea.
¿Había leído Cien años de soledad?
—La había leído completa un año antes del casting, con una amiga con quien hice el plan de comenzar a leer en conjunto. Y, antes de eso, había intentado leerla unas tres veces en el colegio, ya más adolescente. Es un libro complejo. Pero creo que hay un momento justo en la vida en el que logras conectar con su lectura.
¿Qué pensó cuando le dijeron que sería Úrsula Iguarán, que es el personaje, junto con José Arcadio Buendía, con el que comienza la dinastía literaria?
—Tuve una mezcla de pensamientos y sensaciones. Primero, una gran incredulidad que hasta hoy tengo, porque a veces uno no ve lo que las otras personas perciben de ti y tienes que iniciar esa búsqueda personal. También sentí una felicidad enorme por el peso de la historia y el significado de este libro para toda Latinoamérica. Pero te confieso que después me invadió un gran pánico, porque había muchas personas esperando esta adaptación y otras, simplemente, no querían que se hiciera o que les dañaran su imaginario. Así que cumplir con todas esas expectativas y, aparte, encarnar bien lo que hizo García Márquez en el libro era como… “¡Dios mío!, ¿y ahora cómo hago esto?”. Pero fue un viaje maravilloso.
¿Qué pensó cuando estalló la polémica?
—Yo sabía que iba a haber detractores y también promotores de la serie. Porque igual a todos nos ha pasado que tenemos un libro muy preciado y llega una película, y te arruina la experiencia. Está sujeto a lo que hagas. Para eso nos sirve mucho nuestra carrera artística: para entender que no a todo el mundo le va a gustar. García Márquez no quería que se hiciera una adaptación, quizás, porque en ese momento no se contaba con la tecnología adecuada para recrear Macondo y que se viera bien el realismo mágico. Creo que, con muchísimo respeto, logramos algo único. Eso era lo que me daba un poco de calma. Pensaba: “Habrá gente a la que no le guste” y me respondía: “Pero no estamos haciendo cualquier cosa, estamos poniéndole el cuerpo, el alma y el mayor respeto a esta adaptación”. Y todo esto, entendiendo que nunca la serie va a suplantar al libro, simplemente es otro punto de partida.
¿Cómo construyó a Úrsula?
—¡Qué compromiso! Yo entré en colapso durante unos días. Teníamos el libro que nos daba pistas acerca de los miedos que tiene, su forma de pensar y de funcionar en ese mundo tan interesante; y también, el guion, que es una adaptación muy fiel y nos facilitaba otras pistas de cómo podía ser ella. Pero a mí, sobre todo, me preocupaba su movimiento. Yo le preguntaba a nuestro preparador de actores: “¿qué hago?”, y él me decía: “Vete a una plaza, siéntate un rato y busca a Úrsula”. Porque en una conversación previa, llegamos al acuerdo de que Úrsula está en todas partes. Puede ser cualquier madre latinoamericana que desea sacar adelante a sus hijos. La idea era buscarla en lo cotidiano para hacerla más íntima y poder entenderla como ser humano.
“Todos son iguales”, se lamentaba Úrsula. “Al principio se crían muy bien, son obedientes y formales y parecen incapaces de matar una mosca, y apenas les sale la barba se tiran a la perdición” García Márquez, Cien años de soledad (1967)
¿Qué pensó cuando vio la serie ya lista?
—No la quería ver, tenía pánico. Verse a uno mismo es muy extraño. Como artista uno tiene unos estándares altísimos y se fustiga mucho. Sentía un pánico horrible y en realidad los capítulos que más me gustan son aquellos en los que no estoy, porque así me los puedo disfrutar. Pero cuando la empecé a ver, lloré mucho. Ver reflejado todo el esfuerzo y trabajo de más de 200 personas en el set fue muy conmovedor.
¿Se queda entonces en la actuación?
—El año pasado hice dos películas. Lo que me encantaría es poder encontrar el equilibrio entre la actuación y la danza. Es mucho lo que nos ha traído esta bendición divina que es Cien años de soledad.