jueves, 18 de diciembre de 2025
Opinión
Marbury v Madison: el caso que transformó para siempre el constitucionalismo moderno
Lo que comenzó como un simple desacuerdo administrativo sobre un nombramiento terminó convirtiéndose en la sentencia que dio origen a una de las doctrinas más influyentes del derecho público contemporáneo: el control constitucional
15 de diciembre, 2025
Por: AZA Revista
Por Andrés Monnot

Hay decisiones judiciales que marcan un antes y un después. Algunas resuelven un conflicto puntual; otras, como Marbury v. Madison (1803), redefinen la relación entre el poder y la Constitución.

Lo que comenzó como un simple desacuerdo administrativo sobre un nombramiento terminó convirtiéndose en la sentencia que dio origen a una de las doctrinas más influyentes del derecho público contemporáneo: el control constitucional.

La historia de Marbury no es la de un litigante excepcional, sino la de un ciudadano que nunca llegó a ocupar el cargo para el que había sido designado. El verdadero protagonista fue el razonamiento jurídico que la Corte Suprema construyó alrededor de su caso y que, desde entonces, ha moldeado el constitucionalismo de buena parte del mundo.

El conflicto original: un nombramiento que nunca llegó a entregarse
Al final de su mandato, el presidente John Adams firmó varios nombramientos de último minuto, los llamados midnight appointments, en un contexto político particularmente tenso.

Entre ellos figuraba William Marbury, designado juez de paz del Distrito de Columbia. Aunque su comisión fue firmada y sellada conforme a la ley, no llegó a entregarse antes del cambio de gobierno.

Con la llegada del presidente Thomas Jefferson, su Secretario de Estado, James Madison, decidió no completar los nombramientos pendientes. Marbury acudió entonces a la Corte Suprema solicitando un mandamus que obligara al Ejecutivo a entregar la comisión.

Hasta aquí, nada hacía prever que el caso sería histórico.

En términos prácticos, Marbury buscaba un cargo público; en términos políticos, se disputaba la influencia del gobierno saliente sobre la estructura judicial.

¿Qué ocurrió finalmente?
Marbury nunca asumió el cargo. La Corte reconoció su derecho, pero concluyó que no tenía competencia para emitir la orden solicitada. Lo que perdió Marbury en el terreno personal se convirtió, sin embargo, en una ganancia institucional gigantesca.

La sentencia redactada por el juez John Marshall es reconocida como una de las piezas más influyentes de la historia constitucional. Su razonamiento avanzó en tres movimientos: Reconoció que Marbury tenía un derecho adquirido, determinó que Madison había vulnerado ese derecho, concluyó que la Corte no podía ordenar el mandamus, porque la disposición legal que se lo permitía contradecía la Constitución.

Fue en este tercer punto donde Marshall dio el giro decisivo. Si una ley contradice la Constitución, dijo, es deber de los jueces preferir la Constitución.
Y con esa afirmación, la Corte Suprema asumió formalmente una función que no estaba expresamente prevista en el texto constitucional, pero que surgía lógicamente de su estructura: el control judicial de constitucionalidad.

Marshall sacrificó el resultado del caso para ganar algo más duradero: la afirmación del Poder Judicial como garante de la supremacía constitucional.

Lo que la Corte estableció en 1803 no fue simplemente un poder de revisión, sino una forma de entender la Constitución: como norma jurídica efectiva, como límite real al ejercicio del poder, y como parámetro obligatorio para todos los órganos del Estado.

Esa lógica, que en su origen respondía al diseño institucional norteamericano, terminó convirtiéndose en una referencia universal. Con el paso del tiempo, distintos países desarrollaron mecanismos propios control difuso, en manos de todos los jueces; control concentrado, a cargo de tribunales constitucionales especializados; modelos híbridos, que combinan ambas aproximaciones.

En cada variación, subyace el mismo principio que Marshall formuló con claridad: ninguna autoridad puede situarse por encima del texto constitucional.

Dos siglos después, Marbury v. Madison continúa siendo un punto de partida ineludible en los estudios de derecho constitucional. La relevancia del caso no está en el resultado procesal —Marbury perdió— sino en la doctrina que surgió de él. Una doctrina que permitió: fortalecer la separación de poderes, consolidar la supremacía constitucional, y dotar al orden jurídico de un mecanismo para corregir desviaciones institucionales.

La grandeza de Marshall no estuvo en crear una norma, sino en revelar la lógica intrínseca del sistema constitucional: si la Constitución es la ley suprema, debe existir un órgano que la preserve. Por eso, Marbury v. Madison no es solo un hito histórico: es una enseñanza permanente sobre cómo el derecho puede orientar, equilibrar y dar coherencia a la vida institucional.

De manera que un nombramiento que nunca se entregó, un litigante que nunca asumió su cargo y una Corte que renunció deliberadamente a conceder el remedio solicitado, edificó uno de los pilares del constitucionalismo moderno.
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