Por Jimeno Hérnandez Droulers
Abogado, MBA en gestión de entidades deportivas "Alfredo Di Stéfano" en la Universidad Europea de Madrid.
Historiador, Investigador y Columnista, autor del Libro "El secuestro de la Saeta Rubia"
San Siro, gran patrono italiano, acaba de anunciar que pronto pasará a mejor vida. Es por ello que su historia debe ser contada. Y es que tiene demasiadas anécdotas dignas de ser predicadas al fiel rebaño de nuestra gran iglesia del fútbol.
El santo, nacido en la región de Liguria, vivió en el siglo IV y fue obispo de Génova. Aunque se sabe poco sobre su vida terrenal y mucho sobre la celestial, en la actualidad se le venera por su liderazgo espiritual honrando su legado, al igual que sus contribuciones con la religión como símbolo de fe, dedicación y devoción. Tal es su fama en la ciudad de Milán que así le pusieron por nombre a un barrio en el cual existe un gran estadio cuyas obras comenzaron en diciembre de 1925, hace un siglo exactamente, por iniciativa del entonces presidente del equipo “Rossonero”, don Piero Pirelli, quién sufragó de su propio bolsillo la construcción del moderno coliseo.
Para hablar de tan santísimo templo del “deporte más hermoso del mundo”, debe uno mencionar también al bendito y eterno rival del A.C. Milán, fundado en 1899, ya que el InternazionaleF.C., nacido en la misma ciudad en 1908, llegó a la vida para hacerle sacra competencia. Desde aquellos días remotos , ambos disputaron en campo de la capital de Lombardía cuál de los dos era el mejor. Se disputan en cancha un evento cuyo nombre es advocación a la virgen Santa María Naciente, figura reverenciada en la Catedral, o Duomo de Milano.
¿Cuántos derbis de la “Madonnina” se habrán disputado hasta el día de hoy entre Milán e Inter?
Han sido muchos, por no decir demasiados. Sin embargo, sabemos que el estadio San Siro abrió sus puertas al público la tarde del 19 de septiembre de 1926, nada más y nada menos que para enfrentar a estos dos equipos, encuentro que, por cierto, ganó el Inter con aplastante marcador de 3-6, sirviendo como chispazo que terminó por encender la enemistad entre ambos conjuntos y su fanaticada. Desde aquel año es el escenario de una perpetua rivalidad deportiva y el asunto no es para menos.


El estadio fue propiedad del A.C. Milán hasta 1935, año en el cual el club “Rossonero” transfirió su propiedad al gobierno municipal. A pesar de la venta, el equipo continuó disputando allí sus partidos como local. Luego de la victoria de Italia en la Copa Mundial de 1934, con el beneplácito de “Il Duce” Benito Mussolini, amo y dueño de la península, el gobierno municipal milanés realizó el negocio de comprarlo y ampliarlo para albergar 55.000 espectadores.
La inauguración después de terminar estos trabajos se produjo el 13 de mayo de 1939, fecha en la cual se cruzaron las selecciones de Italia e Inglaterra empatando 2-2, pocos meses antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, cuando el fútbol se detuvo durante un lustro.
El primer partido en San Siro tras el linchamiento de Mussolini, el suicidio de Adolf Hitler, la caída de Berlín, así como el final del conflicto bélico con la firma de la capitulación por parte de Alemania, se celebró el primero de diciembre de 1946, cuando Italia venció a Austria con
marcador de 3-2 en un cruce cuyo hecho más destacable y relevante fue el malfuncionamiento del reloj.
Tan sólo un año después, en 1947, el Inter empezó a jugar también como local en aquella cancha. Desde entonces incrementó la rivalidad entre aficiones y los del “Nerazzurri”, renegando el calificativo de San Siro, anhelaron rebautizarlo con otro nombre más vinculado con la historia de su club. Desde el instante que el Internazionale comenzó a jugar en este nuevo hogar, tanto su directiva como la del A.C. Milán trataron de alcanzar un acuerdo para cambiar el nombre del recinto, pero resultaba complicado satisfacer a las dos aficiones.
