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Equipo de estudiantes. (Foto archivo V. Lecuna). Primera fila, de izquierda a derecha: Gerardo Chávarri, Jorge Hryhorczak, Eduardo Roche, Óscar Bracho y Antonio J. Perera. De pie, izquierda a derecha: Vicente Lecuna, Fulgencio Salinas, Ricardo Bethencourt, Abel Rodríguez, Rubén Darío González y Andrés Aguerrevere.


Por Vicente Lecuna Torres

1 El principio.

Hace años, en fiestas o matrimonios (cuando había), velorios (hay), cremaciones (aumentan), misas (quedan), cines (pocos) o en los vestigios de cultura que sobreviven en los Galpones, los Secaderos, el Trasnocho, los ambientes culturales de Chacao, la Asociación Cultural Humboldt, teatros con pocas funciones, conciertos ocasionales y las escasas librerías que restan (sin libros importados), en pasillos del Hospital Universitario de Caracas o del Centro Médico a veces me aborda un desconocido diciendo, con respeto exagerado, más o menos lo mismo:

–Doctor Lecuna usted no me conoce soy "fulano de tal" todavía recuerdo el partido de la mano negra (LMN) fue inolvidable gracias– y se aleja sin despedir o esperar respuesta. Esta situación ocurrió varias veces y se refiere a un partido de fútbol que persiste en el imaginario de algunos exalumnos del Colegio San Ignacio (CSI).

Hace un año leí de nuevo "El borrador" (1996), "Los peores de la clase" (2011) y "Nueve reflexiones sobre la dignidad" (2018) de Federico Vegas y recordé aquellos desconocidos que preguntaban por LMN. Conseguí en el sótano de la casa un Edasi (Ecos de alumnos San Ignacio) 216-217 de Enero-Febrero 1957 con una crónica que probablemente redacté, aunque firma un "cronista deportivo" acerca un inédito partido de fútbol, con fotos de los equipos de la selección de los profesores y de los estudiantes (llamado Manos Negras). Tengo dudas acerca del autor de la crónica, el estilo de escribir parece de Manuel Barroso sj, muy observador y relacionado con Edasi. Creo era el editor, aunque no está indicado como tal.

Recordar esos tiemposƒ me estimuló a reescribir la crónica. Con ese propósito revisé algunos escritos sobre el CSI y, sin saber la razón, comencé a leer historias acerca los jesuitas en Venezuela. Pasé horas leyendo acerca la Compañía de Jesús hasta caer en cuenta que consumía tiempo y nunca iba a reescribir el partido. Mientras conocía la historia del colegio recordé anécdotas dispersas ocurridas durante los años que estudié en el San Ignacio. Entre los escritos que leí, destacan los de Germán Castillo Pinto, en particular "La historia del colegio" en YouTube, "Sembrando esperanza. Cien años de jesuitas en Venezuela", los textos virtuales y el abundante material fotográfico de José Ignacio de Urquijo sj a quien no conocí, ni su experiencia como cura obrero e investigador en el área laboral, los escritos de Jesús Orbegozo sj. y en particular el fácil acceso en YouTube a cuadernos y textos digitales de la Compañía, la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) y la revista SIC.

Registrando bibliotecas conseguí y leí rápido, saltando o detenido en páginas, libros de Antonio Pérez Esclarín, Áureo Yépez Castillo, José del Rey sj, Tomás Straka, Francisco Javier Duplá sj, ensayos y artículos sueltos que no detallo. Por leer tanta historia me desvié del propósito de escribir recuerdos, pero sirvió para eliminar prejuicios y aumentar conocimientos sobre la Compañía en Venezuela. Resultó útil y grato encontrar en YouTube entrevistas al Superior Arturo Sosa sj para conocer las tendencias y proyectos del presente. Igualmente fue provechoso conversar con jesuitas ancianos y con las facultades mentales conservadas. No pretendo una breve historia o apología de los jesuitas, de quienes admiro el discernimiento, educar para la fe y justicia, experimentar, tener Jesús siempre presente y la historia de la Compañía. A veces voy a la misa dominical para escuchar la homilía del rector, generalmente cuerdo, centrada en el evangelio del día y vinculado a la realidad social del país y del mundo. Asisto a la verbena anual para comprar chipirones en su tinta, compartir con la familia en casa tomando vino blanco. Mis hijos estudiaron y varios nietos estudian en el CSI.

