KEMPES
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Por Mario Alberto Kempes
Ex jugador Selección Argentina 1974, 1978, 1982.
Campeón Mundial y Mejor Jugador 1978.
Jugador de Valencia FC, Director Técnico y Comentarista y Analista de Fútbol
Instagram@mario.kempes78

La preparación de mi columna para esta edición número 11 ha coincidido con compromisos adquiridos entre Panamá, Costa Rica y los Estados Unidos. Siempre son gratos, llenos de nuevas experiencias y relaciones que tienen que ver con mi carrera en este apasionante mundo del fútbol. Cada día estamos más cerca de la Copa Mundial que se celebrará el año próximo, repartida de forma inédita entre los Estados Unidos, Méjico y Canadá, bajo la resolución del congreso N 68 de la FIFA celebrado en Moscú en 2018. Tendremos un récord de 48 países, de los cuales ya hay 28 clasificados. Aún, algunos continentes están en fase eliminatoria . Para marzo de 2026 será la fase final de repechaje para 6 selecciones . Qué rápido nos pasa el tiempo y cómo rueda el balón.

EMBLEMA DEL MUNDIAL DE EEUU-MÉJICO-CANADÁ
 
Siempre estarán en mi memoria los diferentes pasajes de mi carrera y, en esta edición los llevo a la previa de la selección argentina para la Copa del Mundo que se celebró en mi país en 1978. Yo ya había tenido la experiencia de haber participado en el Mundial de 1974 en Alemania, y para este mundial en Argentina mi deseo era volver a estar, teniendo la base de estar triunfando en la liga española con el Valencia CF.
Nuestra concentración había sido instalada en una quinta de dos hectáreas de superficie que pertenecía a la fundación Salvatori, en la zona de José Carlos Paz. El lugar contaba con dos casonas antiguas enormes, cada una con varias habitaciones donde alojar el plantel, que nosotros llamábamos “bulines”. En la más grande de las residencias, la principal, se acomodó el cuerpo técnico. En la segunda los futbolistas. El primer caserón contaba también con un gran comedor, una cocina y dependencias para los empleados a cargo de la limpieza y la preparación de las comidas. El lugar tenía una cancha de fútbol de superficie reglamentaria en la que realizábamos los entrenamientos. Una vez que descendí del avión en el aeropuerto de Ezeiza, subí a un automóvil conducido por un dirigente de la Asociación del Fútbol Argentino que me había ido a buscar y viajé de manera directa al complejo situado a unos 40 km al norte de la ciudad de Buenos Aires. Al llegar me recibió Menotti con sus colaboradores, el preparador físico Ricardo Pizzarotti, el médico Rubén Oliva y los ayudantes de campo Roberto Saporiti y Rogelio Poncini. Enseguida saludé a los otros 24 compañeros que formaban parte del plantel, que llevaba ya alrededor de un mes concentrado y entrenando en esos terrenos. Los muchachos, todos futbolistas de equipos locales, me acogieron con mucha calidez, tanto los que conocía como los que no, como si hubiera estado con ellos desde el principio. Yo era el único argentino que había arribado desde un club del exterior, y también el único sudamericano, porque Brasil y Perú, los dos ganadores de la eliminatoria del subcontinente, conformaron planteles armados exclusivamente con jugadores de sus ligas nacionales. Menotti había elegido también a Osvaldo Piazza, un ex defensor central del club Lanús, que brillaba en Francia con la camiseta de la Association Sportive de Saint- Étienne; pero en abril de ese año 1978, la esposa de Osvaldo sufrió graves heridas en un accidente automovilístico y el defensor prefirió renunciar al Mundial y quedarse en Francia a cuidar de su mujer y sus hijos.

 
LETRERO DEL LUGAR DE CONCENTRACIÓN FUNDACIÓN SALVATORI, LOCALIDAD JOSÉ C. PAZ .

CASA DE LA FUNDACIÓN SALVATORI

CANCHA DE ENTRENAMIENTO DEL SELECCIONADO DE 1978

SELECCIÓN ARGENTINA EN EL LUGAR DE CONCENTRACIÓN DE LA SELECCIÓN ARGENTNA Y LOS NOMBRES DE LOS JUGADORES.

