Mariaca Semprún “Con voz propia”
Por: Con Clase
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Se define como “Cantactriz”, un término que describe una dualidad que no es tal, pero que el convencionalismo suele imponer. Lo cierto es que María Carolina Semprún Arrivillaga es por igual actriz y cantautora


Por: Yolanda Manrique
Fotografía: Cortesía



Nació en Caracas. Estudió en el Colegio Emil Friedman, una institución en donde la formación musical es un pilar fundamental. En esos tempranos años estudiantiles descubrió su pasión por la música y el escenario. No le resultó tan sencillo, pues como ella misma ha manifestado en varias oportunidades, su primera prueba, aún muy niña, no fue muy afortunada, ya que los nervios la traicionaron. Ese escollo supuso su primer gran reto. Para ella fue el punto decisivo para dedicarse por entero a un amor que no iba a abandonar tan fácilmente.

Con una amplia carrera artística, que se inició en su ciudad natal, y que incluye las dos obras que la consagraron, La Lupe, la reina del desamor y Piaf, voz y delirio, ha destacado en televisión, cine, teatro y dentro de este, en el género musical es donde ha logrado expresar todo su talento. Premios y nominaciones impulsan su currículo; además, Mariaca posee una devoción inquebrantable por su gremio. En Con Clase, conversamos sobre su carrera y descubrimos más sobre su personalidad.

Es una artista integral, pero si tuviera que elegir entre sus facetas ¿con cuál se quedaría?
—Esa es una pregunta que me hacen con frecuencia, y no entiendo por qué. No tengo una respuesta para eso. No podría escoger una sola. Una faceta apoya a la otra. He sido cantante y actriz toda mi vida. Me defino como una Cantactriz porque es la forma de evitar que me encasillen. En líneas generales, hay una inclinación a suponer que hay que enfocarse en uno de los dos oficios. Para mí, se complementan y son parte de mi esencia.

Imposible no tocar el tema del exilio. ¿Cómo lo ha sobrellevado?
—Te confieso que desde 2014, el año en que mataron a Mónica Spears, que fue gran amiga y compañera de trabajo, hubo algo dentro de mí que se quebró y me asusté mucho. Me vi en ese espejo y me dije, “no quiero que me pase algo así”. Empecé a planificar mi salida con una visa de trabajo, aunque tardé tres años. Finalmente, no fue como lo planeé, pues inicialmente se trataba de la gira con la obra Piaf, voz y delirio, en 2017, pero me quedé en Miami casi involuntariamente, porque ya Leonardo no pudo regresar a Venezuela por razones políticas. En cierto modo, fui privilegiada, pues llegué directo a trabajar con este musical. Además, fue un rotundo éxito que me permitió llevarlo de gira por todo el mundo. Durante casi tres años, estuve trabajando en lo que siempre hice en mi país, con un montaje que además nació y se conceptualizó allá. En ese sentido, fui muy afortunada. Ahora, si tocamos los aspectos de la migración, sin duda, es como la de cualquiera que debe enfrentarse a una economía, a unas leyes, a unas costumbres diferentes. Aprendí a no dar todo por sentado. Pienso que Miami es una ciudad muy amable para el inmigrante, básicamente porque todo el mundo es de todas partes. Tantas nacionalidades distintas juntas te hacen sentir que estás en la tierra de todos y de nadie a la vez. Por supuesto, la dinámica me cambió, porque en Venezuela yo pegaba un proyecto con otro, y no paraba de trabajar. Esos espacios libres que ahora tengo, me generan cierta angustia, pero siempre estoy inventando, creando material y música.

¿Cuáles han sido los retos de ejercer su profesión en una nueva plaza?
—Ciertamente, en Venezuela yo estaba en una posición que me permitía hacer cualquier proyecto, cómo y cuándo quería. En Miami es diferente; aquí influyen demasiados factores. Empiezas a cruzar la línea de la internacionalización. Te obliga a abrir la mente hacia otras fronteras, y hay que iniciar casi de cero. La competencia es muy fuerte, en especial con la industria mexicana, que tiene una producción audiovisual muy dinámica. Es volver a demostrar que tienes el nivel y que estás lista para proyectos importantes. Yo he tenido la fortuna de trabajar con Telemundo y recientemente con CMO, en Colombia, en la temporada número dos de Pálpito de Netflix, y eso poco a poco va abriendo camino. Quizá esta ciudad no es tan amante del teatro, y eso también representa uno de los retos, porque en ninguna parte es fácil vivir del teatro. Sin embargo, no he dejado de trabajar por mucho tiempo en el género musical, porque es mi fuente de inspiración más grande. Hace poco, hicimos en el Colony Theater, Papá cuatro, una obra documental/musical; es decir, siempre termino haciendo cosas que involucran mis dos oficios. Fue un éxito rotundo y eso demuestra la necesidad del espectador de encontrarse con el teatro y, en general, con cualquier manifestación cultural. Eso me llena de entusiasmo para seguir haciendo cosas en esta ciudad.