Una década después, en 1957, gracias a la inversión del A.C.Milán, se instalaron un total de 180 focos para convertirlo en el único estadio en Italia con iluminación artificial. Ese primer partido en horas nocturnas fue un amistoso en el que el “Rossonero” enfrentó a la Fiorentina, humillando al contrario con un abultado marcador final de 4-0.



A mediados de los años sesenta, durante la temporada 1964-1965, cuando, por primera vez en su historia fungió como escenario de la final de la Copa de Europa, se le agregó el marcador electrónico, y aquellas torres con rampas en forma de hélice y espiral en sus cuatro esquinas que lo hacen tan característico. Así comenzaba la transformación del estadio a una especie de monumento que aún le faltaba por crecer en su vasta magnificencia. Ese año llegó a la final el Inter y venció al Benfica gracias a un gol de Jair. Cuatro años después, en la Copa de Europa de la edición 1969-1970, volvió a albergar la final del torneo que ganó el neerlandés Feyenoord al Celtic de Glasgow.
Los desacuerdos en cuanto al cambio de nombre del recinto lograron consenso entre clubes en marzo de 1980, cuando accedieron a renombrarlo Giuseppe Meazza, en honor a un afamado futbolista nacido en la ciudad, quien fue dos veces campeón del mundo con la selección italiana y militó en ambos equipos, aunque gran parte de su carrera profesional, además de la más exitosa, fue vistiendo la camiseta de rayas negras y azules del Inter, lo cual no gustó mucho a los hinchas del A.C. Milán, quienes continuaron refiriéndose al estadio como San Siro.
En 1990, para la Copa del Mundo en la que Italia sirvió como país anfitrión, el estadio acogió el acto de apertura y partido inaugural del certamen entre la bicampeona Argentina y la modesta selección africana de Camerún. Para ello fue remodelado de nuevo. Los encargados de embellecerlo, además de modernizarlo, fueron los arquitectos Giancarlo Raggazi, Henrico Hoffer y el ingeniero y profesor universitario Leo Finzi. Entre los tres diseñaron otras siete columnas o torres con rampas en forma de hélice y espiral, repartidas entre fondos y bandas, para facilitar el acceso de los espectadores. Las cuatro originales fueron alargadas como soporte para un gran entretejido de vigas metálicas para el nuevo sistema de iluminado; además se trabajó en el techo, que se hizo en patrón de toldas semicilíndricas que sirvieron para dar sombra y proteger de la lluvia a esas 85.700 plazas de espectadores en las gradas.
El 25 de abril de aquel año, albergó el partido de vuelta de la final de la Copa Italia. El A.C. Milán enfrentó a la Juventus de Turín, que se llevó el trofeo al ganar por la mínima diferencia, gracias al tanto de Roberto Galia, después de un empate sin goles en la ida en el estadio “Delle Alpi”, otra nueva joya arquitectónica recién construida a las faldas de la cordillera de Los Alpes, también sede del Mundial.
Las obras del entonces modernísimo Giuseppe Meazza culminaron el dos de junio de aquel año, justo cinco días antes del inicio del torneo. La expectativa era inmensa y este coloso cumplió la misión a cabalidad. De eso han pasado 35 años. Yo tenía apenas nueve de edad y aún recuerdo la emotividad de aquel instante y la ceremonia de apertura como si hubiese sucedido ayer. Para mí continúa siendo uno de los momentos más icónicos, solemnes y felices de la infancia.


El estadio a todo dar, porque no cabía un alma. Una inmensa pelota de fútbol forrada de flores en el medio centro. Rodeando a ésta varias esféricas más pequeñas, coloreadas con las banderas de todas aquellas naciones listas para disputar cuál de las veinticuatro selecciones sería la mejor y nueva regente del planeta, todo al son de una pieza musical titulada “Un’estateItaliana (Notti Magiche)”, obra de Gianna Nannini & Edoardo Bennoto, que hoy día es considerado un himno del fútbol, capaz de aguarle los ojos a cualquiera.