Los otros muchachos preseleccionados, eran los arqueros Ubaldo Fillol, Héctor Baley y Ricardo La Volpe, los defensores Luis Galván, Ruben Galván, Daniel Killer, Jorge Olguín, Rubén Pagnanini, Daniel Passarella, Alberto Tarantini y Victor Bottaniz; los mediocampistas, Norberto Alonso, Osvaldo Ardiles, Américo Gallego, Omar, Larrosa, Miguel Oviedo y Diego Maradona; los delanteros, René Houseman, José Valencia, Ricardo Villa, Daniel Bertoni, Leopoldo Luque, Oscar Ortiz y Humberto Bravo. El Loco Houseman, el Pato Fillol y yo éramos los únicos sobrevivientes del Mundial de Alemania Federal de 1974. En ese momento me explicaron que tres de los convocados debían ser desconvocados, debido a que la lista oficial aprobada por la FIFA,solo permitía 22 nombres. Hay que recordar que la nómina aumentó a 23 en la edición de la Copa del Mundo Corea-Japón del año 2002. Debo decirles que realmente me asusté mucho, me entró un temor de ser uno de los descartados. En la concentración no había egoísmos ni malas caras, ni caudillos que gritaran o hablaran con el técnico para transmitirle las palabras al resto; cualquiera podía dialogar con Menotti. También contábamos con cierta libertad para transitar una vida relativamente normal, unos preferían irse a dormir temprano, otros, quedarse hasta más tarde mirando la televisión; no había reglas estrictas respecto al comportamiento dentro de una concentración que se hizo larga y por momentos pesada. Para todos estar tanto tiempo encerrados fue algo muy fuerte y sacrificado, aunque después tuvo su recompensa.
Por haber llegado último me asignaron la única habitación que quedaba libre: un cuartucho acoplado a la habitación de Ardiles y Villa, en el primer piso de la segunda casona. Las dos habitaciones estaban unidas por un marco sin puerta con una cortinita de tela que enroscábamos en un clavito. Hacía mucho frío, ellos tenían un televisor chiquitito que yo apenas podía ver desde mi cama. A las 10:00 de la noche me decían “ Nene se terminó la tele” apagaban y corrían la cortinita. Si no tenía sueño, leía revistas de historietas de aventuras que me gustaban mucho.” D’Artagnan, El Tony, Fantasía, Patoruzú”. La litera que me tocó de suerte, me hizo revivir de alguna manera los suplicios de la selección fantasma. Cuando me acosté por primera vez, me hundí como el Titanic en el Atlántico, porque al somier le faltaban varias maderas. El problema fue solucionado al otro día, pero la primera noche la pasé envuelto por el colchón, parecía relleno de empanada o de un taco mexicano; nunca la comodidad para la selección argentina, pensé antes de dormirme. De todos modos estaba a punto de participar de otra copa del mundo, no podía quejarme, aunque no puedo dejar de contrastar aquella situación con la que viven hoy los muchachos que juegan en la selección. La concentración que actualmente acoge a los pibes en el complejo de la asociación de fútbol argentino es 20 estrellas comparada con la quinta de José C. Paz.
Para desayunar o comer, siempre compartí la mesa con el loco Killer, que había sido mi compañero en Rosario Central, el Negro Baley y el Conejo Tarantini. En esos primeros días sentí un cosquilleo, una especie de inquietud nerviosa, que me nacía de las ganas de ser campeón. Hasta ese momento, el único festejo de un título profesional.—exceptuadas las vueltas olímpicas disfrutadas con el Club y Biblioteca Bell de Bell Ville y con los chicos del colegio secundario San José— había sido el que conseguimos con Instituto de Córdoba. Después, no había ganado nada, por eso sentía tanta ansiedad.


JUGADORES EN LA CONCENTRACIÓN

MENOTTI SENTADO SOBRE EL BALÓN EN PLENA CHARLA.

