Por John Carlin: Una consecuencia del Brexit será que, fuera del amparo y el sistema de comercio libre de la Unión Europea, el Reino Unido no tendrá más remedio que arrodillarse frente a EEUU
Eterna Esclavitud
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Por todas las Américas y en algunas partes de Asia existió en tiempos prehistóricos la costumbre de que cuando moría un hombre importante mataban a sus esclavos. La idea era que en el otro mundo los amos tendrían la misma necesidad que en éste de gente que les atendiera gratis. A veces los degollaban, a veces los ahogaban, a veces, como por ejemplo en la costa Noroeste de lo que hoy es Estados Unidos, enterraban a los esclavos vivos debajo de los cuerpos de sus difuntos dueños.

Estaba leyendo sobre el tema esta semana en una revista digital de antropología. El artículo se titulaba “Eterna esclavitud”. Cuando terminé el artículo me fui a la página web de la BBC y leí lo último sobre el embajador británico en la costa este de Estados Unidos cuyos informes secretos sobre el presidente Trump –““inseguro”, “inepto”, “caótico” - fueron publicados en la prensa londinense el domingo pasado. El desenlace del lío que se armó indica que “eterna esclavitud” al amo yanqui es el destino que le espera a lo que en su día fue el gran imperio inglés.

Trump, por supuesto, no pudo reprimir el impulso de contraatacar en Twitter, llamando al embajador “un loco” y “un tonto pomposo” y de paso criticando a la actual primera ministra británica Theresa May – también “tonta” - por no haber seguido sus consejos para resolver el rompecabezas del Brexit. Ciertos sectores del mundo político inglés reaccionaron con la debida indignación, pero el casi seguro sucesor de May, Boris Johnson, se alineó con Trump. Dijo que no podía dar ninguna garantía de que cuando llegase al poder (se supone que Johnson será primer ministro en unos diez días) mantendría al embajador en su cargo. Unas horas después, viéndose traicionado, el embajador renunció.

No han faltado las críticas contra Johnson. Un ministro de su propio partido conservador le acusó de haber “tirado a nuestro principal diplomático debajo de un bus”. Un alto funcionario de gobierno dijo que “nuestro próximo primer ministro ha alimentado el ego del caprichoso niño de la Casa Blanca”. Una diputada laborista declaró que “el patético chupamedias” de Johnson había “deshonrado a nuestro país”.

Que se vayan acostumbrando. Una consecuencia del Brexit será que, fuera del amparo y el sistema de comercio libre de la Unión Europea, el Reino Unido no tendrá más remedio que arrodillarse frente a Estados Unidos a pedir protección y limosnas. O, como reconoció el propio Johnson esta semana, después del Brexit “Estados Unidos será nuestro bote salvavidas”. Algo parecido a lo que ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial, cuando Churchill tuvo que rogar al presidente Roosevelt que viniese al rescate de su isla.

Johnson ha escrito un libro sobre Churchill en el que no cuenta nada nuevo sobre el antiguo héroe inglés y todo sobre su deseo de poder un día compararse con él. Lo logrará, pero solo hasta cierto punto y en circunstancias diferentes. Churchill tuvo que salvar a su patria de una crisis impuesta por otros. Johnson tendrá que hacerlo en una crisis que, como líder de la campaña a favor del Brexit en el referéndum de 2016, él mismo provocó. Lo que va a pasar después del Brexit es que el Reino Unido dependerá más que nunca de lo que Churchill llamó “la relación especial” con Estados Unidos.

Churchill y todos los que se lo siguen creyendo se engañan, claro. Como dijo Roosevelt, “Winston me cae bien, pero no tan bien como le caigo yo a él”. Lo único especial de la relación entre los dos países es la manera en la que se han invertido los antiguos roles coloniales. Desde poco después de la segunda guerra Reino Unido ha sido un país súbdito de Estados Unidos. Hay una escena en la película “Love Actually” en la que el primer ministro inglés, interpretado por Hugh Grant, se rebela contra el arrogante presidente de Estados Unidos. El éxito de la escena, entre el público inglés en particular, radica precisamente en que es la expresión ficticia de un deseo soñado pero imposible.

La realidad es que un gobierno británico tras otro se ha visto obligado a bailar al compás de Washington. Por ejemplo, una vez que el presidente Bush decidió lanzarse a la guerra contra Irak el primer ministro Blair no vio más alternativa que acompañarlo. La diferencia hoy, con el Brexit a la vuelta de la esquina, es que la dependencia será mayor y la relación se volverá más indigna, especialmente mientras Trump permanezca en la Casa Blanca. El máximo representante del gobierno de Su Majestad Isabel II tendrá que asumir la misma actitud ante él que los esclavos romanos con el emperador Nerón.

O quizá exista una mejor comparación histórica.

El Duc de Vendôme era un aristócrata francés del siglo XVII que tenía la costumbre de recibir a los emisarios extranjeros sentado en el inodoro. Una mañana, mientras un ambicioso cura italiano llamado Giulio Alberoni esperaba a que le dirigiera la palabra, el duque terminó de cagar, se levantó, se dio medio vuelta y empezó a limpiarse. Alberoni, emocionado ante tal honor, corrió hacia el duque y le besó el trasero, exclamando “¡O culo di angelo!” Le fue bien a Alberoni. El duque lo nombró su secretario personal, llegó a ascender a cardenal, logró ganarse la confianza del rey Louis XIV de Francia y murió rico.

Es, en el mejor de los casos, el ejemplo a seguir para Inglaterra en sus futuras relaciones con Estados Unidos, el ejemplo a seguir para Boris Johnson en las suyas con Donald Trump. El consuelo que Johnson tiene es que la mayoría de los diputados de su partido lo tratan a él con la misma ridícula sumisión. Y no por amor o convicción sino que por necesidad. Buscan favores a cambio. A esto ha llegado la democracia parlamentaria más antigua y, hasta hace no mucho, más venerable del mundo. La tendencia se globaliza. Los ingleses nos indican el camino. Volvemos hacia el modelo de gobierno del siglo XVII, no tan diferente al de nuestros comienzos como especie.

Por un lado están los poderosos, por otro los esclavos besaculos.

Tomado de Clarín