Aquella melodía sirvió de preludio al repertorio musical de cada continente, acompañado de un desfile de mujeres luciendo traje típico llevando el estandarte de sus respectivos países. Después de eso un coro de damas cantando “All you need is love” de los Beatles. Y, a la postre, la versión en inglés de la canción del mundial, o esa “Noche Mágica”, pésimamente traducida, por cierto. Sonaron aplausos y trompetas, las pelotas pequeñas pintadas se abrieron como flores. Eran margaritas de pétalos blancos y centro amarillo. De ellas brotaron globos de colores que buscaron el cielo, mientras el gran balón en el centro de la cancha también salió a flote. Aquello fue un espectáculo inolvidable, al igual que el partido por comenzar.
Argentina, dirigida por Carlos Bilardo y capitaneada por el astro del momento, Diego Armando Maradona, saltó a la cancha para enfrentar a Camerún. Claro está que ver a la vigente campeona era un aliciente y creó inmensa expectativa, especialmente para observar el talento del “Pelusa”, quien, cosa de lamentar, demostró que ya no tenía la misma velocidad exhibida en el Mundial de México. Los leones africanos rugieron en Milán y sacaron sus garras. A pesar de perder a un defensor en el minuto sesenta por tarjeta roja, gracias a un tiro libre al borde del área por el costado izquierdo, metieron un centro que pegó en un pie albiceleste, se elevó bombeado al segundo palo y encontró sin marca a Oman Biyik, quien pegó un testarazo a los pies de Pumpido y el guardameta pifió al intentar contener. Así cayó Argentina en su primer partido.
Los otros cinco encuentros jugados en Giuseppe Meazza tuvieron como principal protagonista a esa aplastante Alemania Federal, eventual triunfadora del certamen. En fase de grupos goleó a Yugoslavia y Emiratos Árabes Unidos, luego empató con la Colombia de René Higuita, el pibe Valderrama, Leonel Álvarez y Fredy Rincón. En octavos batió a Países Bajos y a Checoslovaquia en cuartos. Así que podríamos decir que aquel estadio fue, de todos en la península itálica, el que contempló la mejor cuota de fútbol en ese Mundial.
A principios del Siglo XXI, en la temporada 2000-2001, fue teatro de la final de Champions League que enfrentó al Bayern Múnich dirigido por Ottmar Hitzfield, alineando a Oliver Khan, Patrik Andersson, Thomas Linke, Willy Sagnol y Bixente Lizarazu, Owen Hargreaves, Stefan Effemberg, Mehmet Scholl, Hasan Zalihamidzic y Giovane Élber, contra un Valencia excepcional, dirigido por Héctor Cúper, con Cañizares en el arco, en defensa Joselyn Angloma, Roberto “El Ratón” Ayala, Mauricio Pellegrino y Amedeo Carboni, en la media Rubén Baraja, Kily González, Juan Sánchez y el gran Gaizka Mendieta, mientras adelante jugaban Pablo César Aimar y Jhon Carew. Madre mía!. Vaya nombres y vaya choque. Prometía ser un juego de puros golazos, pero todo fue con penaltis, uno pitado a favor de cada equipo en la primera parte. El 1-1 se mantuvo en el complementario y la prórroga con “Gol de Oro”. El desempate desde el punto de los once metros fue de infarto y los muniqueses terminaron levantando la copa.
Década y media después, en la 2015-2016, albergó otra final de Champions, entre Real Madrid y el Atlético de Madrid, que, curiosamente, también tuvo campeón después de un empate y los penales. En esa oportunidad el equipo merengue se anotó la undécima en su palmarés.


Aquella fue y será la última final de Champions League que tendrá como escenario al estadio Giuseppe Meazza en el barrio de San Siro. En cuanto a los derbis de la “Madonnina”, en enfrentamientos oficiales entre el A.C. Milán y el Inter, han sido hasta hoy, un total de 244. De estos han empatado en 71 oportunidades. Ganan el pulso en la contienda los “Nerazzurri” con 91 victorias, sobre las 82 del “Rossonero”. En cuanto al máximo galardón continental, llámese antigua Copa de Europa, o actual Champions League, la balanza se inclina por el otro lado, ya que el Inter tiene tres y el Milán siete.
