Por Susana Reina. La salud es un derecho humano fundamental. Pero las mujeres, en el rol de cuidadoras de otros, con frecuencia olvidan cuidarse de sí mismas.
Autocuidarse empodera
      A-    A    A+



La pandemia causada por el coronavirus es una ocasión más que propicia para hablar de la importancia y necesidad de autocuidarse, sobre todo la población vulnerable. La teoría del autocuidado fue creada por Dorothea Orem, enfermera, profesora e investigadora estadounidense. En 1994, ella la definió como ‘’una actividad aprendida, dirigida hacia nosotros mismos o hacia los demás, con el fin de conseguir un bienestar’’.

Las actividades de autocuidado se centran en varios aspectos:
  1. La promoción de la salud para prevenir enfermedades.
  2. El manejo a tiempo de las pequeñas dolencias cotidianas.
  3. El control de enfermedades o condiciones crónicas, como las que deprimen la capacidad de respuesta del sistema inmunológico.
Lo interesante de estas acciones es que ponen la responsabilidad en la propia persona, quien pasa de ser receptor pasivo a un agente activo que procura su propio bienestar.

Las prácticas para el autocuidado son muy variadas. Incluyen desde atender la adecuada alimentación, hacer ejercicio físico, asistir a consultas médicas y cuidar medidas higiénicas básicas. También comprenden, entre otros: la práctica de técnicas para manejo del estrés, habilidades para establecer relaciones sociales, comportamientos sexuales seguros, recreación y manejo del tiempo libre o evitar la soledad.

En fin, comprende un amplio espectro de conductas saludables que nos protegen o mitigan enfermedades crónicas.

Según un informe de la Organización Mundial de la Salud, el autocuidado responsable permite la prevención de los casos de infarto y diabetes tipo 2 en 75 %. Por otra parte, reduce los casos de cáncer en 40 %. Casi todos los reportes dan cuenta de que autocuidarse correlaciona positivamente tanto con la salud física como la mental.

Autocuidados y las mujeres
La salud es un derecho humano fundamental. Pero las mujeres, en el rol de cuidadoras de otros, con frecuencia olvidan cuidarse de sí mismas. Están muy ocupadas atendiendo necesidades de hijos, maridos, padres mayores. Se ponen de últimas en la lista de asistencia, muchas veces aguantando malestares que no comentan con nadie “para que no se preocupen”. Hasta que una enfermedad mayor emerge.

El contexto de violencia estructural en el que viven las mujeres las enfrenta a altos índices de estrés, con serias implicaciones negativas para su salud física y emocional. Darse cuenta de esto, dentro de una ética de amor propio, es un acto feminista que busca romper la dinámica patriarcal que nos hace interiorizar el rol de ser y estar fundamentalmente para los otros.

A muchas la culpa no las deja abandonar este sincretismo de género que les hace creer que el autocuidado es egoísmo. La presión social que pone sobre los hombros de las mujeres la responsabilidad de todos los demás, algunas desde muy pequeñas cuando quedan a cargo de los hermanitos, impide pensarse en alguien con derechos.

A ellas les digo que hagan caso a las instrucciones que dan en los vuelos. Me refiero a cuando anuncian que “en caso de una descompresión de la cabina, una máscara de oxígeno descenderá… Si viaja con un niño, póngasela usted primero y después asista al niño”. Así es. Primero nosotras. Y en tiempo de pandemia, más aún.

Para prevenir colapsos de salud, es vital asumir con firmeza el autocuidado de nuestros cuerpos, poner límites, descansar cada cierto tiempo. También agendar los chequeos de rutina, regalarse momentos placenteros y lúdicos, tiempos para la reflexión y la pausa, comer, dormir, divertirse, entre otras acciones sanadoras. Todo esto supone dar un paso revolucionario y empoderador.

Se trata de la construcción de las mujeres como dueñas de su propia vida. De su sexualidad, de su corporalidad y de su bienestar biopsicosocial como un derecho y no como un privilegio.


Crédito ilustración: 
pch.vector en freepik.com