Dedico estas notas a dos amigos, a Germán Castillo Pinto quien modestamente (él era así), escribió una excelente historia titulada "Compilación histórica del Colegio San Ignacio de Caracas", incluida en "Amar y Servir" (2003) editado por Armando Michelangeli con el apoyo de la Asociación de Antiguos Alumnos del colegio San Ignacio (ASIA) y a Federico Vegas arquitecto y escritor quien, con los textos antes mencionados, activó el estímulo que faltaba.

Este escrito tiene errores, no pretendo hacer historia sino relatar anécdotas, pertenece más al género periodístico (cuando había prensa escrita) y los periodistas (ahora comunicadores) inventaban palabras, términos y frases novedosas o divertidas en las páginas deportivas, sociales o las noticias negras den la última página. Igualmente ocurre con la cháchara sobre la cháchara por radio, TV o entrevistas donde cambian forma de hablar de acuerdo a la hora.

No tengo intención de publicar esto en papel, es virtual, dirigido a los miembros del Club de Vagos, los jugadores del equipo "Manos Negras", los compañeros de clase, alumnos y exalumnos del colegio. No pensé que fuera de interés a otros estudiantes, pero cuando lo mostré a egresados de colegios o liceos de aquellos tiempos, se divirtieron y manifestaron curiosidad, asunto que resultó estimulante. Sería grato acompañar este texto con la música de moda de aquellos tiempos, el chachachá, las primeras canciones de Elvis, la popular, bailable o clásica por radio, TV o LP, incorporar algún canto en latín, el ruido de la banda, un joropo, bolero, merengue y música de algún espectáculo nacionalista de la época y gritos durante los recreos.

Intento mantener la forma de pensar y entorno de un estudiante de bachillerato en el CSI desde 1954 a 1958, entre los quince y diez y nueve años de edad y describir la vida del colegio en aquella época, pero es inevitable comparar con el presente, en la realidad oscura que atraviesa la república, realidad que avanza inexorable, escondida y oscura como en "Sombras y niebla".

Sesenta y dos años después del partido de fútbol, reescribo "La Mano Negra" y anexo algunos eventos durante cuatro años en el colegio. Aproveché para añadir sucesos y experiencias vinculados o no al CSI.

Soy médico y no escritor o historiador. Tampoco formo parte de los entusiastas de ASIA que realizan actividades útiles para alumnos del colegio, ellos mismos, sus hijos y la sociedad, sosteniendo costumbres y tradiciones o creando nuevas. Cuando estudié en el colegio, ASIA era un grupo de ancianos (probablemente mayores de 60 años) de flux y corbata que se reunía una vez al mes, sin contacto alguno con los alumnos. Luego pasó un período donde parecían una secta de fanáticos con licencia a lo James Bond, pero sin matar. Actualmente son cuerdos, viven el presente, pisan tierra y miran al cielo, organizan eventos en diferentes áreas, planifican actividades y realizan convenios con empresas que prestan algunos servicios particulares. Apoyan eventos sociales y financiaron la construcción y equipamiento del edificio multiuso Casa Loyola para beneficio del colegio y la colectividad.

Narrar recuerdos evoca sentimientos de amistad con compañeros de aula, los amigos de pupitre, partidos de fútbol y recreos. Son amistades que perduran a pesar de que a muchos más nunca vi. Recordar activa la nostalgia y el afecto permanente de la edad de una inocencia aún no contaminada. Por alguna razón que desconozco, me fastidian las autobiografías, no terminé de leer la mayoría, con excepción de Las Confesiones de Agustín de Hipona, El primer hombre de Camus, obra póstuma, curiosamente ambos nacieron en pequeñas ciudades argelinas, El pez en el agua de Vargas Llosa y Vivir para contarla de García Márquez. Sin querer queriendo, escribí fragmentos autobiográficos demasiado personales. Pisé terreno de la historia. Divertido.