En la fundación Salvatori, los entrenamientos fueron muy rigurosos. Y seguido el profe Pizzarotti nos cagó a palos las dos primeras semanas desde mi llegada. Era un tipo jodido, durísimo, aunque gracias a esa rigidez fue que pudimos aguantar sin problemas las implacables exigencias de la Copa del Mundo. Trabajamos en doble turno, uno físico y otro con la pelota, más táctico. Francamente no parecía un equipo argentino, sino un europeo, como los que yo había enfrentado en la Copa del Mundo germana y sentía que había alcanzado un muy buen ritmo, con una resistencia y velocidad estupendas. A unos 10 días del inicio de la Copa, el profe diluyó la severidad de los ejercicios para que no llegáramos fundidos al torneo. Durante el Mundial tampoco nos pegó mucho, optó por la realización de entrenamientos más livianos, de mantenimiento, destinados a conservar la máquina bien afinada.
Para matar el tiempo libre y oxigenar la croqueta en los ratos de ocio, jugamos a las cartas. En esa época no se habían inventado todavía los teléfonos móviles, ni la PlayStation, ni las computadoras portátiles. Tampoco el DVD, ni la televisión por cable. Yo solía pasar muchas horas en las habitaciones del Negro Baley o del Loco Killer, tomábamos mate, charlábamos sobre lo que había sucedido en el entrenamiento o en algún partido de práctica. Generalmente, nos acostábamos a las 10 u 11 de la noche, pero cuando empezó el Mundial, podíamos hacerlo un poco más tarde ,luego de los partidos, porque al día siguiente no nos entrenábamos. Hacíamos normalmente un trabajo regenerativo como se dice ahora: haciendo un rondo, un fútbol tenis. Los que no habían jugado, corrían un poco más y también recibíamos a los periodistas.

 
JUGADORES EN LA CONCENTRACIÓN

MENOTTI Y LA PRENSA

MIEMBROS DEL SELECCIONADO ENTRENANDO EN LA CONCENTRACIÓN

A lo largo de la etapa preparatoria y en pleno campeonato del mundo, las comidas consistieron en sopas, pastas a la manteca o con salsa, pollo y carne vacuna al horno, ensaladas y papas al natural. De postre, por lo general, había queso, dulce y helado; para beber disponíamos de agua mineral y un vaso de vino tinto autorizado por el cuerpo técnico. Yo, muy obediente, nunca lo rechacé. En el comedor debíamos acercarnos con nuestros platos a una ventanita que separaba el salón de la cocina y pedir lo que deseáramos; “Qué quiere muchacho” preguntaba uno de los cocineros, siempre de buen humor. Yo comí muy poco durante el torneo, normalmente solicitaba una sola porción de pollo o carne con ensalada. A veces se hacían asados y nos traían músicos como invitados, que cantaban y tocaban para entretenernos y relajarnos un poco de los rigores de la alta competición.
Para poner a punto el equipo, Menotti resolvió realizar partidos amistosos por todo el país ante equipos regionales. Las semanas previas a mi llegada, la selección jugó frente a combinados de los campeonatos locales, de la provincia de Corrientes y de la ciudad ríonegrina de Cipolletti. El primero en el que me tocó actuar se realizó en Bahía Blanca, en el estadio del club Olimpo, contra una escuadra de la liga del Sur. El flaco me incluyó entre los titulares, sobre la punta izquierda, como en Rosario Central, así como en mi primera temporada en el Valencia C.F.; ganamos por siete a cero y yo metí dos goles antes de ser reemplazado por Diego Maradona. Unos días más tarde viajamos a enfrentar a un seleccionado cordobés, en un partido que significó la inauguración oficial del estadio olímpico, construido especialmente para el mundial de 1978, en el paraje Chateau Carreras, que décadas más tarde sería rebautizado como Mario Alberto Kempes. En ese encuentro, el último antes del debut mundialista, el flaco presentó el equipo que, según creíamos todos, saldría a enfrentar a Hungría: Ubaldo, Fillol, Jorge Holguín, Luis Galván, Daniel, Passarella, Alberto, Tarantini; Osvaldo Ardiles, Américo Gallego, José Valencia; Daniel Bertoni, Leopoldo Luque y Mario Kempes. Ganamos tres a uno y tuve la suerte de meter el primer gol en el Coliseo que 32 años después abrazaría mi nombre.
Después de regresar de Córdoba, el 19 de mayo, Menotti nos convocó a los 25 componentes del plantel al centro de la cancha del complejo de la fundación Salvatori. Con su habitual buen manejo de la palabra, el técnico le explicó al grupo que había llegado un momento inevitable, doloroso, que los plazos se cortaban y que debía entregar a la FIFA la lista definitiva con los 22 integrantes. Fue una situación tremenda, quizás una de las más angustiantes de mi carrera. El corazón me latía a 1000. Yo confiaba en todo lo que había logrado, sospechaba que la titularidad en el amistoso de Córdoba podía ser tomada como una señal positiva, pero de todos modos estaba muy nervioso. Menotti, quien hablaba sentado sobre una pelota, detuvo de pronto su discurso, tomó aire y largó los nombres de los tres muchachos que quedarían desconvocados: Humberto Bravo , Lito Bottaniz y Diego Maradona.
Tras una pausa, en la que solo escuchamos el correteo del viento entre los árboles de la quinta, César invitó a los tres excluidos a continuar junto al plantel. Bravo y Maradona, —éste muy afligido por la decisión y desbordado por las lágrimas— optaron por dejar la concentración ese mismo día. Bottaniz, en cambio, prefirió permanecer a nuestro lado. Nos comentó que quería aprovechar la experiencia y que sentía ganas de colaborar porque se sentía muy compenetrado con el grupo, a pesar de que se le había hecho añicos el gran sueño de su vida. Lito fue importante en cada entrenamiento, en cada charla; su generosa actitud tuvo una recompensa inesperada, ya que luego de la final con Holanda, Menotti le regaló su medalla de campeón.
Varias veces me preguntaron si yo le había pedido o exigido a Menotti, que me otorgara el número 10 que lucí a lo largo del mundial. No, de ninguna manera, fue un regalo del destino, porque César armó la lista de buena fe, a partir del orden alfabético de los jugadores según sus apellidos. Yo no tenía, de todos modos, confianza ni coraje para reclamar nada, como había sucedido en 1974 y como ocurriría en 1982.


