Una librería para coser
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Al pie de la letra, Librería Ago —una librería hospeda la palabra, es su casa, y la ofrece, es su bandera— convocó el primer concurso de minicuentos de la madre y señora mía. Un jurado integrado por la poeta Carmen Cristina Wolf, directora del Círculo de Escritores, el novelista y cuentista Mirco Ferri, y el artista plástico y activista urbano, Gustavo Lobig, acordaron de manera unánime otorgarle el primer premio al poeta Alberto Hernández por las imágenes y la belleza de su texto:

Mi madre trae un poema de la cocina y estira su aroma diario para acercarlo al que escribo. La miro a los ojos y entonces entra el sol por la ventana. Me como su poema y ella me lee con todas sus palabras. Nos celebramos mientras el silencio recorre la noche.

Para todos los autores del cuadro de favorecidos —“todos los cuentos participantes exhiben una seductora calidad literaria”, diría el jurado— el premio sería el libro de sus sueños, el que escogerían en la librería. Luego de revisar entre las hojas, se dejaron imantar por una obra en particular los cuentistas reconocidos con menciones honoríficos. Como Ana María Hurtado, que leyó conmovida su cuento también premiado.

Mi mamá me ama

De camino al preescolar, ella iba de mi mano llorando; yo me preguntaba el sentido de hacerla llorar para que compartiera con otros niños o para que aprendiese a silabear. Ma, me, mi, mo, mu... mi mamá me ama, mi mamá me deja y me dice adiós sonriendo. Ahora, la niña tan silabeada, tan crecida, lleva los labios rojos y es bella como una acacia florecida. Ahora lloro y le digo adiós y me pregunto el sentido de silabear mientras el avión despega y ella se va a vivir al otro lado del mar. Ma, me mi... mi mamá me ama, mi mamá se queda, mi niña se va.

Mamá no debería mojar con lágrimas las sílabas.

Como Enzo Pittari, que desde Barcelona España, envió su trabajo En pleno vuelo y escogerá el libro a su vuelta, ojalá pronto.

En pleno vuelo, la alfombra que tejiste para mi viaje va soltando hilos, como serpentinas al viento. Evito la caída, aunque nunca aprendí a trenzar estambres ni a entreverar agujas. ¡Qué me hubiera costado! Pero me atuve. Y es que aún antes de mi primer respiro allí estabas; apenas presintiéndome convertías en escarpines la madeja de blanco perlé atesorada por la abuela durante las carestías de la guerra.

Ahora debo salvarme. Y he de conseguirlo desde la malla de afectos que entorchaste con denuedo al giro de las porfiadas bobinas de nuestras existencias. Así, tupiremos armaduras elásticas al vaivén de nuestras lanzaderas migrantes.

Robusta es la esperanza, suficiente el calibre de las fibras que dan aviso. Seguimos en vuelo.

Y como Antonio Alfonzo, cuenta cuentos, cuyo trabajo vivió una experiencia especial que ameritó una segunda sesión en Ago: aunque llegó su trabajo en los lapsos, se agazapó juguetón en intersticios invisibles del espacio cibernético, en la papelera del correo destino. Por sorpresa apareció, aunque luego que el jurado había realizado su veredicto. Pero lo justo privó. Y no solo fue leído sino considerado cuento para premiar, por lo que volvió a convocarse en Ago una tertulia sobre la palabra, tener palabra, amar la palabra, estar atravesado por ella. También conquistó una mención honorífica:

Tus manos

Ayer la vi, sus manos, atentas y cariñosas iban de aquí para allá con asombrosa destreza, limpiando con su habitual "trapito" poniendo en su lugar sus adornos. Dándole cariño y calor a su hogar. Esas manos que prodigan tanto amor, que reflejan el paso inexorable del tiempo y solícitas preparan tu jugo preferido, jugando con las frutas, extrayéndoles su mejor sabor... el cafecito de la tarde ese que se acompaña de sabrosas charlas, entre anécdotas y recuerdos, o esa torta que solo ella sabe hacer, con la receta secreta que su madre y también la de ella, guardaron para nosotros. Y que mágicamente trae al presente tiempos ya idos y presencias añoradas. Esas, sus manos, que tibias te acarician al llegar o al despedirte, que enjugan tus lágrimas, y saben acompañar al silencio oportuno, o que se pasean por tu cabello con la ternura maravillosa que sólo ellas poseen y te confortan...

Ayer la vi y tuve sus manos entre las mías. Manos amorosas las manos de mi madre.

Dos sábados fueron de cuento y en ambos luego de la conversa el maestro Luis Guillermo Rangel compositor, guitarrista y cuatrista ofreció un recital.
Manuel Felipe Sierra, narrador, periodista y director del portal www.eneltapete.com conversó sobre el fervor por la escritura, de las circunstancias de la ficción y la realidad y la necesaria credibilidad, del trabajo de reconstrucción que hace el verbo y recomendó el esfuerzo de redactar con contrastes y matices, antes que irse de bruces, a las primeras de cambio, con algunos colores menos recomendable, el amarillo, el rojo, el blanco y negro. “El periodista es un artesano de la verdad”.

Y también, con su escritura, cose. En tiempos de tejido deshilachado, la palabra vaya adelante. Ago significa aguja en italiano y ambos sábados la librería fue parte de actividades que para la conexión urbana se realizaron en Colinas —charlas, conciertos en vivo, caminatas bajo la Luna— con la intención de retomar la calle, de retomar la noche, de reencontrarnos.