2 El partido Manos Negras vs. Profesores.

El autodenominado Club de Vagos del CSI fue fundado en noviembre de 1954 por un grupo de alumnos indisciplinados de la sección A de segundo año, integrado por Joaquín Chaffardet (ocurrente y díscolo mayor), Laurentzi Odriozola, Roberto (Bobby) Pocaterra, Jorge Hryhorczak, Edgardo Rivas, Nelson Geigel Lope-Bello, Pedro Luis Angarita, Tulio Espinoza (estos últimos no eran indisciplinados) y quien escribe. Algunos compañeros de la sección B o de otros años, acudían ocasionalmente a curiosear, fumar y conversar. El Club no requería membresía, solamente manifestar la voluntad de pertenecer. No había reuniones formales, solo cumplir con la actividad principal: ser vagos, inventar algo y jubilarse cada vez se presentaba la ocasión para recorrer Chacao fumando y jugar billar de carambola en lugares donde había mesas libres. La policía municipal a veces nos encontraba vagando y llevaba al colegio y pasábamos dos horas en un aula luego de terminar las clases. En enero de 1957, cursando cuarto año, alguien propuso desafiar a los profesores a un partido de fútbol, convencido de que se negarían. Resultó una sorpresa que profesores republicanos huyendo de la miseria de la post guerra y sacerdotes, la mayoría del país vasco, acogieron el reto con entusiasmo, asunto que nos preocupó. Estaba prohibido mencionar a Franco, luego nos enteramos que la mayoría de curas eran republicanos, asunto del cual no se hablaba o entendía. Éramos pésimos jugadores de fútbol, aparte Bobby, Jorge y Nelson, pero no podíamos dar vuelta atrás. Nombramos a nuestro equipo improvisado "La Mano Negra", nombre que escuchamos a los curas referido a situaciones extrañas, misteriosas, oscuras o turbias. Desconocíamos la historia de los anarquistas y terroristas en Andalucía en 1880 y Serbia en 1911. El rector, Jenaro Aguirre Elorriaga sj, autorizó el partido que aceptamos sin practicar por flojos y considerar cualquier deporte un insulto al intelecto. Integrar el equipo fue difícil, quienes jugaban bien se negaron al sainete con excepción de Jorge. Para completar un equipo de once, llamamos a alumnos del equipo de segunda de cuarto B y uno aceptó. Pintamos en la espalda de la camiseta del colegio una mano negra, obra de Jorge (Yacko) excelente diseñador y caricaturista que elaboró el afiche. Acudimos al partido convencidos de perder.



Foto 1. El afiche, diseñado por Jacko. (Foto de un original).

Cuando se enteró del reto, el profesor Ángel Urmeneta, nunca descubrimos porqué no usaba el apellido Albalat, comenzó a entrenar y diariamente trotaba dos horas por las calles del colegio. Los profesores y curas vistieron camisa manga larga, blanca con franjas rojas. Los profesores llevaban pantalones cortos y los curas largos, negros o grises. En aquel tiempo vendían en las tiendas de deporte, los primeros botines Adidas, pero la mayoría usó los de la época, zapatos de cuero con tacos clavados que se desprendían con facilidad, otros usaron zapatos de lona, botines cortos o zapatos de cuero gastado. No existían tobilleras y canilleras, se colocaba un cartón entre las medias largas y la pierna. Cuando golpeaban o tumbaban un jugador, se levantaba rápido, aun con dolor, disimulando y secando sangre en rodillas o codos con un pañuelo o papel toilet. No había retortijones en el suelo con cara simulando dolor intenso en el tobillo, rodilla, tórax o abdomen, tampoco existían tarjetas amarillas o rojas. Rara vez expulsaban un jugador por agresión o patada a un jugador sin balón. Había descanso de unos diez minutos antes del segundo tiempo para tomar agua y recostarse a la sombra del samán. En aquel entonces los balones eran gajos de cuero marrón cosidos a mano y cerrados con una trenza, también de cuero. Para inflar el balón se sacaba el gusanillo de la tripa de goma, en caso de una espichada se desataba la trenza y aplicaba un parche con goma sobre la tripa, igual que reparar una de bicicleta. Se bombeaba, guardaba el gusanillo y cerraba la trenza. No existían balones de repuesto.