FORMACIÓN OFICIAL DE MENOTTI CON ESTE SELECCIONADO DE 1978

¿Cómo fue mi relación con Menotti ? Con César tuve una convivencia cortita, que se extendió durante los mundiales, una Copa América y algunos amistosos. Luego de que él me fuera a ver a Valencia para preguntarme si quería integrar la selección argentina, no volvimos a dialogar hasta mi llegada a la quinta de la Fundación Salvatori. Bueno, tampoco cruzamos muchas palabras mano a mano; creo que yo era uno de los que menos hablaba con él; Menotti solía conversar mucho en privado con Passarella, Gallego u otros muchachos. Conmigo solo lo justo y necesario. Antes de comenzar los entrenamientos, a él le gustaba sentarse en el medio de la cancha, como hizo cuando debió anunciar la salida de los tres compañeros y nosotros nos acomodamos a su alrededor, formando una medialuna. Él nos manifestaba lo que pretendía que hiciéramos, nos daba referencias de los rivales y de la estrategia que había diseñado. Hablaba unos 15 o 20 minutos y nos mandaba a la cancha a practicar. El Flaco planificaba cada partido de acuerdo a nuestro potencial, como a mí siempre me ha gustado cada vez que he dirigido: priorizar el trabajo a partir de tus propias fortalezas, y no sobre las debilidades del contrincante. Si el oponente es superior, te sacas el sombrero y listo. Pero si tenés buenos futbolistas, con los cuales pelear todo lo que se te presenta, ¿para qué vas a depender del otro? Por supuesto que al contrario hay que conocerlo, porque también juega, posee figuras, un sistema; no se puede ser tan burdo como para decir nosotros tenemos a los mejores, nosotros vamos a hacer lo que queramos y me importa un carajo el rival. No por favor, hay que prepararse para contrarrestar el poder del oponente y aprovechar sus puntos débiles, pero eso se puede hacer siempre y cuando se cuente con herramientas adecuadas para ganar el partido. Un técnicobdebe proyectar el juego esencialmente con los futbolistas que tiene a mano; durante el mundial de Argentina, 1978 no vimos un solo vídeo. Menotti nos brindaba los detalles importantes respecto a lo que podía ser cada adversario, pero sin ninguna obsesión que implicara modificar nuestro estilo, a causa de lo que pudiera hacer el otro. Cuando llegaba la hora del partido, tiraba una charla breve normal, no era de volverte loco con indicaciones, le daba mucha libertad al jugador.
Queridos lectores, espero que les haya gustado este relato de mi vida como profesional del fútbol, en los días previos a la Copa del Mundo de 1978. Todo está en mi libro MATADOR, Mi Autobiografía.