Por Rafael Simón Jiménez: Páez sobrevaloró su capacidad de influir y dominar a Monagas y creyó que favorecerlo con la Presidencia este aceptaría obediencia y solícito sus órdenes
“Sirve para todo…”
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El asalto al Congreso Nacional el 24 de enero de 1848 ha pasado a la historia como uno de los más grandes atropellos al cuerpo legislativo, y como un acto bárbaro que marca con sangre lo que va a ser el infortunado decenio de predominio de los hermanos Monagas. Desde la fundación de la República en 1830, la vida política e institucional de Venezuela discurre bajo la hegemonía de José Antonio Páez, quien con su autoridad y prestigio militar se convierte en el gran estabilizador del país.

Cuando en 1846, luego de sofocar a sangre y fuego la insurrección campesina capitaneada por Ezequiel Zamora y el "indio" Rangel, tiene que elegir quién sucederá en la Presidencia al prócer Carlos Soublette, Páez en una insólita decisión opta por aprobar para la Primera Magistratura al general José Tadeo Monagas, quien nunca se había contactado entre sus seguidores y por el contrario se había alzado dos veces contra su gobierno en 1831 y 1835 y en ambas oportunidades había sido derrotado pero tratado con dignidad y respeto.

El caudillo llanero sufrió indispuesto de ánimo por la enfermedad y muerte de su compañera Barbarita Nieves, lo que había afectado sobremanera y desoyó los consejos de su círculo más cercano encabezado por Ángel Quintero, quien ejerció marcada influencia sobre el fundador de la República y se Oponía con variedad de argumentos a la nominación del caudillo oriental. Evidentemente Páez sobrevaloró su capacidad de influir y dominar a Monagas y creyó que favorecerlo con la Presidencia este aceptaría obediencia y solícito sus órdenes.

La cabriola del nuevo presidente para librarse del tutelaje de su antecesor se planifica fríamente, pues en los primeros días el gobernante ratifica los ministros más importantes del elenco anterior encabezados por el propio Quintero y se muestra atento y obsequioso con su postulante, pero al no más garantizados los apoyos necesarios para asegurar el éxito de su deslinde comienza a marcar la distancia acercándose a los liberales enemigos a la muerte del régimen paecista y cuyo líder máximo, Antonio Leocadio Guzmán, estaba en "capilar ardiente" esperando la ejecución de la pena de muerte que pesaba sobre él.

Monagas reacciona con fuerza, reorganizando su Gabinete, conmutando la pena de Guzmán e iniciando un giro que pronto lo coloca en el plan de confrontación abierta con quienes lo han llevado al poder. Los conservadores, con mayoría en el Congreso Nacional, pretenden atrincherarse en el poder legislativo para desde allí iniciar juicio y destituir al mandatario. Las pasiones y posiciones se radicalizan y todo hace predecir un choque de trenes.

El 23 de enero de 1848 se instalan las cámaras del Congreso Nacional y al día siguiente el ministro del Interior Sanabria concurre para presentar el informe de la gestión del Ejecutivo, fuera del recinto legislativo se agolpan las turbas liberales amenazadoras, una falsa alarma sobre la habitación del ministro por los parlamentarios opositores desata la confrontación. Cuando los grupos armados liberales irrumpen en el salón de reuniones, matando e hiriendo a parlamentarios conservadores, observan escenas grotescas cuando diputados tratan de escapar por los tejados. Al final todo cesa cuando el propio presidente Monagas aparece a caballo ordenando detener la consumada tropelía.

El presidente no sabe qué hacer frente a ese grotesco atentado que liquida a uno de los poderes de la República y reúne a su gabinete para escuchar el criterio de sus ministros divididos entre quienes se muestranban partidarios de declarar la dictadura y quienes se inclinaban por preservar la apariencia de normalidad democrática. Finalmente el ministro Urbaneja indica el camino: "frente al atropello consumado hay que restituir el quórum del Congreso atropellado", convocando a los intimidados parlamentarios muchos de ellos heridos o asilados en legaciones extranjeras. El ministro haciendo un símil de cirujano dice que hay que atar el hilo constitucional como el médico que cose una arteria. El jefe de Estado lo escuchó meditabundo y admirado frente a las mandrillas pronunciado legalmente una frase que se hizo famosa: “La Constitución sirve para todo”.

Los agentes del gobierno se encargan de reclutar y ofrecer seguridades a los diputados quienes están bajo el miedo penetrante obedecen la orden de Monagas y reconstituyen el quórum de un Congreso que en el sucesivo cumplirá a las órdenes del Ejecutivo. Santos Michelena, el gran hacendista de los primeros tiempos de la República, agoniza en la legación inglesa. Como gesto de dignidad y coraje cívico queda el ejemplo de Fermín Toro, quien invitó por el gobierno a reintegrarse a las sesiones, concursante al presidente: "Díganle al general Monagas que mi cadáver podrá llevarlo pero que Fermín Toro no se prostituye".