El partido comenzó a las 3,30 pm del sábado 9 de febrero de 1957 en la cancha principal. Resultó bastante concurrido. Antes de tirar la moneda al aire para escoger la zona donde jugar el primer tiempo (el medio campo con menos sol de frente y viento favorable) Fanjul, capitán de los profesores, entregó al capitán de los alumnos un desgastado y grueso libro de química con la dedicatoria "Esto es lo que les hace falta, jovencitos". Los estudiantes entregamos un par de viejas muletas usadas.



Foto 2. Equipo de los profesores. (foto archivo V. Lecuna) - Primera fila, izquierda a derecha: José Luis Andueza sj, Garín entrenador del Loyola S.C., Juan Echeverría sj y Vicente Guesala sj. De pie, izquierda a derecha: Eduardo Aguilar, arquero del Loyola S.C. de primera división y estudiante de derecho, Francisco Echave sj, Prof. Enrique Fanjul, Julio Velilla sj, Prof. Ángel Albalat Urmeneta y José Antonio Sierra sj.

En la foto del equipo de profesores falta Jacobo Asensi que llegó tarde, estaba comprando un uniforme. Jugó quince minutos y fue retirado debido a una certera patada al tobillo.

Los jugadores llevan diversos tipos de zapatos, faltan rodilleras y tobilleras, no hay edificios en la Castellana, al fondo, en El Ávila. el cortafuegos de abajo y el edificio de bachillerato de dos pisos con paredes rústicas de cemento de obra limpia. Una pared era el frontón para jugar pelota a mano empleado por los sacerdotes jóvenes el domingo en la tarde.



Foto 4. Jacobo Asensi entrando y saliendo de la cancha, ayudado por Fulgencio Salinas. Fotos de Edasi, probablemente de Manuel Barroso.

El Cristo dalinesco del templo San Juan Bosco tiene atrás unas sesenta planchas de madera de diez por treinta cm, pintadas con diversas tonalidades de cobre oscuro que simulan metal. Desde lejos la plancha en la esquina inferior derecha parece tener la firma de Asensi, que administró diseño en un Instituto Tecnológico de La Castellana. Del techo de ese templo cuelgan siete lámparas circulares diferentes, obras de Carlos González Bogen. Son pesadas y cada una está suspendida por tres cables delgados, es recomendable tomar asiento a distancia de un futuro punto de caída por desgaste o temblor.

Al partido acudieron estudiantes de otros colegios, entre ellos el simpático e irreverente Adolfo Herrera, retirado del CSI en 1956, creo expulsado, quien fue importante y destacado periodista y profesor universitario. Las patadas a profesores eran celebradas por el público. El árbitro fue el Prefecto Francisco Arruza sj, quien impuso el orden a los diez minutos expulsando dos manos negras, entre gritos, silbidos y protestas del público. El rector Aguirre no asistió al partido, era serio y estricto, cumplía su trabajo con disciplina e ideas claras. Era distinto al rector que lo precedió, José María Salaverría sj, buen político, mediador, amable, siempre con una sonrisa, sotana limpia y sin arrugas, acompañado en el trabajo por Vicente Barquín sj, Prefecto que cumplía las funciones del cargo sin levantar la voz. Es insólito que fuera reconocido por los estudiantes como hombre justo.

A medida que pasaba el tiempo varios profesores se retiraban cansados y eran sustituidos por sacerdotes, maestrillos y hermanos que estaban en el público. No formaban parte de la lista de jugadores del equipo de profesores y entraban entusiastas y felices a la cancha para correr y patear. Los curas jóvenes disfrutaron más que los alumnos ese inesperado retorno a una diversión de la juventud. Era complicado sacar un balón entre las amplias y largas sotanas de los sacerdotes que se incorporaron al partido. Arruza alargó el segundo tiempo unos cuarenta minutos (no existía prórroga) pero no logró modificar la tantera del único gol logrado por Eduardo Roche. Los impresionados fueron los de primaria y primeros años de bachillerato, recuerdan el partido que forma parte de la fantasía colegial.

