Buena parte de la juventud del padre Pedro Ignacio Galdos Zuazua SJ, junto a su hermano, se remiten a el País Vasco, en Arechavaleta, allí creció y maduró hacia su gran camino de vida
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Por Pedro Rojas

Hablar del padre Pedro Ignacio Galdos Zuazua SJ es adentrarse en una historia llena de afortunadas coincidencias y momentos de crecimiento personal que tuvieron gran impacto en cientos de personas que lo conocieron y quienes aún lo siguen teniendo en sus vidas a través de su gestión activa en el Colegio San Ignacio de Caracas.

Al preguntarle sobre su vida dice, sin vacilar, que tiene que “hablar en plural”, porque es morocho de Ignacio Galdos y “él de una manera, como nació unos minutos antes que yo, me dio el título del Benjamín de la familia”, cuenta entusiasta.


Una vista de Aretxabaleta, en el País Vasco.    

Sobre su infancia y juventud, que transcurrieron en el País Vasco, dice que le consideraban el más pequeño, pero siempre como muchachos pues (tanto su hermano y él) eran buenos alumnos, “buenos estudiantes, y de cuando en cuando hacíamos nuestras travesuras”, apunta.

Una de ellas que recuerda con especial interés fue una que le llevó al camino que transita hoy. “Escapamos de una clase de Matemáticas, que no nos gustaba, y los profesores Jesuitas en el colegio nos castigaron con asistencia al plantel el sábado por la mañana. Estuvimos en ese proceso de aprender y madurar y a los 15 años, ya nos vino más responsabilidad y ya el último curso, en sexto año, recibimos el premio de excelencia, tanto en conducta como en las notas personales”.

Ese comportamiento mejorado y reconocido hizo que su padre les diera un viaje a Zaragoza como recompensa. “Fuimos al santuario de Nuestra Señora de Aránzazu, que es un santuario católico mariano, situado en el municipio de Oñate, en Guipúzcoa, País Vasco”.


Santuario de Nuestra Señora de Aránzazu.   

También estuvieron en la Basílica del Pilar de Zaragoza, sobre la que ambos hermanos tienen especial devoción. “Siempre agradezco a mis hermanos mayores y a mis padres por esas enseñanzas de vida” explica.

Un castigo sabatino condujo así a la buena conducta y a otra etapa en la vida de Pedro Galdos. Él y su hermano mejoraron sus calificaciones y su comportamiento, fue encaminándose para aspirar a una vida haciendo el bien.


Basílica del Pilar de Zaragoza.   

“Entramos en el noviciado en 1949, pero un año antes ya habíamos decidido ser Jesuitas y misioneros”, cuenta, agregando que entraron al bachillerato en el Santuario de Loyola, lo cual condujo a otra vivencia muy especial que también les sirvió de reflexión.

“Recuerdo que en la localidad se hizo un carrera deportiva. Como en el lugar no nos conocían como hermanos, hicimos una travesura. Yo salí primero y en la cuesta se incorporó mi hermano, ganando la competencia”, explica.

Se alzaron con la copa del triunfo, que además incluía unas pesetas de premiación. “Al llegar a la casa, nuestro padre se enteró de la trampa y tuvimos que ir a pedir perdón al alcalde, entregar copa y el dinero”, explica. Fue una de las últimas travesuras que hicieron como muchachos, relata.

Estudios y vivencias

Buena parte de su juventud, junto a su hermano, se remiten a el País Vasco, en Arechavaleta, luego estudiaron en Navarra, “lugar de nacimiento de San Francisco Javier”, dice y allí, relata, “nos surgió esa vocación de salir del país y buscar fronteras distintas para crecer y aportar con nuestra fe. Mi hermano fue a India y yo vine a Venezuela, con 18 años, a un noviciado. Poco después hizo su carrera en la Pontificia Universidad Javeriana de la Compañía de Jesús, sede Bogotá, Colombia.

En la actualidad su hermano está en India y sigue como misionero. Esa separación se produce el mismo año de 1950. “Llegué a una Venezuela con temas políticos complicados.

Conocí años difíciles y posteriormente pude ser testigo de excepción al ver la llegada de la democracia”, cuenta.

Decisiones, chivos y ayuda

En Barquisimeto Pedro Galdos pudo vivir momentos de crecimiento y también tiempos muy particulares con algunas decisiones que tomó el entonces dictador, Marcos Pérez Jiménez sobre la región.

“Recuerdo cómo en una época prohibió la presencia de cabras y chivos en la entidad porque devoraban las espigas y el pasto. Prohibió a los campesinos tener a estos animales libres y ellos los conservaron escondidos”, relata.

De Barquisimeto tiene muy buenos recuerdos de sus antiguos alumnos quienes de alguna manera marcaron con sus historias buenos años. “Los colegios ayudaban con becas a muchas personas quienes durante la dictadura tenían a sus padres afuera. Nosotros los padres y hermanos jesuitas fuimos verdaderos papás de algunos de ellos, pues sus verdaderos estaban fuera del país”.


El Obelisco de Barquisimeto. Fotos: Tito Mendoza, Francisco Villazán, Luis Pascual Suárez, circa 1952.   

Las clases de catecismo fueron importantes en esas etapas para los pequeños quienes tenían a sus padres en Colombia, Brasil, o en parte de Europa. “Fue una labor social que logramos en ese momento. Además, el nacimiento de los barrios pobres de Barquisimeto fue otro espacio en el que se pudo hacer mucha labor social.

El contacto a distancia

El padre Galdos recuerda que la comunicación con su familia y su hermano en los años 50 y 60 fue complicada. “En Barquisimeto uno iba a la central y pedía la conferencia para poder hablar. Esperaba y podíamos establecer las comunicaciones entre Venezuela e India”, explica.

Fueron experiencias de vida totalmente distintas, cuenta, “a él (Ignacio) le tocó estar con los aborígenes de India. Sobre ellos aprendí que el hinduismo tiene cosas buenas, el budismo también y de hecho es más universal, destaca.

Ambos pudieron verse numerosas veces en los países en los que han estado y este año 2020 será de reencuentro, pues ambos hermanos esperan estar juntos en España, entre julio y agosto.

La obra de Galdos tiene su más destacado reconocimiento en el Centro de Excursionismo Loyola (CEL) una institución perteneciente al Colegio San Ignacio de Loyola que está activa desde 1923 en Caracas y a la cual se incorporó en los años 60.