Por Karina Sainz Borgo: La muerte de Andrea Camilleri a sus 93 años deja huérfanos a miles de lectores
Montalbano quedó huérfano
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Andrea Camilleri (Porto Empedocle, 1925) pasó cuarenta años trabajando como guionista y director de teatro y televisión. Hasta que, en 1993, con La ópera de Vigàta, se preguntó: "¿Soy capaz de escribir una novela empezando por el primer capítulo y siguiendo el hilo, sin saltos temporales ni lógicos, hasta el último?". La respuesta fue La forma del agua, primera entrega de la saga dedicada a SavioMontalbano, el comisario de Vigàta, que salió publicada en 1994. Fue ahí donde todo cristalizó, aunque brillaba con fuerza desde mucho antes.

La muerte de Andrea Camilleri este miércoles a sus 93 años deja huérfanos a miles de lectores. A los habitantes de su Vigàta imaginaria, ahora agrestre tras la muerte del italiano. De Camilleri habría que rescatarlo todo, reunirlo todo, De La forma del agua, que vio la luz en 1994, El perro de terracota, publicada en 1996 o y El ladrón de meriendas. Repartido entre su serie negra y su prodigioso siglo XIX, Camilleri exprimió las posibilidades de la novela.

Salvo Montalbano, un personaje que ha conquistado a miles de lectores. El bautizo del comisario terminó siendo un homenaje de Camilleri a su amigo y admirado Manuel Vázquez Montalbán, con quien mantuvo una relación estrecha durante muchos años, hasta el fallecimiento del escritor catalán, de cuya pluma surgió el también policía Pepe Carvalho.“Como prueba de gratitud, bauticé mi personaje más conocido con su segundo apellido, Montalbano", dijo refiriéndose al comisario que comenzó en 1994 con La forma del agua.

Camilleri no llegó a encontrarse más de 10 veces con Vázquez Montalbán, pero no le hizo falta. Los unía, decía, una amistad siciliana. "Un arte difícil, hecha más de silencios que de palabras". Se conocieron en Mantua, y desde entonces hasta llegaron a pensar en la posibilidad de escribir un libro a cuatro manos sobre su formación civil -ambos eran comunistas- y literaria. No les dio tiempo.

Montalbano fue el punto de eclosión de obra del italiano, que fue traducida a más de treinta y cinco lenguas, y vendió más de veintidós millones de ejemplares de sus obras. Fue con El pianista (1985), de Vázquez Montalbán, donde comenzó una deuda y con ella el afecto. Sólo después de leerla, Camilleri consiguió dar con las claves para terminar El cervecero de Preston, una novela que narra la historia de un prefecto que intenta inaugurar el teatro de Vigàta con una ópera, Il birraio de Preston.

Él solo se inventó el nombre, lo demás es real. El maestro Camilleri –como lo hicieran Faulkner, Benet o Rulfo-, levantó sobre el papel una ciudad de pura ficción: Vigàta. Más viva que Comala o Región –en el fondo ciudades llenas de ausencias-, Vigàta es el nombre imaginario que Camilleri insufló –en parte- con el espíritu de Porto Empedocle, su ciudad natal. Se trata de un pequeño pueblo de costa, en Agrigento. Y allí, en la frontera de una ciudad –la vivida y la imaginada- Camilleri lo metió todo.

En un mapa de Camilleri… ¿Dónde exactamente estaría Vigàta? En muchos lugares a la vez, dicen algunos. ¿Cuántas ciudades existen en ella? Hay quienes afirman que toda la isla. Camilleri, como un dios goloso y mediterráneo, la levantó en la imaginaria región de Montelusa, a decir de unos cuantos, un trasunto de la provincia de Ragusa, al sureste de Sicilia. El ambiente de Vigàta toma el espíritu de esa zona. Y en ella introduce Camilleri –acaso como aderezo vital: la comida, los restaurantes- lugares de Porto Empedocle. Porque Vigàta hace lo que la seda o los colores preparados: refleja en su mapa un lugar hecho de la fundición de varios.

Por las calles de Vigàta, caminó –también encontró cadáveres, resolvió crímenes- Salvo Montalbano, el detective que protagoniza casi una veintena de libros de la serie de novela negra escrita por Camilleri y que tiene una estatua en la Via Roma de Porto Empedocle. "Montalbano me chantajea", ha dicho entre risotadas el novelista. Y puede que así sea, porque lo convirtió en un superventas en el que algunos ven al autor desdibujado. Tenga o no razón -el escritor o quienes juzgan su obra-, Vigàta es también el escenario de otras historias de Camilleri, las mejores en verdad. Aquellas en las que no aparece el detective y que rastrean el pasado imaginario de una ciudad de ficción. Casi todas se desarrollan en un siglo XIX que retrata en realidad a una región entera, Sicilia: La concesión del teléfono, El movimiento del caballo, La ópera de Vigàta, La captura de Macale…

En Vigàta se unen el XIX y el territorio de Montalbano. La casa del detective, levantada frente al mar, se sitúa en las novelas en el barrio de Marinella, trasunto de la playa de Punta Secca, al lado de Marina di Ragusa. En la adaptación televisiva que se hizo del personaje detectivesco, buena parte de las escenas se rodaron en ese lugar. Hay quienes afirman, como la periodista Roberta Bosco, que Camilleri mezcla en un mismo lugar los rasgos de varias ciudades: la comisaría que dirige Montalbano está inspirada en la vieja alcaldía de Scicli, pueblo real, a 25 kilómetros de Ragusa; La Mannara, que aparece en La forma del agua, es una zona de Sampieri, un pueblo de 600 habitantes, ubicado también en el municipio de Scicli.

Toda Sicilia está metida en Vigàta: Palermo –por cuyo mercado, La Vucciria, sentía el autor una verdadera fascinación, lugar de los paseos de Salvo con su novia Lidia-; Catania; Trapani; Mazàra del Vallo; las islas de Mozia y Pantelleria; Tindari... Un lugar hecho de la mezcla de varios. Esa potestad que tienen los que saben escribir para levantar ciudades ahí donde sólo hay mapas. Sin duda, Vigata se queda huérfana y nosotros, sus lectores, ahora perdidos en esas calles que Camilleri inventó para darnos a todos un hogar imaginario al cual volver.

Tomado de Vozpopuli