La Mano Negra nació como el equipo de fútbol del Club de Vagos y se convirtió en sinónimo de responsabilidad de todos los eventos negativos o imprevistos en el colegio. Aunque no era real, era conocida como una organización secreta, encargada de dañar grifos, tuberías y luces, robar en los bultos (no existían morrales para cargar libros y cuadernos), sustraer material de los laboratorios, romper espejos en los baños, tapar alcantarillas y desaguaderos. desinflar cauchos o aflojar las tuercas del ring a un profesor que tenía vehículo, inventar rumores de pasillo conocidos como "correo de las brujas" y cuantos males eran posibles, incluso de una epidemia de diarrea. La paranoia contra La Mano Negra y el Club de Vagos duró poco y pasó de moda.

Los años siguientes realizaron partidos entre alumnos y profesores, sin repetir el nombre ni generar el entusiasmo que despertó La Mano Negra.

Para algunos ese partido es leyenda, incluso varios que no asistieron comentaron detalles. Las fotos sirven para recordar al estricto Urmeneta, excelente educador, serio, rígido y fumador, Enrique Fanjul, buen profesor e inventor de insólitas anécdotas que narraba como ciertas en medio de una nube de humo, Jacobo Asensi (recién incorporado al colegio), los sacerdotes, maestrillos y hermanos. También regresan del pasado varios que no jugaron pero son parte del recuerdo como Marcel Fursic, discreto y reservado profesor de francés y Amelio Vilardi profesor de inglés que hablaba con marcado acento estadounidense y afirmaba que fue campeón de boxeo en el Pacífico durante la 2ª Guerra. Cada vez que expulsaba un alumno decía: baifóra. Los de la época recuerdan a Raphael Bredy profesor de biología con calidad humana superior, haitiano refugiado, médico que no revalidó a pesar de tener los conocimientos y experiencia requeridos, hermano de un líder perseguido en su país, médico de la pequeña comunidad haitiana en Venezuela, docente con alta preparación, ponderado y racional. Era obvio la educación y cultura francesa. Años después revalidó y fue profesor en las facultades de Derecho y de Humanidades en la UCAB. Se rumoraba que estaba exiliado por amenaza de muerte del feroz François Duvalier.



Foto 5. Ángel Albalat Urmeneta (Foto V. Lecuna)

El Club de Vagos no era exactamente eso, eran estudiantes normales, con cierto espíritu rebelde y creativo, ayudaba a la autoestima del grupo ser conocidos como vagos. Recuerdo varios sacerdotes y hermanos de la época. La lista es larga, todos tenían vocación religiosa y educativa. Los maestrillos eran seminaristas que realizaban un año de magisterio para la Tercera Probación, la mayoría estudiaba en La Universidad Central (UCV) o trabajaba con un equipo de investigadores en áreas diferentes. Una costumbre jesuita es cambiar de lugar de trabajo a cada sacerdote cada cuatro o cinco años. Dejan en sitio permanente a investigadores para continuar un trabajo importante o inconcluso en áreas distintas a las religiosas o educativas.

La rigidez del sistema de docencia y la fuerte disciplina del colegio era compensada por los amigos, el deporte y los maestrillos que nos apoyaban, la mayoría de profesores eran jóvenes. No existía centro de estudiantes ni posibilidad de escucha, aparte el confesionario con una rejilla que impedía ver, las penitencias eran irrelevantes, no ayudaban a resolver determinados problemas no aumentaba la fe o leer los evangelios. El sistema de consulta con el Padre espiritual dos veces al año tampoco funcionaba, era un breve monólogo.

Algunos hermanos y sacerdotes se separaron de la Compañía. Los que recuerdo dedicaron la vida a trabajar en diferentes áreas y la familia.