En la vigente temporada de 2025-2026, se volverán a topar ambos en el derbi de la “Madonnina” el 23 de noviembre del presente y el 8 de marzo del próximo. Así cerrará el capítulo de su historia este antiguo coliseo, o templo sagrado mejor dicho, ya que, igual que San Siro y Giuseppe Meazza, el monumento debe marcharse al otro mundo, tal como lo hicieron los cuerpos que inspiraron el nombre de tan célebre estadio.
Al igual que en toda ceremonia fúnebre, los dolientes debemos recordar esos momentos que nos brinda el pasado y saber atesorarlos piensa uno, al percatarse del hecho que más nunca veremos saltar a ese campo de juego a los ídolos de uno y otro equipo, o escuchar de sus tribunas el grito de gol por parte de sus respectivos “Tifosi”. Es que los nombres de quienes han puesto a rodar el cuero sobre su césped nos han dejado una larga estela de talento, redactando pasajes de su propia biblia al mejor estilo de ciertos profetas.
En los cincuenta y sesenta se forjaron individualidades con la reputación que cultivaron en el Milán Pierino Prati, Gianni Rivera, Juan Alberto Schiaffino, José Altafini, Cesare Maldini y Giovanni Trapattoni, disputándose la gloria contra el Inter deGiacinto Facchetti, Sandro Mazzola, Armando Picchi, Mario Corso y Jair. O en los setenta, cuando brillaron estrellas como el portero Enrico Albertosi, Fabio Capello, Aldo Maldera y un debutante Franco Baresi por el “Rossonero”, mientras resplandecían también por el “Nerazzurri” Roberto Boninsegna, Alessandro Altobelli y Graziano Bini.
En los ochenta un madurado Franco Baresi, Roberto Donadoni, Mauro Tassotti, además de un jovencísimo Paolo Maldini en el Milán. Giuseppe Bergomi, Walter Senga y Karl-Heinz Rummenigge en el Inter. La década de los noventa fue la época dorada del Calcio, reluciendo por el bando del “Rossonero” figuras como Marco van Basten, Zvonimir Boban, Rudd Gullit, Frank Rijkaard, George Weah, Marcel Desailly, Alessandro Costacurta y un Paolo Maldini ya consolidado, mientras por el “Nerazzurri” hacían lo mismo Gianluca Pagliuca, Javier Zanetti, Nwankwo Kanu, Iván Zamorano, Youri Djorkaeff y el fenómeno Ronaldo. Esa etapa fue impresionante.
Los nombres de los principios del Siglo XXI también son una locura. El eterno y curtido capitán Paolo Maldini, Alessandro Nesta, Cafú, Kaká, Ronaldinho, Dida, Gattuso, Seedorf, Pirlo, Rui Costa y Shevchenko, por un lado. Y por el otro Javier Zanetti, también curtido e indiscutible capitán, “El Chino” Álvaro Recoba, Christian “El Toro” Vieri, “El Emperador” Adriano, Maicon, Esteban Cambiasso, Iván Córdoba, Dejan Stankovic, Luis Figo y Zlatan Ibrahimovic. Dejo de mencionar a esos que hoy nos deleitan con su juego por parte de los bandos, pues tampoco quiero hacer del escrito más extenso y complicado que una bula pontificia.

La verdad es que da un poco de nostalgia rebobinar la película tantos años, para ver como el gramado del Giuseppe Meazza del barrio de San Siro ha sido una especie de gran alfombra roja sobre la cual tantos virtuosos y más insignes prelados, con devoción y espíritu, rindieron culto fervoroso, consagrados a obsequiarle a sus respectivos “correligionarios” el placer de verlos dictar cátedra futbolística en un maravilloso santuario que, dentro de poco tiempo, será reducido a los escombros dando paso a una nueva era.
Como diría en cualquier velorio y entierro un buen cristiano: -polvo eres y en polvo te convertirás.
Adiós San Siro… Adiós Giuseppe Meazza… Ahora les toca ir juntos a comunicarle a San Pedro, guardián de las puertas del cielo, que necesitan buscar una nube plana y amplia, tan sólo para hacerle espacio en el paraíso al monumento construido en honor a ustedes en Milán.