Háblenos de esa experiencia en Papá Cuatro.
—Es una larga historia. Pasaron muchas cosas allí, empezando porque no es una obra tradicional. Es la historia de cinco inmigrantes que cuentan cómo la música llegó a sus vidas y cómo ha sido la experiencia del exilio como artistas. El cuatro venezolano es el hilo conductor. Este instrumento es parte de nosotros, no importa en dónde estemos. Se trata de una obra muy experimental, muy poco común. Fue diferente a otros trabajos, muy distinta a cualquier cosa que haya vivido, porque formamos parte activa de la creación del espectáculo. De hecho, yo pude escoger los fragmentos de los que yo quería hablarle al público, no solo para comunicar acerca de la música venezolana y el cuatro sino para hablar de mi vida y mi vínculo con ese instrumento, para expresar cómo la música y la actuación han sido una forma de salvación, un bálsamo, pero también, a la vez, una lucha para poder vivir de ellas. El espectáculo tenía de todo: momentos nostálgicos y muy tristes, pero otros muy divertidos y alegres. Pero lo más importante fue que generó en la audiencia una conexión instantánea con esa cosa invisible e inexplicable que nos une: la idiosincrasia, nuestras raíces, el compendio de cosas que son nuestros colores, sabores, olores, nuestras referencias y nuestra música. Fuimos nominados a ocho Premios Carbonell, y yo alcancé el galardón a Mejor Actriz Principal en un musical. Ese es un premio que incluye todos los trabajos teatrales del sur de la Florida. Me llenó de mucho orgullo, puesto que la paradoja es hacer teatro en el exilio sobre la experiencia como migrante y como venezolana, y ser reconocida por un premio americano. Eso es muy bonito, y la metáfora es muy poderosa.

¿Alguna vez se ha disgustado con su oficio?
—Un millón, ¡un trillón de veces! Aunque no parezca. Y aunque la cara que yo le dé al mundo sea de pura alegría, felicidad y éxitos, ha habido demasiados momentos de frustración y de insatisfacción. Creo que el exilio también influye un poco en eso. A estas alturas de mi vida, esperaba que mi proyección como artista estuviera en otro lugar. Hay un retraso natural que ocurre cuando cambias de país y de estructuras. Aquello que planificaste, ya no es posible. No lo he manifestado públicamente, porque siento que es algo muy personal, pero desde que salí de Venezuela, ciertamente, he experimentado muchas curvas, muchísimos momentos de depresión, tristeza, desilusión… Y aunque sé que soy una bendecida, pues he pasado por muchas cosas buenas, artísticas y personales, estos seis años no han dejado de ser duros. Estoy trabajando para lograr aquellos objetivos que aún no he alcanzado, que no son pocos. En algún punto tenía muy claro lo que quería hacer toda mi vida, actuar y cantar, pero el exilio también te enseña que sí eres capaz de hacer otras cosas en paralelo. La misma cantidad de veces que me disgusto con mi oficio, me reconcilio.

¿Cómo se ha manejado entre su vida privada y su trabajo?
—Si bien es público y notorio que yo tengo un lazo con Leonardo Padrón, que es una persona tan importante en Venezuela y Latinoamérica, que la gente conoce tanto, yo he guardado mucho los detalles de nuestra vida personal. Luego de 12 años de relación, no pretendemos esconderlo. Pero los pormenores de nuestra unión, los tránsitos por los que andamos, las cosas personales no las comparto. Ya es suficientemente pública nuestra vida artística, para exponer también nuestra vida privada. Y no ha sido fácil, porque al principio estuvo rodeada de polémica por la diferencia de edad: una actriz joven con un escritor consagrado que le lleva 20 años. Muchos periodistas explotaron esa condición. A estas alturas, ya estamos curados. Desde el principio, entendí que había algo mucho más importante entre nosotros. Además, no es sano abrirle la puerta a las opiniones de aquellos que desconocen la realidad de tu vida. Hoy, ya nosotros estamos en otra fase, en la que nos importa muy poco lo que piense la gente.

¿Cuáles son los planes para este año que acaba de comenzar?
—Los planes de una actriz nunca son muy concretos. En este momento, no tengo un proyecto inmediato en el cual me hayan convocado. Estaré en pantalla a partir de abril con el estreno de la segunda temporada de Pálpito. A título personal, estoy trabajando en un nuevo monólogo musical en donde quiero expresar mi propio discurso inspirado en artistas que me han impactado. También estoy enfocada en mi proyecto musical, generando música y nuevos lanzamientos. Sin embargo, no hay nada definido de lo que puedo hablar, porque no hay fechas exactas. Además, no me gusta hablar de las cosas antes de concretarlas. Tengo mucha confianza en que vienen cosas buenas.


“Considero que las redes sociales son una herramienta fundamental para cualquier artista. Aunque no soy una creadora de contenido disciplinada, y de mi vida privada solo comparto las cosas que disfruto, como mis viajes, es importante alimentar estas plataformas con aquello en lo que estás trabajando. Comunicarse con tu público, en todo el mundo, ya es parte del oficio”

“Mi familia siempre me ha apoyado, aunque que tal vez al principio no lo vieron con tan buenos ojos. Soy la única que se ha dedicado a la vida artística. Es ahora, que estamos viviendo en zonas aledañas, pues ellos salieron del país hace más de 20 años, que puedo disfrutarlos en una sala de teatro. Siempre han estado muy presentes, pero ahora están más cerca”